OPINION

Un Halloween de horror para Puigdemont: susto y muerte política

Hace unos días, Puigdemont disfrutaba de sus momentos

de gloria cuando preparaba el referéndum, lo realizaba, contaba los votos, y anunciaba que iba a declarar la independencia.

Todos le jaleaban en la plaza San Jaume, y le aplaudían en el Parlament. Se le veía feliz porque no solo estaba desafiando al Estado español, sino que la reacción del Estado le proporcionó magníficas fotos de “violencia policial” que dieron la vuelta al mundo. Así que declaró la independencia unilateral el 10 de octubre. ¿Se podía pedir más?

Incluso se permitió tomarle el pelo al gobierno central pues, tras anunciar la independencia, la dejó en suspenso, esperando que el gobierno se tragara la artimaña. Pero el gobierno no se la tragó, y le pidió que se aclarara: ¿la has declarado o no?

Mientras se aclaraba, el 16 de octubre la Justicia española envió a prisión a los agitadores callejeros Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, cabezas de las asociaciones independentistas Omnium Cultural y ANC. Ya era para asustarse.

Como Puigdemont seguía sin aclararse, el 21 de octubre el gobierno le aplicó lo que se debe aplicar en estos casos: el artículo 155, que le da el poder de intervenir en las instituciones catalanas.

Fue entonces cuando Puigdemont, presionado por los radicales, decidió el viernes 27 declarar la independencia. Se esperaba que a partir de ahí todo fuera sobre ruedas.

Traspaso de la administración estatal a la autonómica, rebelión de los Mossos, desobediencia de los consellers, levantamiento del pueblo catalán… Fantástico, pensó Puigdemont.

Y al día siguiente, el gobierno mostró sus cartas: decretar elecciones en Cataluña para el 21 de diciembre; destituir a Puigdemont y a sus consellers; destituir al jefe de los Mossos; desmantelar las embajadas de Cataluña en el extranjero… España contuvo el aliento esperando manifestaciones de independentistas, rebelión del jefe de los Mossos,

declaraciones de desobediencia de los altos cargos del Govern, rebelión de funcionarios.

Pues bien, lo que pasó fue lo contrario: la gigantesca manifestación del domingo en Barcelona fue para pedir una Cataluña española. El jefe de los Mossos aceptó el cese. La presidenta del Parlament aceptó la intervención del estado y suprimió las reuniones previstas, la mayoría de los consellers no asistieron a sus despachos, los independentistas se

plegaron a las elecciones ordenadas por Rajoy y, por último, Puigdemont se fue de Cataluña, y apareció… en Bélgica con cinco de sus consellers.

Ha dejado a todos boquiabiertos. ¿Ha huido? ¿A Bélgica? ¿Un país de la UE?

Y encima, busca la defensa de un abogado que en el pasado defendió a terroristas etarras. Si vuelve a España, le espera una citación de urgencia por sedición, rebelión y malversación.

Ha sido como su noche de Halloween: de susto ha pasado

a muerte política. Y un poco de ridículo, sí.

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