OPINION

La memoria del Daytona: cuatro disparos para un relato de Euskadi

Los ecos del pasado permanecen en espacios sorprendentes. Maite Pagazaurtundua no entra en el Daytona de Andoain porque teme escuchar aún los disparos que mataron a su hermano Joseba, cuando entraron a ejecutarlo mientras se estaba tomando un café hace ahora quince años de miseria y de lágrimas. Ella teme que aún resuenen entre aquellas paredes las cuatro detonaciones que le largaron a bocajarro en cabeza, hombro y estómago: bang, bang, bang, bang. El miedo suena aún en las cartas del antiguo jefe de la policía local de Andoain que ha publicado ‘El Correo’ y en las que se describen años de persecución y de acoso.

El de Pagaza fue un asesinato que duró doce años, desde que le quemaran por primera vez el coche y notara que lo iban a asesinar de muerte lenta. En realidad, los cuatro tiros que lo mataron fueron cuatro tiros de gracia. Lo demás está recogido en dos cajas de papeles que ‘Titi’, su mujer, le dio a Maite después de lo del Daytona. En los papeles de algún bloc de notas cuadriculado, escritas a bolígrafo, las reflexiones de Pagaza son un aullido de miedo y angustia.

Ahora que Euskadi busca un relato para la paz, quizás les sirva este. Pagazaurtundua se revela en sus papeles como un hombre valiente y decidido, pero definitivamente humano y, por tanto, frágil. De entre todas las notas, sobresale por encima de las demás una clave política, la línea Maginot de la resistencia vasca: “No pienso así porque me quieran matar; me quieren matar porque pienso así”. En otras, Joseba da salida mediante una poética embrionaria a todas las cosas que no podía confesar a sus hijos, un manojo de bocetos de versos feroces por intuitivos. “El alma se me escapa trozo a trozo cuando veo un nuevo asesinato”. Pagaza acababa de ver cómo mataban a su amigo José Luis López de Lacalle, aquella sábana y el paraguas granate abierto junto al cadáver y quizás sintiera cómo la muerte estaba ya mordiéndole ya los tobillos. En otros pasajes, se enfrenta de cara a lo que viene. “Ay, Madre, qué miedo tengo. He de salir a la calle, afuera esperan ellos. [...] Me han de matar y no puedo evitarlo”.  

Probablemente, la más desgarradora es la carta de despedida que escribió un año antes del atentado. Euskadi se pretende dibujar ahora como un mapa táctico de voluntades políticas blanqueadas. La Euskadi de verdad se comprende en pequeños detalles como estos. Como que era la única tierra donde se contradecía el protocolo y donde en los restaurantes las mujeres se sentaban mirando a la pared y los hombres al comedor, por si entraban a matarlos. También se comprende al saber que había gente que vivía con la carta de despedida en el bolsillo, como si en lugar de tipos que iban al fútbol, a la sociedad gastronómica o a la panadería, fueran soldados de la Gran Guerra camino de Ypres.  Cuando entró en el Daytona con 45 años y dos hijos en el mundo, Joseba había comenzado hace un año a escribir su testamento con una solemnidad e ingenuidad bizarras y al tiempo desgarradoras. Comenzaba con un solemne “Si muero por mano ajena” y después se asomaba al horror del que conoce su final. Terminaba así: “Un beso a mi esposa (¡qué frío), a Titi. Te amo, pero no puedo expresarlo. Un abrazo a mis hijos. Os quiero. ¡No me olvidéis! Ama”. Al final, la madre, los hijos, el olvido y el Daytona.

La muerte no fue el único castigo a los que murieron a manos de ETA. Lo peor fue la angustia de verlos llegar, de presentir la dureza del metal de las pistolas en los bolsillos de las cazadoras de los que pasaban a su lado por la calle. Ese estremecimiento dura a día de hoy, como la huella ciega que queda en los ojos después de un fogonazo.

Hasta que no se reconozca el eco de los cuatro balazos del Daytona y otros tantos, Euskadi no encontrará su relato para la paz. Una revisión de la memoria de las víctimas -también las del GAL y las de las torturas- es fundamental para poder construir un país. Pretender recordar la Guerra Civil y olvidar los años del plomo es tan absurdo y mezquino como el ejercicio contrario. No se debe pasar página sin haberla leído. Tenemos el deber de entrar al Daytona a escuchar el eco de los cuatro balazos de Joseba.

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