OPINION

Gobierno de dispersión nacional

Cualquier cosa puede resultar una buena idea si se sabe escoger el momento de la observación. Incluso esta de la moción. Pedro Sánchez es especialista en sacarse de la chistera trucos con una lógica inmisericorde y después nadie sabe cómo no le salen, pero se mantiene con vida. Sánchez, que es un especialista en saltar, se erige en un amante del vacío. Le enseñaron a extender las alas el día en el que lo lanzaron del balcón de Ferraz. Un señor de Lorca que se había venido a Madrid sin permiso de la parienta con un cartón pintado para apoyar al PSOE verdadero cerró los ojos esperando el ruido del cuerpo sobre el asfalto. Pedro planeó, suave como un búho sobre los verdes pinares de Moncloa.

Pedro, que se cree un fénix, vive desde entonces aunque dentro de un espectro, que es como transitan por Madrid los políticos sin tribuna. Está harto de muchas cosas, pero de todas, la que más le irrita es no andar en el Hemiciclo molestando, diciendo. No pisar moqueta en política es no ser nadie. Desea por encima de todas las cosas estar en el juego aunque sea para perder. Viene el jueves a enseñar la cara en la tribuna aunque se la partan. A uno como él pero de Vitoria le preguntaron qué era lo que más le gustaba en la vida y respondió que perder al mus. “¿Y ganar?”, le cuestionaron. “Ganar debe ser el cielo”, concluyó. Hay gente que estima que la peor de las trincheras es mejor que un domingo en el parque.

Se comprende, porque existe en la red tal cantidad de literatura hiperoptimista de memes sobre el fracaso y la caída que no sé cómo no están las urgencias hospitalarias más de bote en bote. Sánchez sale al campo a que le metan un gol porque en España -espejo de perdedores- lo importante es participar y sobre todo perder. Como uno gane, ay de él. Quizás la frase más acertada sobre esto de darse trompadas la dijera Napoleón I Bonaparte, cuando admitió lo obvio: “Podemos detenernos cuando subimos, pero nunca cuando descendemos”. Yo añado que hay que subir siempre saludando.

La Pax de Sánchez es un mundo tremendamente loco pues debe alinearse con el ala puigdemoníaca, con el Podemos de las guillotinas post Navata, con Rufián que a buen seguro traerá cosas a la sesión -a ver cuando trae un jamón de Guijuelo- y otros seres inflamables. Como dijo Paco Pascual, Rajoy advirtió: “El caos o yo”, pero el caos lo terminó por envolver. A esto en el lenguaje del campo se llama que se le meta a uno el guarro en la cebada y es muy español porque España es tendente al desorden. Con el fantasma del guirigay italiano acechando en los mercados y el desafío catalán agarrado aún a los tobillos del Estado, solo a España se le puede ocurrir un gobierno de dispersión nacional como este que se dibuja minuto a minuto y que tiene cien horas para concretarse en una moción en ‘juernes’. El panorama es esquivo porque la perspectiva del tablero está doblada en torno a Ciudadanos. En realidad, la presa de la cacería no es Rajoy, que sigue confiando en que el tiempo lo cura todo. El casco que asoma de la trinchera es el de Albert Rivera, que se juega la moción contra todos los demás. El PP teme a Ciudadanos y le pasará la factura de apoyar aunque sea unos meses una presunta presidencia de Sánchez.

El PSOE les echará en cara que siga sosteniendo un partido que vibra en los banquillos. Y de todos, el PNV es el que más teme a Ciudadanos, porque de primeras son poco amigos del trueque, aunque todo se andará. El jueves sería el día para que cada uno se retratara si no se hubieran  retratado todos ya.

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