OPINION

Cuatro razones por las que Sánchez no lo tiene (tan) difícil

El líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha prometido hoy ante el Rey el cargo de presidente del Gobierno (EFE/Fernando Alvarado)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha prometido hoy ante el Rey el cargo de presidente del Gobierno (EFE/Fernando Alvarado)

Hay dos Españas: una cree que ha llegado el cambio y otra cree que ha llegado el caos. Puede ser que ambas tengan razón. Una vez que se ha confirmado que Pdro apurará el veranillo loco de su legislatura, su llegada ha concitado diferentes posturas en torno a la idea de que lo tiene muy difícil, pero en realidad, igual no lo tiene tanto. Estas cuatro razones a su favor explican por qué.

Pdro es la España de la remontada

Este es el país en el que uno sube muy rápido y ya solo cuando está arriba le largan las antiaéreas. El ascenso siempre es plácido. Va Pedro camino de los cielos porque viene de muy abajo. Se acaba de bajar de su coche rojo y trae arrebujados en el bolsillo los tiques de la gasolina. Tiene aún la cara de la pobreza y la humildad y eso a España le gusta. Pdro es la España de la remontada: es Fernando Alonso en sus principios, es el perro que pierde la pelea, es la Roja en Sudáfrica en semifinales. La gente otorga a los perdedores un periodo de gracia ibérica y, aunque cada vez resulta más corto, puede ser suficiente para que sus asesores lo pongan en órbita. Es cierto que deberá apurar al máximo esa imagen de transitoriedad, de tipo que viene de la carretera, casi de excepción política, pues cuando se instale, si triunfa y se instala -visto lo visto, todo puede ser-, irán a por él. Aún no.

La calma está de su lado

Aquí no ha pasado nada. Parece obvio y no lo es. La España del enfrentamiento, del ‘la que se va a liar’ y de la acusación constante de inmadurez política falleció el viernes. La subida al poder de Sánchez por brusca que fuera compone un elogio de la normalidad política, democrática y ciudadana. Pudiera ser una de las razones de la no dimisión de Rajoy: no meter al país en más estados de excepción pretendida. Salió del restaurante, se fue a casa y se acabó. Ese fue su último gesto y desde cierto punto de vista resulta admirable. De alguna manera, la ciudadanía ha encontrado cierto acomodo en una moción de censura tormentosa y, sin embargo, normal. Esa normalidad institucional beneficia a Sánchez. Tiene la calma de su lado.

Pequeñas ambiciones

El ‘Sanchezstein’ que pilota hace muy difícil cualquier reforma de calado, pues el precio que le van a exigir desde el secesionismo y desde la ‘gauche Galapagar’ va a resultar inasumible. El país tiene pendientes grandes obras. Así a vuelapluma, la reforma de la seguridad social o la descentralización de la fiscalidad autonómica, pero va a ser difícil acometerlas. Tampoco el grueso del programa económico de Rajoy se puede tocar. Se permitirá, como mucho, algunos retoques cosméticos. Para la opinión pública, cambiar aspectos de la Ley de Seguridad Ciudadana, dos o tres gestos en memoria histórica, el asunto feminista y un cambio de look de la televisión pública van a ser suficiente perifollo para dar la sensación de cambio y de diálogo, las dos etiquetas -baratas y sin embargo efectivas- a las que aspira. No se trata de si se va a hacer mucho, si no de si puede conformarse con poco sin asustar a los mercados.

Todo pasa

El esquema de la opinión pública se ha convertido en una trituradora de titulares en la que los asuntos se suceden a tal velocidad que terminan por perder peso. Esto lo sabía Rajoy y lo utilizó hasta que Soraya sentó su bolso sobre el escaño del presidente. Los medios españoles son una luz estroboscópica. El mayor de los escándalos será mañana el recuerdo del fogonazo; un parpadeo. La detención de Zaplana queda en la línea de tiempo más o menos donde la Restauración Borbónica. Cristina Cifuentes en el cuarto del súper es prehistoria. En este clima de sucesión de asuntos cruciales, cada vez menos asuntos son cruciales. Este país vive en tal estado de indignación muchas veces sobreactuada que es difícil de indignarse. Los escándalos de Pdro, que vendrán -habrá que ver qué pasa con los EREs-, pasarán más rápido que nunca.

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