OPINION

'Salvados' y el único final posible a un dilema

Salvados el dilema
Salvados el dilema

Hasta casi el minuto cuatro no aparece Jordi Évole en imagen en 'El dilema: historia de dos rupturas', la última entrega de 'Salvados' sobre el 'procés' catalán. De hecho, Jordi Évole casi no aparece en el programa. De hecho, Jordi Évole ya no necesita aparecer en Salvados. Un formato que siempre fue de autor y que ha conseguido que sea reconocible y reputado ya sin necesidad de ver al autor. Detalle a valorar, pues la televisión suele ir unida a un malentendido, omnipresente y previsible ego del autor.

Y si hay un valor que define a Salvados es, justamente, que no es un espacio previsible. Es más, el periodismo (casi) nunca debe ser previsible. Menos aún si se enriquece con las herramientas de la creatividad televisiva pura y dura para narrar mejor la historia, lo que es habitual en Salvados. También en este último Salvados, que aporta contexto a un tema del que la audiencia de este país está altamente saturada. Cree saberlo todo, pero no conoce todo.

En un escenario mediático ideologizado o institucionalizado en el que da la sensación de que siempre se mira desde un lado u otro de las trincheras, Salvados: historia de dos rupturas intenta hacer un ejercicio de objetividad periodística al desnudar esas trincheras a través de una completa y compleja coralidad de testimonios de protagonistas. La suma de todas sus miradas y experiencias proyecta una buena foto final de lo sucedido. No hay malos, no hay buenos. Es más, el programa incluso prácticamente no permite que el espectador tome posición. Y el espectador está acostumbrado a que la televisión quiera que el público tome partido. Mejor si lo hace con apasionada indignación. Ya se sabe, los gurús dicen que ofenderse sube el share.

Pero no. Salvados opta por un documental que arranca con un coche rumbo hacia algún lugar, como si de un thriller se tratara, casi como hacia Alfred Hitchcock con sus macguffins, excusas argumentales que favorecen el desarrollo de la historia pero carecen de relevancia. Así se engancha e introduce al espectador en un viaje hacia un laberinto de política, desencuentros y emociones en el que nadie conoce aún el final.

Pero el programa consigue el ejercicio de favorecer la escucha. Está concebido para que unos y otros escuchemos a unos y otros. Y, por momentos, incluso parece que Salvados nos va a regalar un final feliz que contente a unos y a otros. Pero, cuando llega, ese final sólo consiste en lo más valioso: dejarnos pensando a todos acerca de todo lo que hemos escuchado. Lo que sabíamos y, sobre todo, lo mucho que no conocíamos. Es lo magistral de Salvados. Es lo complicado que ha conseguido el equipo de Jordi Évole en un prime time de una cadena generalista.

En tiempos de ruido, en tiempos de obsesión por una vertiginosa (y tóxica) rapidez en el tratamiento de los contenidos en los medios, en tiempos de áreas de confort ideológicas, en las que los unos y los otros no siempre quieren escuchar a otros y a unos, la televisión se para a dar tiempo al tiempo. La televisión se para a escuchar. Y lo hace sin demasiada prisa. Y ahora mismo este es el único final posible para el conflicto que se aborda: la escucha y la reflexión.

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