OPINION

¿Qué ha fracasado en la televisión de 2019?

David Broncano presenta la Resistencia
David Broncano presenta la Resistencia
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Es la época de artículos recopilatorios, de hacer balances, de rebuscar las series y programas que han destacado o pinchado en el año que dejamos atrás. Pero, si nos fijamos bien, en 2019 nada nuevo ha resaltado ni para excesivamente bien ni para mal. Ha sido un año anodino, por no decir olvidable, para la televisión tradicional que vive sumida en un bucle de propuestas, en cierto sentido, paralizada por los cambios de consumos.

En España, en 2019, ha seguido triunfando lo de siempre: el culebrón de Isabel Pantoja en todas sus versiones y spin-offs. Y ha fracasado lo que no ha tenido tiempo ni siquiera a descubrirse. Porque el espectador siente que vive entre tantos impactos de contenidos audiovisuales que castiga a los que no proyectan una identidad clara en su programación. Sólo se queda con los que comunican apasionadamente bien su producto. Mejor aún si ese producto cuenta con una autoría aplastante.

Por eso mismo, este 2019 ha sido el año de la consolidación de David Broncano. 'La Resistencia' es ejemplo de un programa de autor que define el presente televisivo: la influencia real se construye más allá de las audiencias tradicionales. Las audiencias clásicas son decisivas, pero se amplifican gracias a la relevancia y penetración social de Broncano que surge por diferentes y amplias variables. Su aceptación mainstream es fruto de cómo se adapta el producto a nivel multiplataforma. No hace falta ni ver el programa completo. Pero sí sigue siendo crucial definir bien el programa al completo y su ubicación estable en un entorno reconocible. 

Ahí es donde ha ido perdiendo la batuta de mando la televisión tradicional en este 2019. Gran parte de los canales de siempre se han quedado enredados en la batalla por la audiencia instantánea. La media de cuota de pantalla es crucial en sus modelos de negocio, pero también deben afrontar ya una reestructuración de sus programaciones para que el espectador sienta el valor añadido de ver televisión en directo, en visionado colectivo, que no es incompatible con el consumo posterior en diferido. O ese televidente se terminará marchando más y más, quizá sin retorno.

Un escenario que en España pasa por dar la posibilidad al público de acostarse más pronto. O directamente la audiencia ni una primera oportunidad a las series y ni siquiera a muchos programas. Para solucionar este embrollo, hay que aplaudir que ha habido ya intentos de acortar, por fin, el prime time con series de una hora y programas más cortos. Sin demasiada repercusión todavía, pues en los formatos que se ha dado algún tímido paso no han contado con contenidos adaptados a la nueva duración. Y el público no se ha enganchado. Es el caso de 'La Voz'. Era la ocasión de abreviar cada aparición de los concursantes para que la fórmula del formato atrapara con la esencia original de las 'audiciones ciegas': un adictivo desfile rápido de participantes que provoca en el espectador la siguiente dinámica: "¿se girarán los coaches o no se girarán? Vale, lo han escogido. Venga, me quedo a ver uno más..." Pero, en cambio, se ha eternizando a los candidatos frente a sus coachs como si hubiera que rellenar hasta las dos de la mañana. Cuando el programa acababa antes.

El estirado prime time español es muy rentable en la táctica para el tradicional análisis de audiencia. A más duración, se gana cuota de pantalla en horas de menos competencia. Aunque,  al mismo tiempo, es contraproducente para los programas y series porque se han habituado a rellenarse con contenidos menos relevantes para llegar hasta casi la madrugada, lo que propicia un desgaste más rápido de determinados formatos.

Y, lo que es peor, con tanto vaivén de contraprogramación y otras tácticas entre cadenas para salvar el tipo, el espectador ha sentido que los canales de siempre no cuentan con él y prefiere ver cómo y cuándo desea la oferta en la plataformas bajo demanda, en paulatina popularización.

Para subsanar esta pérdida de relevancia de la tele tradicional en públicos decisivos y adaptarse a los nuevos tiempos, 2020 debe ser el año de incidir y experimentar en tres variables televisivas para fortalecer la industria audiovisual:

1. Orden. Las programaciones deben recuperar la confianza de los espectadores creando citas estables que no fallan, en las que el público sabe cuándo empieza el contenido y cuando termina. Así apetece ser los primeros de ver tal 'premier' en directo, favoreciendo el consumo colectivo que dispara su experiencia a través de la conversación en las redes.

2. Diseño. La televisión tiene que indagar más en el marketing global para vender mejor su contenido con sello propio desde sus canales pero, también, a través de otros soportes. Aquí, de nuevo, cobra valor la cartelería y publicidad callejera de siempre. La BBC ya está indagando de nuevo por estos derroteros. Lo antiguo puede ser lo más nuevo, a veces. No basta lanzar el contenido al vacío de propuestas, hay que comunicar con ingenio para que destaque sobre la marabunta de oferta. 

3. La autoría. En un momento de salvaje homogeneización de contenidos porque las cadenas intentan minimizar riesgo con los protocolos de lo que tienen testado que funciona, el porvenir de la televisión sigue estando en la autoría. Realmente, sólo destaca lo que cuenta con una autoría aplastante. En la memoria, y en los audímetros. Es hora de volver a confiar en los autores. Ya se hace en las series, también debe ejercerse con más valentía en programas. Sólo recordarás éxitos trascendentes de la televisión porque tenían un autor con nombre propio detrás. La autenticidad y mirada propia de los autores tan vital en el arte, también lo es en la tele que es otro arte. El arte más masivo.

@borjateran

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