OPINION

El ‘Aquarius’ y el pensamiento interruptor

Barco Aquarius
Barco Aquarius
EFE

Camina por las calles y desayuna en las cafeterías una especie aún más peligrosa que el villano: el tipo que lo tiene todo claro. La simplicidad es complejidad resuelta, pero solo en el plano del arte. En el gobierno, todo es más complejo. Cada una de las decisiones que se toman tiene un coste. El poder es una cabina de avión con demasiados botones y en la mayor parte de los casos, cuando uno se pone a los mandos, al país no se le abre el tren de aterrizaje. Todo conflicto se termina por resolver ante un dilema. La política laboral, por ejemplo: ¿es categóricamente bueno proteger la calidad de los empleos que existen a costa de no crear nuevos? ¿Es mejor en sí aumentar la flexibilidad en la contratación a costa de perder esa calidad? Existen teorías que apoyan ambas posturas y ninguna de ellas sustenta una solución global.

España es un país que usa el navegador del móvil para ir a comprar pan y en el que sin embargo se emiten juicios políticos como facilidad de ametralladora: lo de Corea, lo de Trump, lo de la financiación autonómica... generalmente todo comienza con “Lo que hay que hacer es”. Este país, que lo arreglaría siempre todo “en dos patadas”, es una sociedad configurada tradicionalmente en torno a la dualidad. Cualquier decisión se considera según una respuesta de test: es buena, mala o regulín-regulán. Y no se conceden más matices.

Nos levantamos hoy en un país en el que abrir el puerto de Valencia al ‘Aquarius’ y a su estela de desesperanza resulta o bien una heroicidad que eleva la altura moral y el sentido del deber de Europa, o bien un salvavidas lanzado también a las mafias que siembran de muerte el Mediterráneo. Probablemente la decisión suponga las dos cosas en distintas proporciones. ¿Habría acaso que dejar 629 personas a la deriva en el mar?

El atolladero se construye en parte en la manera de presentar problemas y soluciones a la sociedad como si en lugar de un sistema cambiante e inabarcable sujeto a una complejidad sistémica y en ocasiones imprevisible, el mundo funcionara como una historieta de superhéroes. La clase política funciona demoscópicamente a la manera de los sexadores de pollos y divide las decisiones a tomar en si tienen rédito electoral o no. Entonces les sirven o no. La clase dirigente de este país es esclava y a la vez impulsora del pensamiento-interruptor en el que las cosas son así, en su conjunto, buenas o malas.

Luego no toman ciertas decisiones “porque non van a entenderse”, así que son rehenes de esa misma simpleza que ellos provocan. Quizás supondría más esfuerzo y más riesgo quemar la plantilla por la que es bueno lo que hace uno y malo lo que hace el de enfrente y fomentar el juicio crítico entre los españoles. Que alguien, enfrentado a la polémica sobre el barco de los refugiados, saliera a decir: “Mirad, esto no es tan sencillo ni tan fácil”. Se trata tal vez de fomentar la madurez ciudadana para tomar decisiones adultas y poner a la gente a discurrir en lugar de “hacer pedagogía”, que es como se llama en el ambiente a decirle a la gente que está equivocada, que no sabe discurrir y que uno siempre tiene razón. Pensar es un ejercicio peligroso, pero quizás, quién sabe, podría tener resultados.

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