OPINION

¿Por qué tanta comprensión con China?

En 1995, el gobierno chino hizo estallar una bomba nuclear en Lop Nor, en la provincia de Xinjiang. "Otra más", dijimos los periodistas cuando recibimos el teletipo.

Entre 1964 y 1996 China condujo 45 test nucleares en Lop Nor. Los expertos de NTI (Nuclear Threat Initiative, un portal de información para denunciar las amenazas nucleares), afirman que es la zona de pruebas nucleares más grande del mundo, pues ocupa una superficie de 100.000 kilómetros cuadrados, y la cruzan 2.000 kilómetros de carreteras. Los chinos ubicaron allí su centro de pruebas después de que un grupo de científicos rusos les dieran asesoramiento.

Los científicos chinos se albergan en la base de Malan, a cien kilómetros del centro de pruebas. Allí cuentan con todo tipo de instalaciones, laboratorios y hasta un moderno aeropuerto.

Ese mismo año de 1995, el gobierno francés anunció que haría una prueba nuclear en la isla de Mururoa, en el Pacífico. A mí y a nadie la hacía gracia que los gobiernos usaran el planeta tierra como conejillo de indias, pero no me sumé a las protestas contra las pruebas de Mururoa de aquel año. No moví ni un dedo.

Tenía la impresión de que si me manifestaba contra del gobierno francés y de su presidente Jacques Chirac, tendría que haberme manifestado antes contra el gobierno chino, que no daba ruedas de prensa para avisar de los test nucleares, que lo hacía a escondidas y que nadie sabía qué diablos estaba metiendo en Lop Nor.

En cambio, el gobierno francés fue meridiano: no sólo lo anunció, sino que permitió visitas, aunque, eso sí, a no menos de 100 kilómetros.

Yo trabajaba en un periódico y enviamos a un reportero que fue en uno de los barcos de Green Peace. Lástima que el barco quedó varado en medio del Pacífico, a 1.500 kilómetros de cualquier punto de la civilización. Pero fueron rescatados todos sanos y salvos.

En el periódico donde yo trabajaba se organizaron manifestaciones contra las pruebas de Mururoa. Yo aproveché esos minutos para comprar libros y tomar café. No aparecí ni en pintura porque me parecía una falta de honestidad ideológica protestar contra Francia, y no abrir la boca contra China.

Más o menos eso es lo sigue pasando en el mundo. China ejecuta a unas 10.000 personas al año, pero nadie enciende velas en los institutos ni se pasa toda la noche en las plazas públicas rezando por los condenados. Además, sus órganos son trasplantados, lo cual se ha convertido en un negocio para el país, como reconoció ayer un representante chino en un congreso celebrado en Madrid.

China tiene las cárceles llenas de presos políticos, pero nadie se encadena a las embajadas.

China ejerce una fuerte censura, pero nadie clama al cielo ni se rasga las vestiduras.

China hace dumping social, exigiendo 16 horas de trabajo a su gente y pagándoles sueldos muy bajos, pero ningún sindicato protesta contra ellos en el 1º de Mayo.

China copia patentes occidentales y no paga derechos por ninguna, pero nadie bloquea sus productos.

Podría seguir haciendo la lista de la compra sobre las cosas en las que China no es un país modelo.

En los últimos decenios, he visto que el mundo ha boicoteado a Sudáfrica, a Irán, a Cuba, a Rusia, e incluso a España. Cuando yo era joven estudiante, medio mundo boicoteó a España porque se juzgó, condenó y ejecutó a varios terroristas de ETA. China ejecuta una media de 28 al día, pero nadie mueve un dedo.

¿Por qué tanta comprensión con China? Me temo que hay varias razones. Una de ellas era ideológica. Las manifestaciones contra los test nucleares de Francia me parecían motivadas por cuestiones ideológicas: Chirac era de derechas. Como los chinos eran de izquierdas y estaban muy lejos, nadie se manifestaba contra sus pruebas nucleares.

Pero ahora se ha añadido una causa que comparten todos: las izquierdas y las derechas. China es la fábrica del mundo. Compramos tantas cosas y tan baratas, que ¿para qué enfadarse con un país de gente tan trabajadora? No estoy hablando de los productos que abarrotan las tiendas de todo a cien, sino de muchas cosas que nos rodean. Hagan la prueba: den la vuelta a su ordenador, a su impresora o a su televisor o microondas, y verán que están hechos en China.

Gracias a los chinos, nuestro poder adquisitivo ha aumentado porque por el mismo precio de antes, ahora compramos dos televisores.

Yo soy de los que ha elogiado la transición del comunismo a la economía de mercado que están realizando los chinos. También he entendido que el gobierno haya mantenido férreamente el control del país, pues, tras comprobar lo que pasó en Rusia, a todos se nos quitaron las ganas de experimentar esa metamorfosis a toda prisa y sin Estado. En Rusia, el Estado desapareció en cuestión de días, y su lugar lo tomaron las mafias. Ahora, está recomponiéndose pero durante muchos años fue caldo de guerras, de golpes de estado y de luchas intestinas.

China lo tiene todo bajo control. Tener a 1.200 millones de chinos bajo control es importante, porque no me imagino las consecuencias que podríamos sufrir con toda esa gente pasando de una economía estatal a otra abierta, sin los suficientes controles.

Pero de ahí, a dar todo por bueno hay cierta distancia. Creo que somos demasiado generosos con los chinos. Este año, según las estadísticas, se convertirán en la segunda potencia del globo, por encima de Japón. Su producto interior bruto superará los 5 billones de dólares, probablemente, un poco más que Japón. El español es de poco más de un billón.

De seguir así, el próximo a batir será EEUU, cuyo PIB triplica al de China. Creo que será la gran contienda del siglo XXI. Será una guerra económica y financiera, aunque muchos expertos dicen que al final habrá enfrentamiento bélico.

En cualquier caso, me parece que China está jugando con las cartas marcadas, y Occidente debería ser más exigente con ese país. Ya sé que nos pueden comprar muchos aviones Airbus, muchos coches, o muchas figuritas de Lladró, pero en cualquier partido, las reglas deben ser iguales para todos, y veo que con los chinos, las reglas las ponen ellos.

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