OPINION

OT 2018: los retos inminentes de las galas para frenar el bajón de audiencia

Amaia y Alfred, Operación Triunfo
Amaia y Alfred, Operación Triunfo

El éxito o fracaso real de un programa de televisión se empieza a definir a partir de la tercera emisión. Y estos son los datos que ha obtenido OT desde su tercera entrega de esta edición:

Gala tercera de OT2018: 17 por ciento de share y 2.028.000 espectadores. 

Gala cuarta de OT 2018: 16,9 por ciento de share y 1.963.000 espectadores.

Gala quinta de OT 2018: 15,9 por ciento de share y 1.902.000 espectadores.

Gala sexta de  OT2018: 14,1 por ciento de share y 1.700.000 espectadores.

Este último dato, es más preocupante aún, ya que no había grandes rivales en una competencia que se había tomado vacaciones por Halloween. En víspera de un festivo puede bajar el consumo, pero la cuota de pantalla de OT, sin competidores fuertes, sigue marcando una tendencia decreciente. 

Los resultados hablan objetivamente solos. El programa tiene un público de nicho muy fiel, un target joven muy jugoso, que se moviliza para las multitudinarias firmas de discos del programa y genera trending topics diarios, pero la evolución de la audiencia de prime time es inversa a aquellas ediciones de OT que se convirtieron en un fenómeno social. El éxito tradicional de Operación Triunfo se ha sustentado en la evolución ascendente del interés por el concurso. Las primeras galas empiezan más flojas y, después, el show coge impulso porque la audiencia va conociendo a los concursantes, empatizando con su personalidad y conectando con su aprendizaje.

El público fiel observa los ensayos de los participantes en la Academia, si lo hacen mejor o peor en los pases de micros y después ansía ver el desenlace en la gala semanal: si lo bordan o la pifian. Al mismo tiempo, el público menos fiel se va enganchando porque va adquiriendo curiosidad por los aspirantes y por los números que interpretan.

Sin embargo, es evidente que, en este Operación Triunfo, el casting no ha traspasado la barrera de interés de la audiencia generalista. La convivencia no interesa como se esperaba, pero tampoco las galas han conseguido ofrecer un espectáculo que genere acontecimientos con actuaciones memorables. Pero si del casting y de su capacidad para emocionar se ha hablado ya mucho y ahora se ha contratado a Los Javis para intentar remediar esas debilidades interpretativas en las galas, también hay que añadir que ni el repertorio de canciones ni las escenografías están ayudando y acertando.

Porque el gran problema de las galas de Operación Triunfo de 2018 está en que las canciones elegidas, en general, no están marcando el necesario crescendo de evolución que necesitan los concursantes, a los que no se les plantean verdaderos retos ligados a sus debilidades (el año pasado, cuánto nos enganchó, por ejemplo, la evolución de Ana Guerra por los desafíos que le planteaban semana a semana).

Pero además, en su ejecución, las actuaciones no están narradas de la mejor forma para la televisión. En muchos casos, todo parece aleatorio en la realización, impidiendo que una canción emocione si lo que precisamos es ver un primer plano de la interpretación del cantante en un instante crucial del tema y nos están enseñando un plano generalísimo o una cámara desorientada o temblorosa.

Un buen espectáculo musical debe contar una historia a través de la planificación visual y los detalles, como por ejemplo sí lleva a cabo cada semana esta temporada de Tu cara me suena.

OT se ha quedado como bloqueado, dependiente de polémicas externas y poco afortunadas. Tal vez pesa la sombra de la ambición que sembró la pasada temporada, que ha sobrevalorado una edición que ha querido ser más grande pero que, en medio de las críticas de las redes sociales y las prisas en las que se ha desarrollado todo, se ha olvidado de mimar esos detalles que hacen grande la televisión.

Sólo si se crea un gran espectáculo semanal se puede salvar esta tendencia de interés decreciente. Y un gran espectáculo se consigue, para empezar, diseñando una realización para que el espectador pueda entender las actuaciones y no se pierda nada. No es nada nuevo, lo ha hecho RTVE en toda su rica historia de programas musicales. Es la manera de plasmar la personalidad escondida, y a la que cuesta destacar, de los concursantes y fomentar que crezcan. Aunque, quizá, parezca ya demasiado tarde.

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