OPINION

Todos somos feministas y nos quedan muchos techos por romper

E

stamos viviendo una semana especial para las mujeres: La semana marcada por la celebración en muchos países del mundo del Día Internacional de la Mujer, en la que las mujeres de todos los continentes -a menudo separadas por fronteras nacionales y diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, económicas y políticas- nos unimos para conmemorar nuestro día; dando así continuidad a una tradición de no menos de noventa años de lucha en pro de la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo.

Una efeméride que se refiere a las mujeres corrientes como artífices de la Historia, y que hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre.

Un día que se originó en 1857 y no fue por una celebración. Aquel 8 de marzo de 1857 cientos de mujeres de una fábrica de textiles de Nueva York salieron a la calle para protestar por los bajos sueldos que percibían (eran menos de la mitad de lo que cobraban sus compañeros varones) y por las pésimas condiciones en las que trabajaban. Aquella manifestación acabó mal, con la Policía dispersando la protesta. 120 de las mujeres que decidieron gritar por la igualdad fallecieron, pero las trabajadoras no se dejaron amilanar y dos años después fundaron su primer sindicato.

Desde aquel histórico 8 de marzo se convirtió en una fecha para la reivindicación señalada en nuestros calendarios, entendiendo por "nuestros" los de las mujeres que nos han precedido a todos: bisabuelas, abuelas, madres, hermanas, hijas... Fecha que a día de hoy conmemoramos como un paso adelante en nuestro desarrollo personal y en la igualdad del sexo femenino en la sociedad.

Son muchas las historias que en todos los países han ocurrido a lo largo de los "8 de marzo". Algunas simbolizan importantes conquistas de derechos; otras, grandes tragedias que dieron paso a esas conquistas. Sin duda la más extendida sobre la conmemoración del 8 de marzo hace referencia a los hechos que sucedieron en esa fecha del año 1908, cuando 146 mujeres empleadas de la fábrica textil Cotton de Nueva York murieron calcinadas en un incendio provocado por las bombas incendiarias que les lanzaron, ante su negativa de abandonar el encierro con el que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían.

Es la memoria de todas aquellas mujeres que han dejado su vida luchando por nuestros derechos, o que la han perdido fruto de la desigualdad, la que debe alentar a los hombres y mujeres del presente siglo -el que además ha sido bautizado como "el siglo de las mujeres"- a seguir avanzado.

Una memoria que exige el respeto de no utilizar este día como arma arrojadiza y menos entre nosotras. No debemos entrar en una guerra sobre quién defiende más y mejor los derechos de las mujeres en función del modo en que decide reivindicar o visibilizar las diferencias, las brechas entre sexos. No caigamos en eso.

Es triste asistir estos días a discusiones de este tipo cuando hay tantos motivos de diferencia sobre los que debatir y sobre los que plantear cambios desde la sociedad actual; para que nuestros niños y niñas de hoy se sientan orgullosos mañana de cómo juntos conseguimos eliminar las injustas diferencias entre sexos por nuestra condición de mujeres.

Es imposible que todas estemos de acuerdo sobre el modo o la forma de vivir este jueves: una huelga, un paro de X horas o trabajar. Habrá millones de justificaciones para la postura que cada una de nosotras elijamos, todas ellas fundadas y lícitas. No las juzguemos, respetémoslas como ejemplo de la libertad e igualdad que reivindicamos para todas nosotras. Cualquier modo y manera elegido por una mujer de vivir el 8 de marzo no puede ser cuestionado por otra.

Vayamos al fondo que es lo importante: Es cierto que hemos avanzado, que hemos perdido el miedo, que hemos cruzado algunas metas pero nos quedan muchas otras por alcanzar y miles de techos que romper. Porque todas somos feministas y compartimos los motivos.

Las diferencias en los salarios, en las pensiones, en la presencia en los puestos directivos, en la toma de decisiones políticas o la lacra de la violencia de género son nuestros motivos. Porque la brecha salarial media entre mujeres y hombres en España se sitúa en torno al 15% -por hora trabajada, entre el 14% y el 17%-. Porque en las pensiones de jubilación la brecha varía desde los 200 a los casi 800 euros según qué lugar de España se mire, según los datos de febrero de la Seguridad Social. Porque los estudios sobre la presencia de la mujer en el mercado laboral confirman que representamos el 60% de los licenciados en nuestro país y el 45% del mercado laboral, pero al llegar a los puestos de alta dirección de las compañías este porcentaje desciende en torno al 10%.

Son razones todas ellas directamente unidas a cómo la maternidad marca la vida laboral de la mujer. La carrera profesional del hombre no se ve tan afectada: el cuidado de los hijos, las reducciones de jornada, las excedencias... todo parece cosas de mujeres y no lo son. Llamamos a la corresponsabilidad. Es cierto que son derechos protegidos, pero sin embargo acaban perjudicando a la mujer por su falta de reconocimiento a la hora de calcular la pensión. Queda por tanto mucho por cambiar.

Pero sin olvidar que también son numerosos los avances conseguidos como el complemento de maternidad que tienen hoy nuestras madres y abuelas, la ampliación del permiso de paternidad, el liderazgo en la creación de empleo femenino en la zona euro, el pacto de estado contra la violencia de género... Logros que animan a continuar trabajando todos juntos. Porque todas somos feministas y compartimos los mismos motivos para luchar, reivindicar y seguir trabajando.

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