OPINION

Junqueras, las princesas de Disney y el exceso de agua

A

lguien pidió más sentimiento en política. No sabía lo que hacía. Escribió Arturo Pérez Reverte que a la política había que venir llorado de casa y tenía razón. Abrió la veda en 2014 Oriol Junqueras, que no va a ser candidato a la presidencia catalana pero se postula para la próxima producción de las princesas Disney. El vicepresident cesado empezó toda esta catástrofe lacrimógena cuando se plantó ya hace tres años en Cataluña Radio y lloró porque a su pueblo no le permitían un referendum. Yo ese día pensé que estábamos todos perdidos, porque el sentimentalismo y la toma de decisiones no deben mezclarse más de lo estrictamente necesario. En política, el corazón debe ser el secretario y la cabeza, el jefe; nunca al revés. Primero, porque el sentimiento se mueve en un plano subjetivo en el que se pierden de golpe todas las referencias. Exigir un discurso y una acción dentro de la cordura a un representante público que va echando el moco por los platós es inútil porque ya ha abandonado el terreno del razonamiento político y ha dado el salto base de la fantasía. El político debe moverse en favor del bien público y eso muchas veces implica ser frío; si abandona este plano, encamina a los ciudadanos al desastre. La batalla de los sentimientos es mucho más despiadada incluso que la de las sensaciones. Uno vive en una nación madura -manifiestamente mejorable como todas- y en un estado de Derecho, pero siente que vive en la España del 39 y da igual lo que usted o yo le digamos porque él lo siente y el sentimiento se conduce por sus propias leyes. El nacionalismo hunde sus raíces en el sustrato del sentimiento, que es donde también toma refugio la ofensa.

La parte de España que no es Cataluña y que guardó un respetuoso silencio en los primeros lances de la faena ha hecho también algunas incursiones en este ámbito, probablemente reflejada por el mambo catalán. Aquel numerito del ‘A por ellos’, los guardias despedidos entre aplausos y banderas, toda esa fanfarria alrededor de lo que debería haber sido un tecnicismo y un asunto de seguridad ha supuesto una aventura peligrosa porque hay determinados fuegos que son difíciles de apagar.

Ahora doy un paseo por la memoria de aquella Euskadi de impuestos revolucionarios y sábanas ensangrentadas y no recuerdo a nadie llorando delante de una cámara. No lloraron los líderes, ni los dueños de los nombres que aparecían en las dianas. No se atragantaban en la radio las familias camino del sur, los hombres arruinados, ni los huérfanos. Lloraban las viudas en los funerales, acaso detrás de las gafas de sol y levantaban la barbilla y se tragaban la desesperación con una dignidad y una contención japonesas, pues sabían que aquella batalla solamente se ganaría en el plano de las ideas políticas y de la razón calmada. Y justo por eso ganaron.

En Cataluña no hay pistolas, que es lo único bueno de toda esta historia, pero sirve igual allí esa máxima que dice que no hay que llorar delante de los demás si no es de alegría. Hegels lo llamó “el llanto sonriente”. Tarradellas fue más concreto y dijo que en política se podía hacer cualquier cosa salvo el ridículo. Pongo la televisión y me instalo en el asombro superlativo del sofá, porque desde que Junqueras lloró por la radio han dinamitado todos los pactos de lectura: espera uno que los políticos den por saco, no que den pena. Aceptamos el sistema democrático representativo, pero que nos pidan compasión es ya un abuso.

En este exceso de agua lloraron los Mossos de los claveles, la chica del vídeo y hasta Gerard Piqué, pero Junqueras fue el primero. Emprendió ese día de 2014 el único camino que le quedaba, que era echar el moco. O quizás porque es un tipo grande y bizcochable que piensa en su patria maltratada por las Españas y le entra un nosequé que no se puede aguantar. O quizás saben Junqueras y Víctor Hugo que el ojo solo ve bien a Dios a través de la lágrima. Oriol sabe de ese asunto porque ha dicho que en prisión se dedica a la oración y la reflexión y yo pienso que podría haber reflexionado antes. No le deseo a nadie el talego porque la cárcel tiene mucho afán reformador, pero muy poco efecto, si no es pudrir a las personas. Ojalá ningún político tuviera que pasar por Estremera, pero con todo estamos descubriendo que la privación de libertad, nunca deseable, también supone la privación del llanto en público. No hay mártires porque no se les ve llorar. Dijo Lope que la lágrima es el mejor orador que existe. Yo me quedo con aquello de Charles Dickens: “Hay cuerdas en el corazón humano que más vale no hacer sonar”. Y a los que estén tristes: ánimo.

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