OPINION

TVE y el mal uso de los audímetros

Elecciones TVE
Elecciones TVE

Televisión Española está a punto de cumplir una década sin publicidad. La supresión de la financiación a través de los anuncios llegó en 2010 como oportunidad para que los contenidos de TVE se midieran en función de su calidad y rendimiento social. No sólo por la atadura del medidor de audiencia.

También se justificó ese final de la publicidad para lograr una estabilidad presupuestaria de la cadena ante un futuro movedizo de los mercados mediáticos. Sin embargo, diez años después, TVE no ha alcanzado esta firmeza. Es más, la inestabilidad política puede terminar con cualquier atisbo de relevancia de la cadena pública.  Es más, en ocasiones, la corporación se ve usada en la batalla política de una teatralizada manera superficial. Entre tanto, nadie logra que RTVE cuente con una dirección independiente de los vaivenes del poder que permita desarrollar un proyecto audiovisual con trasfondo a medio y largo plazo.

Ante este vacío existencial, RTVE está funcionando a rebufo de la pelea básica por la cuota pantalla en comparación con los canales privados. Fatal, pues se mide el éxito o fracaso de la producción con el termómetro del cortoplacista dato de share instantáneo, cuando Televisión Española merece primar un diseño de contenidos en el largo y medio recorrido. Planificando el arco anuales de estrenos y organizando la programación con una versátil paciencia y una muy definida estrategia de márketing para que la sociedad conozca el aporte de la oferta que se propone y, por consiguiente, regrese a la frecuencia. 

Este objetivo se alcanzará revolucionando casi al completo la parrilla -ahora casi funciona por inercia- con formatos de más carácter para alcanzar la notoriedad. El carácter es el mejor cimiento para afianzar contenidos de servicio público desde la creatividad y no desde la obviedad. Así, TVE escalará posiciones si apuesta por contenidos que sean competitivamente complementarios a los de Telecinco y Antena 3.

Este domingo, el complejo especial de elecciones de producción propia de RTVE se entendió como un éxito que, paradójicamente, cuando salió el dato de audiencia se sintió casi como fracaso, ya que la cadena pública sólo logró rondar el 10,9 por ciento de cuota de pantalla frente al 18,7 por ciento de La Sexta. ¿Es bajo este rendimiento? Realmente, este resultado es relativo porque hay que analizar las audiencias enfocando bien todas las variables y sus circunstancias.

Si miramos en perspectiva el rendimiento del especial elecciones 'Tu decides', se alcanzó un buen dato para La 1 porque la cadena no acompaña al espectador con producción propia de calado en el daytime, así que no atesora público fidelizado que ya está atento a la emisión, mientras que La Sexta se ha alzado como apasionado referente en estas lides al mantener un constante programación en directo con un enfoque muy claro -que no es comparable al sentido que debe coger TVE-

Pero TVE sí debe afianzar su marca en la rutina diaria del público para que la sociedad sienta suya la cadena. Detalle que simplemente se alcanza con decisiones valientes. No vale sólo invertir en efectistas formatos de prime time que traen a una audiencia infiel que, por ejemplo, al finiquitar 'MasterChef' se va y que ni siquiera asocia el talent show de turno con RTVE. Esto pasaba de manera peculiar con 'OT': el público joven ha asimilado más el nombre de la productora, Gestmusic, y no asocia la Academia como la inversión de Radio Televisión España que es. 

RTVE tiene que centrar esfuerzos en favorecer que el espectador adquiera lazos con el contenido en sus costumbres diarias. Lo que se logra si produce series y programas con un reconocible sello de calidad de cadena que otorga un valor añadido de confianza ante cualquier estreno: por producción transparente, cómplice, imaginativa e inspiradora que no encuentra en otras sintonías. Asimismo es decisivo poner en orden el escaparate que es la parrilla de programación, actualmente deslavazado. No existe sentimiento de cadena, falta autoría para atraer interés y es complicado recordar qué y cuándo emiten sus propuestas.

Ahí está el problema de fondo de TVE: está funcionando como una  cadena comercial (con publicidad) instalada en el año 2001. Incluso sus nuevas inversiones siguen roles de aquella época, en un momento en el que el acceso a contenidos televisivos es bien diferente. Y, lo que es peor, se mide lo que va bien o va mal que va el rendimiento con los tramposos trucos de share de las televisiones privadas. Es el momento de que RTVE no mire tanto el share para fijarse más y mejor en el número real de espectadores en la emisión en directo y, a la vez, en la múltiple forma de visionado en diferido. Los espectadores son reales, hay que cuidarlos para que sigan tu producto. El share es prestidigitación. 

Los tiempos han cambiado y la medición de audiencias va más allá del dato de cuota de pantalla inflada del día después. Ese dato que truca retrasando el comienzo y final del programa.  O dividiéndolo en muchos pequeños programas que nadie siente que existen porque son una falacia.

TVE no debe rendir cuentas a una muestra representativa de audimetros de manera cuadriculada, RTVE, y los medios que informan de medios de comunicación, son responsables de estudiar el consumo de sus propuestas por la proyección de las complejas tendencias que esconden. 

Así, por ejemplo, el especial electoral de TVE del pasado domingo define un crecimiento ascendente de la relevancia de RTVE de cara al futuro más próximo, mientras que -en el mismo prime time- el resultado de La Sexta marca una posible decadencia. En el caso de la tele verde, la noche electoral evidenció que tendrán que incorporar nuevas fórmulas para llamar la atención en la próxima o el acomodo tendrá efectos negativos.

Sólo los más ingeniosos sabrán leer esos datos latentes. Porque las audiencias no hay que celebrarlas simplificando el dato del día después en un tiempo en el que la audiencia accede a la televisión de tantas maneras y desde tantos soportes.  

TVE sólo crecerá si comienza a intentar sembrar vínculos con la sociedad con apuestas firmes en cada tramo de su programación tradicional, también a través de las ventanas que son las redes sociales y, por supuesto, incidiendo en una divulgación atractiva e intuitiva de los servicios 'a la carta'. Es el complicado paso para que los espectadores se impliquen en un proyecto y hasta sentirse orgullosos de la radio televisión pública por su aporte social.

Esto lo ha retratado 'El Ministerio del Tiempo', que graba estos días su nueva temporada. La serie de Pablo y Javier Olivares ha sido un fenómeno multiplataforma por encima de su éxito numérico de audiencia, ya que es una historia que entretiene pero, además, supone un chute de inquietudes en el espectador gracias a su referencias históricas, cinematográficas y socialdemográficas. Referencias que, aunque no pilles a la primera, provocan una curiosidad que brota al terminar cada episodio. Raro es escuchar una crítica a la inversión de TVE en ¡El Ministerio del Tiempo'. Al contrario, la sociedad siente suya la serie y lo que supone esta serie.

Ahí está el porvenir de TVE: trascender volviendo a osar a contar sin miedo historias de su tiempo y hacerlo través de una oferta plural que no debe ser divulgada como un gasto, pues es una inversión, al igual que la enseñanza pública. Porque TVE es una oportunidad como herramienta que nos haga mejores con la información y con el entretenimiento inspirador que surge de la creatividad de la ficción y los programas. Y estos conceptos ya no los saben medir los viejos audímetros. 

Porque la tele ya no se consume exclusivamente por la tele. La televisión pública debe aprovechar todas las plataformas para llegar a la ciudadanía sin ningún complejo, lo que facilita no financiarse con publicidad. Es hora de convertir la debilidad del fin de los anunciantes en virtud.  Lo malo, para lograrlo, los políticos deberán apoyar un proyecto independiente y profesional (de la tele) que pueda desarrollar una estrategia con amplio margen. Es fatal para RTVE que cada elecciones la cadena sufra una mutación. Así no se estabilizará nunca y acabará relegada. Pero, en el momento que vivimos, parece que nadie piensa en el porvenir. Sólo en el ¡sálvase quien pueda! del presente instantáneo. 

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