OPINION

Tormenta en España: Rajoy es la boya y Arrimadas la sirena

Hay dos tipos de personas: los que admiran las tormentas y los otros. Estos tratan siempre de permanecer secos. En la ciudad en la que nací se desatan los temporales más bellos del mundo. Un día sobreviene la catástrofe y el mar abandona esa calma del verano de flotador con forma de pato y toalla en la arena, y se levanta el agua en una blancura turbia y vertical hecha de espuma y ruido. De pronto, asalta la ciudad el viento del noroeste. Viene a derribar ancianos, a hundir barcos en el mismo puerto, a destruir paraguas y a sacudir de las señales de tráfico como si las tomara por las solapas. Cuando llega el temporal, la mayor parte busca refugio en el calor de la casa y otros en cambio sienten la llamada. El mentón clavado en el pecho, zancada larga y manos en los bolsillos, recorren contra el vendaval y la lluvia horizontal las calles que los llevan al mar. Caminan con ardor en las entrañas que los guía hacia la costa. Entonces se plantan todo lo cerca del monstruo que les permite la lógica y en silencio se sienten pequeños, y al tiempo se alborotan. Empapados, casi sin respiración, rinden tributo a un dios bello y feroz. En esa zozobra, maravillados en el fondo por la destrucción del mar que reclama sus fronteras, aprenden a dimensionar su posición en el mundo, a saber quiénes son, quizás también comprenden lo delicado y frágil que es su universo. Después, de vuelta en casa, aprecian lo que tienen como si

todo fuera nuevo: el techo, la manta, la sopa, cualquier cosa, siquiera las sábanas secas, las paredes.

España en la tormenta. El país vive una de las mayores marejadas de su historia reciente después del 23F y el terrorismo de ETA. También en esto hay dos tipos de personas: los que se ponen al borde de las urnas y los que se resguardan en casa. En Cataluña las papeletas del 21D no serán más que un signo de normalidad. Ni menos. Hizo bien Rajoy en sacar las urnas a la calle. Otra cosa es fiar nada al resultado de las autonómicas porque las elecciones no cambiarán nada, que ya es algo. La cita no será aval ni plebiscito. Ni el triunfo independentista supondrá una segunda vuelta del 1O, ni una mayoría no secesionista serenará las aguas. Incluso el escenario que dibujan las encuestas no incluye ni una cosa ni la otra, puesto que se igualarían fuerzas en ambos bandos dando por sentado que el podenco Iglesias y los comunes están en el bando no independentista, que ya es decir demasiado de ellos. En el océano del desafío 'puigdemónico’ cada uno se mueve como sabe. Rajoy es una boya, fija en un punto de la noche; Iglesias, un corsario, y el cesado president atraviesa la niebla espesa de Bruselas como un barco fantasma y

descabellado. Iceta sonríe como un surfero imprudente. Arrimadas es la sirena y Pedro Sánchez cree que flota, aunque no hay que subestimarle porque cuando lo lanzaron desde el balcón de Ferraz demostró que, si no sabe volar, al menos sí que planea.

Las consultas de los psicólogos se están llenando de gentes que aman la horizontalidad de los mares de verano, pero hay algo admirable en esta España en la tempestad. Hay que mirarla como se mira un temporal en un paseo marítimo comido por las olas y enfrentado a la destrucción: con

los pies empapados y el corazón ancho. Tal vez la esencia solo intuida de este país habite en su manera de permanecer en la conmoción y haya que admirarlo así como está ahora, enfrentado a los desafíos y estremecido más allá de lo razonable. España lo será sacudida en el mar del secesionismo o no será.

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