OPINION

8M: dos niñas para un machista

L

o que cura muy bien el machismo es tener dos hijas. Yo a cada machista le receto dos niñas, dos niñas preciosas como estas que cuando las levanta uno de sus pequeñas camas nota en las manos sus cuerpos calientes y fragantes como un pan recién hecho. Desde que soy su padre he aprendido muchas cosas, además de mis nuevas profesiones: transportista de niños, apagador de luces, cantante de nanas y acariciador de radiadores. Sobre todo, he aprendido sobre la igualdad. Comencé a darme cuenta de lo que dolía el machismo un día cuando la mayor era casi un bebé que a duras penas conseguía tenerse en pie y en las reuniones, a los críos de su edad, cuando se portaban como un orangután, los padres les reían las gracias de su testosterona temprana y de ella decían, con la boca pequeña, casi de soslayo, como si fuera un pecado, que era muy ‘mujer’. En casa me habían enseñado que ‘muy mujer’ era otra cosa, por eso yo siempre les pregunto “¿A qué te refieres?” Y responden que es ‘muy mujer’ porque se ve que va por detrás, que tiene malicia, que sabe conseguir las cosas. Que es, en resumen, una arpía.

Todo ese poso va calando y alrededor de la parte del cerebro que defiende los derechos de los hijos de uno se va tejiendo una tela de araña, una membrana hipersensible que detecta todo tipo de machismos. Por ejemplo, que si en una reunión un niño trata mal a los demás, es un poco bruto, ya sabes, las cosas de los niños que desarrollan su masculinidad, pero si ella le suelta una fresca, se levantan las miradas y, sin hablar, se hace un silencio incómodo bajo el que subyace la idea de que ella es un zorrón a pequeña escala. Las prefieren más sumisas. Ellas, también, como si llevaran inscritos los patrones en un código de comportamiento imborrable, una asimetría de planos de la que no pueden escapar. Ocurre también a la hora de jugar. Si ellas toman la pistola o la espada de ellos, está todo bien, pero si al chaval le da por acunar una muñeca de mis hijas, los padres lo miran como si hubieran visto un fantasma, como si fuera a meter los dedos en un enchufe y en el espanto que que les abre los ojos se puede leer el miedo “a que salga maricón”, que es el miedo en definitiva a que sea mujer. “Muy mujer”. Mujer maldita.

Algunas de esas chicas son altas ejecutivas, doctoras, financieras y se han batido el cobre contra esos mismos argumentos, pero de alguna manera son incapaces de renunciar a ellos, de sacárselos del ADN del comportamiento. “Qué mona es esta niña” significa a veces que es una niña sumisa, pero cuando no se defiende, es peor. Cuando el niño de su clase, que es un tarugo, que no sabe querer y que la domina, no la deja jugar con otros niños y cree que ella es su juguete, cuando le clava las uñas y le pega porque habla con otros chicos que no son él, cuando pasan todas esas cosas y ella no se defiende porque no sabe y sonríe y dice que no pasa nada y le encubre porque es su amiguito, y en el cole le cuentan que ser chivato está mal, entonces dicen que ella tiene una dependencia hacia él y que, en el fondo, disfruta. Vaya, que en el fondo le gusta. Estas mismas cosas se dicen mucho con 45 años en lugar de con cinco y un buen día en el portal de la casa hay un precinto de la Policía Nacional y un enjambre de vecinos contándole a los vecinos que el marido siempre saludaba.

Desde que el médico dijo “es una chica” has sabido que tus hijas se encontrarían con estos comportamientos, con estos reflejos, con el 22,8% menos de nómina, pero no sabías que tan pronto. Después a toda esa navaja suiza de discriminaciones la pueden llamar heteropatriarcado o como quieran llamarle, y el manifiesto de la huelga del 8 de marzo puede ser marciano, infantil, estar escrito con los pies y hasta esconder todo un ruido aparataje ideológico y la matraca de la sororidad, pero denuncia una realidad que no podemos ni debemos ignorar como civilización. Luego suena aquí y allá toda la fanfarria de ‘los niñas’ y ‘las portavozas’, que puede ser que visualicen, además del machismo, el asnerío de quien las dice. La última de la que se pudo decir que tenía las piernas bonitas fue Concha Velasco. Se puede discutir todo, pero ningunear el 8M como la típica pataleta de las mujeres -ya sabes cómo son- es un signo de machismo como la Catedral de Burgos. Al que no lo vea, les presento a mis dos niñas. No son tan malas.

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