OPINION

Pepa Flores, la conquista de la libertad

Imagen de Marisol en la escenografía de la actuación de Amaia en 'Los Goya'
Imagen de Marisol en la escenografía de la actuación de Amaia en 'Los Goya'

Los Goya se crearon para promocionar el cine. Había que idear un glamouroso acontecimiento que visibilizara las películas y dibujaran un 'star system' al estilo de los Oscars. La primera gala, realizada desde el madrileño Teatro Lope de Vega, en plena Gran Vía,  no llegó hasta 1987. Pepa Flores ya llevaba dos años retirada de la escena.

Desde entonces, mucho han cambiado las ceremonias de entregas de 'Los Goya'. Empezando por el diseño del galardón, que perdió por el camino la parafernalia de una cámara cinematográfica que brotaba de su señora cabeza. 'Los Goya' ya son un evento televisivo de primer nivel y no un solemne homenaje al cine desde un teatro.

Goya 1987
Primer premio Goya

Sin embargo, en estos 33 años, no ha variado la coherencia de Pepa Flores. No volverá a aparecer en escena. Ni siquiera con un Goya de Honor que, para más inri, se otorgaba en una pomposa gala celebrada desde su tierra, Málaga. Todos esperaban que apareciera ante tal matiz. Todos esperaban volver a ver a Marisol. Y ahí, quizá, es donde nadie parecía haber comprendido nada.

En efecto, la aparición de Pepa Flores en 'Los Goya' sería una catarsis colectiva que conseguiría ese hito emocional de conectar al evento con el lado más poderoso del nostálgico imaginario colectivo. 

Las audiencias televisivas arrasarían con el reencuentro de España con  Marisol, actriz que ha marcado a tantas generaciones por su espontánea luminosidad que ilusionaba en tiempos de escasez en blanco y negro. También después, cuando ella misma se rebeló contra ese blanco y negro.

Justo por eso mismo no era coherente que Pepa Flores acudiera a 'Los Goya'. Ni siquiera para recoger su máxima distinción, que se otorga por su excelente trabajo pero, a la vez, como el ansiado reclamo publicitario de un show pensado para la tele. Al final, la ilusión por volverla a ver e incluso descubrir cómo es ahora había hecho olvidar el motivo de que se fuera del mundo audiovisual para no regresar jamás. 

Una niña prodigio, que creció a ojos de todos, exprimida por una industria que no pensó en ella. Tres décadas después, no tenía sentido que reapareciera en un acontecimiento de estas características en donde el premio retumba como señuelo de una gala en la que, además, está toda la prensa.

Si hubiera pisado esa alfombra roja de 'Los Goya', aunque fuera de puntillas o entrara por la puerta de atrás, Pepa Flores hubiera perdido, en una sola noche, su ansiada felicidad de esa calma de un anonimato más merecido que cualquier estatuilla. Así, con la ausencia, sigue protegiendo una tranquilidad que cualquier reaparición se la arrebataría de un simple suspiro. 

Marisol debe quedar en el recuerdo colectivo como esa niña que creció con su propio país al ritmo de 'estando contigo, contigo, contigo, de pronto me siento feliz'. Esa joven que nunca envejecerá en la memoria social porque supo digerir, como pocos podrían, una fama que arrasaba con todo. Así ha logrado lo más difícil: ser libre. Y esa cima personal pasaba, probablemente, por escapar de esa industria que la exprimió como rentable reclamo de oro e intentar que no lo volviera a hacer nunca más. Tampoco con el gancho de unos 'Goya' con la excusa de Málaga como trasfondo. Así Marisol ha ido abrazando lo más complicado, ser ella misma, ser Pepa Flores. Y sin necesidad de caer en esa mentira a desmontar por fin de que el éxito es sinónimo del brilli brilli del postureo de la fama. El éxito es el sosiego de no depender del malentendido éxito. 

Borja Terán.

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