OPINION

De la imprenta de Gutenberg al iPhone de Jobs: el incomprendido triunfo de lo fácil

Steve Jobs presentó el primer iPhone en enero de 2007 en la MacWorld en San Francisco. Dijo: "He estado esperando este día desde hace dos años".

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La pregunta que se hacían todos era: ¿qué podía aportar la marca de la manzana a una industria madura y súper competitiva como la de los móviles?

Jobs se burló de esos aparatos que se llamaban a sí mismos teléfonos inteligentes y que en teoría eran muy fáciles de usar. "El problema es que no son tan inteligentes", dijo Jobs. "Y no son tan fáciles de usar".

"La parte problemática está abajo", dijo. En ese momento, aparecieron imágenes de la parte inferior de esos móviles: los teclados.

Jobs dijo que eran demasiados botones. ¿Qué pasaría si se crea una nueva aplicación? Tendría que adaptarse a cada uno de esos teclados, lo cual lo hacía muy complejo para el usuario. Pero, claro, los fabricantes no iban a cambiar esos teclados, así que si venía una nueva aplicación, a fastidiarse y a apretar botones.

¿Cómo resolver eso? "Ya lo hicimos hace 20 años", dijo Jobs, cuando introdujimos el ratón. Con un solo clic, el usuario podía abrir cualquier función de la pantalla. El iPhone ampliaba la pantalla eliminando el teclado y dejando un solo botón.

Y para manipular la pantalla táctil, iban a usar el mejor puntero del mundo, con el cual nacemos: el dedo.

Enormemente sencillo. Era el triunfo de lo fácil. Las ventas de iPhone desde entonces se han convertido en la mayor fuente de ingresos y beneficios de Apple. Los demás móviles han tenido que imitarle para triunfar.

Detrás de muchos productos y servicios que han triunfado solo existe una razón: lo fácil.

Cuando El Corte Inglés permitió devolver productos y obtener el reembolso inmediatamente, los consumidores se sintieron seguros: si se equivocaban de compra o no les gustaba, aquella tienda les permitía deshacer la decisión fácilmente. Triunfó lo fácil.

En cambio, cuando Telefónica obliga a los clientes de Imagenio a perder tiempo, y gastar esfuerzos en programar un aparato para ver películas, está poniendo en marcha lo contrario: lo difícil.

En 1998, Google creó un portal limpio, con una cajita en el centro. Nosotros poníamos la búsqueda, y ellos se encargaban de encontrarla. El triunfo de lo fácil se llevó a tal nivel que en dos años se comió a todos los buscadores.

Una de las razones de las empresas para triunfar es lo fácil. No es la única. Está el precio, como ha sucedido con Ryanair. La novedad, como ha sucedido con los programas de Microsoft. La rapidez, como cuando el correo electrónico y las empresas de paquetería urgente desplazaron el lento servicio de Correos.

Pero si se examinan a fondo esas cualidades, veremos que también fue el triunfo de lo fácil: porque hacer las cosas más baratas, más rápidas o ser el primero en sacar una innovación, supone facilitar las cosas a los consumidores. Es la ley fundamental. Es la filosofía que ha estado detrás del éxito de la imprenta de Gutenberg hasta el pago con tarjeta de crédito o los cajeros automáticos.

Pero hacer fáciles las cosas es muy difícil: el iPhone supuso tres años de un trabajo. La primera vez que se inventó un reloj de pulsera, alguien se quemó los sesos tratando de hacer los mecanismos más y más diminutos.

Lo sorprendente es que muchas empresas todavía no lo han entendido. Yo todavía me sigo encontrado productos diabólicamente complejos, servicios infernalmente torpes, y hasta artículos periodísticos incomprensiblemente difíciles de entender.

Y me dan ganas de preguntarle a los responsables: ¿Por qué su empresa quiere hacerme las cosas difíciles? ¿Creen que voy a volver a usar lo que me ofrecen?

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