OPINION

Miguel Gila, 99 años con el maestro del monólogo

Miguel Gila
Miguel Gila
Miguel Gila
Gila y su teléfono.

99 años y seis días. Hace 99 años y seis días, el 12 de marzo de 1019, nació Miguel Gila, el gran maestro español del monólogo cuando aún no sabíamos ni lo que era el monólogo. Un humor superviviente que, aún hoy, sigue derribando trincheras. Las trincheras de la guerra, de la dictadura, de los prejuicios sociales, de la censura e incluso de la propia autocensura, que nunca cesa.

La Guerra Civil marcó la existencia de Gila. Con 17 años, el cómico tuvo que alistarse en el bando republicano. Acabó detenido en Valsequillo, en Córdoba, donde fue puesto frente a un pelotón de fusilamiento.

El cómico logró salvar su vida. Se hizo el muerto. No se trata de un guion de los suyos, pero podría serlo. En su salvación y la de un compañero, ayudó que los verdugos iban algo borrachos.

Aquellos verdugos, piripis, probablemente definen muy bien una vieja España, que ha terminado convirtiéndonos en lo que somos y que Gila, tan conciso e irónico como demoledor, retrató como pocos. Y el gran público se reía con las historias de Gila, pues se veía reflejado, indiferentemente de la trinchera a la que perteneciera. Era más fácil digerir el dolor a través de la inteligente comedia de lo absurdo, que tan bien dibujaba el origen de ese dolor.

"La posguerra fue muchísimo más cruel que la guerra misma. Si durante la guerra hubo muchas venganzas personales, la posguerra la superó con creces en ese tipo de ajuste de cuentas”, explicaba el cómico en 1995. 

En la resaca de la guerra, Miguel Gila alcanzó la popularidad masiva en la rudimentaria TVE de los años sesenta y setenta, donde esquivaba las tijeras de la censura con doble intención irónica, lo que le transformó en un cronista de la España del siglo XX. En las apariciones en Televisión Española, él era una especie de Telediario de la realidad sin pretenderlo. O, al menos, un creíble hombre del tiempo:

De hecho, vinculado a un lado más periodístico, su trayectoria arrancó en 1942 en la "seria" prensa de papel cuando, con 23 años, publicó sus primeras historietas en la revista Flechas y Pelayos, que luego continuaría en publicaciones satíricas como Hermano Lobo.

Viñeta Gila
Gila en Hermano Lobo

Con su comedia, Gila tomó el pulso a la realidad del país pegado a su legendario teléfono y a su inolvidable coletilla “que se ponga”. España pasó de la media sonrisa a la carcajada limpia de la catarsis de la saludable risa que surge de uno, de sus miserias y de sus tragedias.

En los noventa, Gila siguió acudiendo a programas de variedades, donde repetía sus mismos monólogos con el éxito de siempre y, además, escribió la genuina serie ¿De parte de quién?, que protagonizó junto a Chus Lampreave. Una ficción que se grabó en los Estudios de TVE en Sant Cugat del Vallés. Cuando La 2 producía series originales.

la habilidad de diseñar un personaje reconocible y fiel a su identidad

El humor como obra de arte

Gila supo construir una mirada auténtica con ayuda de elementos reconocibles e identificables para el espectador, que definían mejor su personaje: su camisa roja, su teléfono, su boina, su 'qué se ponga'. Nunca desvirtuó sus señas de identidad con las que logró diseñar un inteligente humor que abría paso a la reflexión. Y eso es un arte que debería estar catalogado y divulgado como lo que es: arte.

La última actuación de Miguel Gila, poco antes de morir, fue en El Club de la Comedia. El hombre que popularizó el monólogo en un país en el que no existía el género del monólogo se despedía de su público en el programa que profesionalizó, en España, el formato del stand up. Ahí tenía que ser una despedida televisiva, que no se sintió como despedida. Hasta que el público se levantó en larga ovación. Entonces, Gila rompió la rígida estructura tradicional del programa, paró el aplauso, miró al patio de butacas y dijo adiós: “No me quiero ir sin antes decirles que les quiero mucho. Gracias. Buenas noches”. Como buen cómico, sabía manejar los tiempos, pero además sabía mirar a su público: sabía narrarle su propia historia.

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