OPINION

El padre Junqueras en la misa del Gallo

Por fin llegó la jornada de reflexión. Viene con retraso. Se debería haber reflexionado antes del lío y no después, pero es hora de ver dónde estamos. Los independentistas quisieron convertir Cataluña en una versión escandinava de la 'vida de Brian' y la utopía se les está empezando

a parecer a una misa de domingo soleado de invierno. Lo que comenzó como una cuestión de números ha terminado por romper en una disquisición sobre la fe en el amor. Lo bueno del amor es que no hay que explicarlo porque no tiene razones. Del España 'ens' roba han pasado a la

oratoria eclesial del padre Oriol desde el penal de Estremera. No le vemos porque no se puede, y es una pena, porque yo creo que la misa sobre Cataluña la está dando Oriol con estola amarilla y se frota las manos como los curas que cuando predican se aclaran un jabón invisible.

El amor de Junqueras es una religión incólume. En los albores de esta cosmogonía equivocada, la separación de España se planteó como una cuestión de números. Empezó el lío con una tabla de Excel titulada España 'ens' roba y la escalada de violencia argumental se ha elevado hasta un tuit de Junqueras que dice “Somos buena gente”. Los catalanes, se refiere, y me recuerda a aquel al que una vez preguntaron si le gustaban las rubias y respondió: “¿Pero, todas?”

La realidad a veces tiene el peso tóxico del mercurio. Para no aterrizar en algún huerto de Teruel, el globo del independentismo -inflado al calor de los rencores- tuvo que ir soltando todo su lastre argumental. Abandonaron las razones económicas, después se instalaron en la batalla de las imágenes y los sentimientos, sangraron las ancianas en las fotografías, activaron el hechizo agitando las varas de los alcaldes auroros y ahora el barco de la independencia navega en los planos de la metafísica y la fe. El mundo hoy se divide entre creyentes y paganos y el demonio es Arrimadas, que es para ellos una suerte de sacerdotisa pagana, pues tiene las sienes suficientemente anchas para que le quepan Jerez y Barcelona. Esa es una herejía aún mayor que el 155 de Mariano.

Entre la unilateralidad y el españolísimo dejarlo para otro momento se calientan las homilías y en los púlpitos a los sacerdotes encendidos les laten las venas en las frentes. Ya nadie canta Els Segadors. La bronca soterrada está a punto de encender las hogueras de una guerra santa y

sucesoria. Mala mezcla. Junqueras iba a ser el delfín, KRLS rompió el pacto de retirarse después del referendum y propició la bicefalia. En la vida seglar, dos cabezas piensan mejor que una; en política, no.

En Bruselas a Puigdemont se le está poniendo acento de telepredicador.

El mundo le escucha, pero de fondo. Llegó a Europa como el que entra en la Ciudad Santa y ahora regala biblias en catalán en la esquina del desengaño. Pensaron que haría campaña en holograma y el holograma

hace aguas como las teles de antes. Se está difuminando. Dice que cada día despacha como legítimo president de Cataluña. Habla en otro plano, fuera de sí mismo.

El estado jugaba con la posibilidad de que abandonara su retiro espiritual en Bélgica para darse un baño de masas en algún mitin de Junts per él mismo en Cataluña y se hiciera detener. A juzgar por el enfado, se diría que sus compañeros de aventura le pedían que volviera y se entregara en

el enésimo golpe de efecto y parece haber desestimado tomar parte en la aventura. Aunque a estas alturas el umbral del estupor está en la estratosfera, no se descartan sorpresas. Hay quien cree que Junqueras podría planear una fuga para oficiar la misa del Gallo.

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