OPINION

Puigdemont: del nacionalismo al populismo antieuropeísta en tres actos

L

a huida hacia adelante del expresidente Puigdemont no tiene límites. Este fin de semana ha dado una nueva vuelta de tuerca de 180 grados en su camino hacia la sinrazón del populismo. No se puede entender de otra manera -en una entrevista a la televisión pública israelí Canal 1 Kan, y tras instalarse en el “corazón de Europa”, como él mismo dijo al aparecer en Bruselas- su definición de la Unión Europea como un "club de países decadentes, obsolescentes, en el que mandan unos pocos, además muy ligados a intereses económicos cada vez más discutibles” y "donde hay varias varas de medir".

Pero el discurso de Puigdemont no es nuevo en Europa, es el de eurófobos como Nigel Farage, Marine Le Pen, Wilders y del resto de la ultraderecha europea. Ya es uno más y prácticamente irreconocible entre ellos. Se le adelantó Farage en 2016: "El proyecto europeo está en decadencia. La UE actúa como la mafia. No tiene legitimidad, es un chanchullo que ni siquiera respeta la democracia. Es una casa fría, con escasa democracia en su interior" o Marine Le Pen hace escasos meses cuando desde la Eurocámara dijo exactamente lo mismo: "La UE es un club decadente".

La diferencia respecto a ellos es que apenas hace unas semanas el mismo Puigdemont trataba de internacionalizar el procés y buscaba ganarse a las instituciones europeas para su causa. Hoy claramente ha destapado su objetivo populista, ése que acecha la unidad de Europa y el proyecto europeo. El que no diferencia el movimiento secesionista catalán de los euroescépticos.

Y el guión de los populistas se ha desarrollado en tres actos como toda tragedia.

Primer acto. La introducción la protagonizó en 2013 el mentor político de Puigdemont, el expresidente Artur Mas, al afirmar desafiando a la UE que una Cataluña independiente y soberana seguiría en el euro y que no debería haber ningún temor a quedar fuera del espacio Schengen. Durante todo este periodo de secesionismo ha patrocinado los informes jurídicos que aventuraban que una Cataluña independiente nunca saldría de la UE. Eso sí, haciendo caso omiso a los mensajes claros que desde la Comisión Europea el entonces presidente Romano Prodi les hacía llegar: "Cuando un territorio de un Estado miembro deja de formar parte de ese Estado, porque se convierte en un Estado independiente, los tratados dejarán de aplicarse a ese nuevo Estado".

Segundo acto. La confrontación protagonizada ya por Puigdemont con su gobierno, agarrándose en todo momento a los informes sobre una Cataluña independiente dentro de la UE, del euro y de Schengen. A medida que se iba preparando el referéndum de independencia, la tesis del expresidente era que tanto Bruselas como los Estados miembros verían con buenos ojos la secesión. "No está en juego la independencia sino la democracia; Europa no podrá mirar hacia otro lado". Poco a poco el bloque independentista fue reclamando, al mismo tiempo que se declaraba profundamente europeísta, que Bruselas mediara entre España y Cataluña: "Europa intervendrá con diálogo político en un primer momento, y facilitando el encaje jurídico después” y reafirmaba la "clara vocación de pertenencia de Cataluña en el proyecto europeo".

Un falso europeísmo que se vino abajo en cuanto que tanto Jean-Claude Juncker como Antonio Tajani desnudaron la amenaza que supone para Europa los nacionalismos.

Juncker fue muy claro: "No podemos jugar con sus derechos" antes de alertar de la "amenaza que planea sobre la Unión" por parte de los nacionalismos. A su juicio, son "un veneno que impide que Europa trabaje de manera conjunta para influir en la esfera mundial". “No tenemos el derecho a deshacer a nivel nacional y regional un modelo de coexistencia que hemos de construir para el conjunto de Europa. Si lo hacemos entraremos en deriva". Y declaraba: "Sí a la Europa de las naciones, sí a la Europa de las regiones, pero digo no a la división de las categorías nacionales y regionales que hemos sobrepasado ya desde la Segunda Guerra Mundial". Y no se quedó atrás Tajani, avisando a los independentistas: "Nadie va a estar a favor de la independencia de Cataluña".

Y el tercer acto llegó con la falta de apoyo por parte de Europa. El desenlace: A medida que quedaba claro que el discurso independentista no calaba en Europa llegaron los ataques de Puigdemont al proyecto europeo. El día de su llegada a su autoproclamado exilio de Bruselas, a finales de septiembre, lanzó los primeros dardos contra la Unión, dardos que han terminado en el alegato antieuropeo de Brujas el mismo día de la presentación de la lista del PdCat.

Y culminó esa deriva en esa escalada euroescéptica: "La UE es insensible al atropello de los derechos humanos, de los derechos democráticos de un territorio solo porque una derecha postfranquista española tiene interés en que sea así”. Los catalanes “deberían decidir si quieren pertenecer a esta UE” y “en qué condiciones". "Vamos a ver qué dice el pueblo de Cataluña".

Primero fue salir de España, y Cataluña ha seguido siendo España; lo segundo ha sido salir de Europa, y Cataluña va a seguir siendo Europa. De donde sí ha salido Puigdemont hace mucho tiempo es del sentido común y de la realidad; espacio donde siempre deben encontrarse los servidores públicos defendiendo el bienestar de sus conciudadanos.

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