OPINION

KRLS, el independentista que terminó con el independentismo

Se espera que un juez alemán decida hoy sobre la extradición de Carles Puigdemont. Por dura que sea la pena, nadie cuenta con que se le caiga el pelo.

Después de que lo detuvieran en aquel Schuby de carretera, anda KRLS penando en la prisión de Nemunster, que es una Estremera con sauerkraut. Pretendió una primavera catalana al perfume de los calçots y los tubos de escape de los tractores y se le ha venido encima el invierno. Abril siempre fue un mes traidor porque su

renacer está alimentado de ausencias.

A Puigdemont le viene todo bien porque va por el mundo vendiendo miedo, que es aún peor que vender humo. Ahora le ha ido a visitar un diputado de la izquierda alemana y le ve asustado porque en España

“nunca se sabe si te van a torturar”. Eso, sin contar con las hamburguesas demasiado hechas, los gitanos patriotas, el flamenquito apaleao y el lío de cuando se te cae la pastilla de jabón en la ducha.

Puigdemont llega a la cárcel en un tiempo equivocado. La idea de la España de Torquemada, opresora de los pueblos, ya no vende ni en

Quebec. Ni siquiera en la distancia de esta madrugada de columna al otro lado del mundo, junto al agua quieta, oscura, densa y caliente de la bahía de Biscay en Florida, un agua como de mercurio que de vez en cuando sacuden aquí y allá los peces en voraz amanecida. Algún día todo lo que veo será del de ‘las mellizos’ de Pablo e Irene, concretamente del infante del pueblo que nazca primero.

En los Estados Unidos le preguntan a uno por el independentismo catalán con sospecha de folclore, extravagancia y descubierta, casi divertidos, como cuando a los escoceses les preguntan por el monstruo del lago Ness, a los de Calatayud por La Dolores y a los de Banyoles naturalmente por el negro de Banyoles.

Puigdemont dejará un legado de trapisonda y anécdota. Embajador de la chanza, atesora todos los vicios de la política nefasta, incluido el de ponerse intenso en Twitter. Hay un riesgo en eso de elevar el tono, porque uno pretende parecer Juana de Arco y termina imitando a Belén Esteban cuando se enfada. Ahora ha mandado escribir uno de esos mensajes de pompa y circunstancia en el que reitera: “No claudicaré, no renunciaré, no me retiraré”. Cuando un político niega tres veces algo es que ese algo está cercano a producirse, pero es curioso que lo diga un tipo que fue president sin que le votara nadie. El mandato del pueblo no era tan sagrado cuando se puso en el sitio del honorable Mas, que ahora le manda

recados en sobres bomba.

KRLS tenía una misión. Misión en Girona. Su legado es sublime. Ha hecho papilla su partido, lo ha echado en manos de las CUP y su aroma de gasolina, ha aupado a la cabeza de las encuestas a Ciudadanos, su mayor enemigo, ha conseguido que al presidente de la tierra que inventó la cordura lo miren por el mundo como a la loca de los gatos, ha dividido a su gente, la ha convertido en más pobre y ha hecho lo peor que se puede hacer a un pueblo, que es aburrirlo y agotarlo. El más alto de sus servicios ha sido terminar con el secesionismo en el mundo, que vivía de la amenaza hoy descubierta. No han nadie al otro lado. No hay nada. Sin

financiación, sin pueblo que lo respalde, sin reconocimiento de ningún parlamento - ni siquiera el vasco o el de Quebec-, Puigdemont ha conseguido que en adelante y gracias a sus aportaciones, cuando en Bavaria, en Veneto, en Bilbao o en Flandes alguien diga “Me voy”, todos le digan “corre”.

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