OPINION

Hay un sable detrás de Junqueras

A

España se le ha venido encima diciembre como se vienen los sacos de cemento desde los andamios. Pajareábamos ayer en la primavera de lo posible y hoy cubre el cristal de los coches la escarcha de lo definitivo. Cruza la ventisca Marta Rovira. Viste el traje de mujer llana, razonable y familiar, pero conduce con la violencia de los padres cuando llegan tarde con sus hijos al colegio. Rovira mira el tráfico y todo son tanques. Dicen los panegíricos de sus partidarios, que siempre son los que hay que leer porque mienten en confianza, que Rovira era indepe desde chica, pero que no se hizo convergente porque el pujolismo le resultaba “una horterada”. Hija del silencio de los derrotados de la guerra civil y el catalanismo, mantiene el sesgo tierno y austero, y la cara ‘lavá’ de monja con rebeca con la que hasta ayer se disfrazó de superheroína. No se engañen. Ella es el sable en los riñones de Oriol Junqueras que impide que el vicepresidente cesado retroceda por el trampolín que le lleva al foso de los cocodrilos de la independencia. Por eso cedió a la tentación de dinamitar la marcha atrás secesionista con aquella historia de amenzaza española de sangre en las calles.

Cuando no bombardea con titulares, Rovira acepta los cargos con rubor, llora mucho y manda mucho, lo que tomado en conjunto y aplicado a una persona con responsabilidad, supone una combinación mortal. El domingo apareció en el programa de Évole para medirse con Inés Arrimadas y en lo único que se pusieron de acuerdo las dos señoras de la política catalana fue que la tasa de paro en la región oscilaba entre el 19 y el veinte por ciento. Es una pena que en realidad fuera del doce doce y medio. Ayer ya en solitario, Rovira quiso llorar después de que el juez Pablo Llarena mantuviera prisión preventiva a Oriol Junqueras, Forn y los presidentes de de ANC y Omnium y lo que le asomó por el lacrimal fue un copo de nieve.

Si este país sin alma no hubiera exterminado el anisete, los bares con petacos y la rumba catalana, los Jordis estarían cantando en la radio y no penando en el talego. Dice su abogado que están “enfurecidos” porque el magistrado les ha tildado de violentos. Lo que les importa no es la privación de libertad y aquel gitano patriota; lo que les molesta es el insulto de los jueces. Yo no he encontrado insulto alguno en el auto de Llarena, aunque es cierto que su señoría encadena las subordinadas con una profusión selvática. El juez argumenta que no concede la libertad puesto que teme que reincidan en el uso reiterado de la violencia y se remite a la hoja de ruta de la independencia, el famoso documento Enfocats que se lee como un manual de incendios forestales. En ese documento se llamaba a “aumentar el nivel de conflictividad según sea la reacción del Estado”. Cuixart y Sánchez, que fueron el alma ideológica del Asunto y que soplaron versos antiespañoles a la oreja de Puigdemont, formaron parte del comité estratégico de ese documento que vertebró el prusés. Hay que leerse a los clásicos y los autos judiciales. El texto ofrece giros dignos de un nuevo canon. Este es uno de mis preferidos: en uno de los párrafos se pone en relieve su estrategia para conseguir la adhesión a la independencia de los individuos clasificados “según una escala de graduación que discurre entre convencidos del no, hasta convencidos históricos, recientes pero débiles, indecisos, actualmente impermeables -como chaquetas enceradas- y los convencidos hiperventilados”. Estos últimos son mis preferidos.

La relación de los Jordis con la violencia hubiera sido un tanto más difusa si ellos mismos no se hubieran subido al techo del todoterreno de la Guardia Civil con un altavoz a arengar al pueblo, si no hubieran liderado 19 horas de asedio a los guardias civiles que registraban la Consejería de Economía de la Generalitat. El auto aclara que los manifestantes fueron en su mayor parte pacíficos, pero que las intenciones de los Jordis no lo eran tanto según el auto. Es decir, que se les acusa de usar la violencia, aunque sea la violencia de sus semejantes, y de dirigir a las masas. El plan era llamar a la rebeldía y que fueran otros. En realidad, los Jordis están tristes porque si Enfocats buscaba 500 detenidos para espolear la independencia, nunca pensaron que la cifra llegara a incluir a ellos dos.

Esto también resulta muy ibérico y incide en la sensación de que los secesionistas quieren separarse de España para crear una patria catalana con todos los defectos estereotipados de la española: hecha con prisa, llevada por una misteriosa fuerza, sin partida presupuestaria, sin pensar muy bien si merecía la pena toda esa aventura, minusvalorando al adversario hasta tomarlo por imbécil e intentando que el marrón se lo comiera otro.

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