OPINION

Puigdemont, el hombre que no podía parar de secesionar

C

arles Puigdemont se mueve con tal empeño independentista que ha terminado por independizarse de lo razonable. Ahora se ha pasado de frenada y no puede parar de secesionar. Empezó por querer irse de España para estar en Europa; ahora defiende irse de Europa para estar en la Tierra y se desconoce si terminará ahí. KRLS está dotado de un impulso superficial, cambiante y refrescante como la televisión del verano. Por eso ahora lo mira España con una serena sorpresa, acaso como una colección de fuegos artificiales encendida a lo lejos. Se espera lo siguiente de él y lo siguiente es que Cataluña abandone el planeta porque no le queda más que abandonarse a sí mismo y eso solo queda al alcance de los desesperados y de los buenos toreros.

Hay argumentos a favor de la huida definitiva y planetaria, puesto que, si obviamos determinados detalles como las olas, los caballos, el olor a hierba cortada y las primeras templanzas de la primavera, el planeta es un lugar muy desagradable en el que no suceden más que terremotos y huracanes, que está cubierto en su mayor parte por agua salada y que, salvando una estrecha franja habitable, se extiende como un infierno de hielo o de fuego.

Preso del calor de la rabia por no haber sido recibido como el libertador que él cree que debería ser, KRLS ha desechado quizás por siempre la postura de tradición misionera del seny, aquel “Cualquier día, cojo la puerta y me quedo” que tan buen resultado les dio. Se ha abierto a posturas impensadas hasta ahora. Ha declarado en una de sus entrevistas que Europa es “un club de países decadentes y obsolescentes en el que mandan unos pocos muy ligados a intereses económicos cada vez más discutibles” y que Cataluña debería decidir si se queda o se va. Como argumento para negociar una adhesión futura, no tiene precio. Hasta el PdCat ha tenido que matizar sus palabras y aclarar que quiso decir que está convencido de quedarse en la UE, pero en otra, y de esto se desprende que hay al menos dos.

KRLS erigido en cosmonauta emprende nuevos caminos a galaxias desconocidas. La ciencia, que juega con las reglas de lo posible, dice que el cosmos es tan vasto y se expande a tal velocidad que la única manera de aprehenderlo son las matemáticas, que juegan siempre con la suposición, pues prevén que puedan hacer president a Iceta. Han conseguido probar que por fuerza existen otros planetas habitables similares a la Tierra. Lo difícil es saber cuáles, porque nadie ha estado nunca allí y el viaje cansa mucho.

Lo que se sabe hasta el momento, que siempre resulta más terrenal de lo que podría ser, es esto: incluso adjuntando al programa electoral la mentira de que los pueblos del norte -educados, trabajadores, pulcros, productivos y madrugadores- recibirían a los civilizados catalanes con los brazos abiertos, menos de la mitad de los votantes apoyó a los partidos de la ruptura. Ahora, serían menos, pues nadie viaja a ninguna parte. El universo Merkel no fue atractivo sin España; no veo a Cataluña mudándose al Universo Putin. Hasta la Grecia de la miseria, la austeridad y las barricadas volvió de ese viaje. El ser humano puede tener momentos de originalidad desbordante, pero no tantos.

Empiezo a dudar de KRLS. Es uno de esos casos en los que la persona que uno quiere ser y la que realmente es bailan juntos músicas distintas. Él quería encender la mecha de un otoño catalán que despertara las pulsiones independentistas y unilaterales de diversos pueblos con ansias de independencia. Lo que ha conseguido es cohesionar más la Europa unida en torno a la fortaleza territorial de sus miembros, es decir, todo lo contrario de lo que pretendía. Cae sobre él el peso de la ironía de querer terminar con algo y en cambio hacerlo más fuerte. Siendo “un problema interno de España”, KRLS salvará la Europa de los estados. Las tensiones nacionalistas seguirán latentes y habrá que abordarlas de otra manera ofreciendo otras salidas, pero ha quedado meridianamente claro que llegado un momento, los padres de las patrias imposibles se terminan por parecer a la loca de los gatos. Y siempre es más fácil encontrar candidatos a hacer el loco que el ridículo.

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