A versionar formatos

Netflix y el hándicap para trascender en el show de entretenimiento español

Los programas de entretenimiento serán una competitiva vía de negocio en el bajo demanda. 

Ricky Merino en el cartel oficial de 'A cantar'
Ricky Merino en el cartel oficial de 'A cantar'
Netflix

La televisión anglosajona está acostumbrada a un tipo de shows de entretenimiento muy conservadores. Es decir, las dinámicas de estos programas suelen asentarse en una estructura rígida. Cada talent show, prácticamente repite un modus operandi de tal manera que es fácil pronosticar lo que va a pasar después. Todo está atado al compás de un ritmo televisivo tan estudiado como artificial. Hasta las risas del público saltan de forma previsible ante las pausas marcadas en un guion muy atado. Se busca la frase concreta efectista y se coloca el giro dramático prácticamente siempre en el mismo punto del show.

De ahí que cuando en Estados Unidos o Inglaterra adaptaron éxitos españoles como 'Tu cara me suena' no entendieran su esencia y desvirtuaran el formato hasta transformarlo en prescindible. Se centraban en la obviedad de un desfile de imitaciones solventes y omitían el juego más espontáneo del espectáculo, donde los concursantes se dejan llevar dentro del frenesí de la grabación y, entonces, la audiencia establece lazos de empatía (para bien o para mal) con ellos.

Ahora, en el ejercicio opuesto, Netflix está indagando en el entretenimiento hecho por y para España, aunque mejor si también puede brillar en latinoamerica. Esta semana, el gran videoclub bajo demanda ha lanzado 'A cantar', versión cañí de 'Sing on!'con Ricky Merino como maestro de ceremonias. Nada más sintonizar el programa, algo se respira raro en el ambiente: es una fiesta bonita de ver un rato, pero fría de percepción. Esa rareza esconde que el programa se ha grabado en Londres para aprovechar toda la logística de la producción internacional de este formato y, por tanto, el público también es de allí. Aunque terminen cantando el 'ye-ye' de 'La Chica Ye-Ye' de Concha Velasco. O intentándolo. La figuración nunca estará lo suficientemente bien pagada...

Pero este público no cuela, los insertos de reacción de los asistentes se ven como pegotes. Porque todo está editado a la anglosajona a la caza de un milimetrado compás televisivo que, en realidad, merma la espontaneidad.

No obstante, la dinámica del programa está bien planteada. Primero, se crea la atmósfera del show a través de un gran número musical de arranque con Ricky Merino en el que, al mismo tiempo, se aprovecha para presentar a los concursantes. Ellos cantan una frase de la canción y, de paso, un rótulo sacia la curiosidad del espectador con su nombre y profesión. Aunque, en este punto, también se debería incluir su perfil de Instagram para hacer más potente la experiencia de visionado... y evitar que el público se quede con las ganas de saber más de ellos, como sucede. 

Después, empieza el devenir del concurso que no deja de ser un karaoke en el que afinar. Pero todo está tan prefabricado de manera cuadriculada que es difícil identificarse con los participantes. Parecen actores disfrazados a la moda, más que identificables anónimos que podrían ser tu vecino. Ahí está la asignatura pendiente de Netflix para exprimir mejor su inversión en las apuestas de entretenimiento al borde del mediterráneo. Como han hecho con el boom global de 'La casa de papel', los norteamericanos deberían aprender de la cultura audiovisual española en la que el buen guion de un talent show provoca situaciones inesperadas que hacen más grande el espectáculo, no graba sólo aquello que estaba ya escrito o planteado de antemano. 

Pero a la hora de producir un programa como 'A cantar' dentro de una factoría en cadena como esta no existe demasiado margen de maniobra para que la espontaneidad fluya y los cortes de edición no sobresalten. Así que el equipo de la adaptación para España ha intentado encontrar un casting de personajes variopintos de los que enamorarse o extrañarse. Se nota la mano de Amparo Castellano, productora ejecutiva, para dar más calidez autóctona al espectáculo.  También hace mejor el show Ricky Merino, un showman perfecto para este cometido con referentes que van del español en directo 'Sorpresa, sorpresa' al norteamericano enlatado 'RuPaul'. Mezcla perfecta para Netflix, tal vez. Merino no teme al escenario, sale a comérselo y, a la vez, cuenta con unas tablas de guionista que le permiten meter alguna que otra morcilla con ironía en este texto que debe soltar. Sus guiños freaks se agradecen. Hacen algo más de verdad la cuadratura de unos capítulos que se observan sobreactuados por esa misma rigidez de su concepción original que, a lo yanqui, sobreexplica con insistencia todo y que no entronca con nuestra campechana cultura audiovisual. Hasta los concursantes siempre actúan estáticos en su marca. En este sentido, es importante el protagonismo de Merino en las actuaciones de los participantes. Es decir, el realizador no para de mostrar cómo está viendo el propio Ricky cantar a los protagonistas de cada edición. Así se otorga una referencia de reacción reconocible al espectador que da cierta agilidad a esa rigidez de cada episodio. Mucho mejor que los planos de reacción del público en el plató londinense, que descolocan porque se ven que son insertos descontextualizados para que alguien se ría a los chistes y parezca que tengan gracia.

En una televisión generalista española, 'A cantar' no funcionaría porque le falta esa soltura de lo fortuito, que la viveza gane al postureo de la interpretación. La idiosincrasia española es el hándicap de este formato porque no somos tan protocolarios como los europeos. -How are you? -Fine. Thanks. And you? Aquí no siempre sabes qué te van a contestar cuando haces una pregunta de cortesía.  Y, para la televisión, mucho mejor que así sea.

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