OPINION

¡Viva la Constitución!

C

orría 1977 y España celebraba sus primeras elecciones democráticas. Aquellos comicios otorgaron protagonismo a todas las ideologías y a todas las fuerzas políticas que por aquel entonces reclamaban su espacio en un nuevo y prometedor Estado que empezaba a gestarse, con un objetivo común: Dotar a este gran país que era y es España de una Carta Magna que permitiera encauzar en términos de progreso social y económico el gran potencial de la sociedad española.

Aquellas elecciones dieron paso a la ratificación en referéndum un 6 de diciembre de 1978 de una Constitución que se acerca a su cuarenta cumpleaños.

Cuatro decenios que han sellado la época democrática más longeva de la historia reciente de España, que han fijado los principios de solidaridad e igualdad con solidez y que han consagrado los derechos individuales por los cuales nos regimos.

Cuatro décadas en las que este gran país que es España, sobre la base de aquella Constitución de 1978, se ha consolidado hasta situarse como una de las democracias más avanzadas, modernas y aventajadas de Europa y del mundo. Un proyecto común que es España cuyo futuro tiene la garantía de que lo decidimos, desde su indisoluble unidad, siempre todos los españoles.

Desde la concordia se aprobó un proyecto de convivencia que avanzara hacia el bienestar y se afianzara en el pluralismo, la libertad y la tolerancia. Una democracia parlamentaria desde la que el gobierno de la mayoría mantuviera el respeto incuestionable hacia las minorías; en la que todavía hoy pueden verse reflejadas las generaciones que impulsaron el cambio hacia la democracia y con ella hacia el progreso, pero también las generaciones más jóvenes que nacieron tras su aprobación. Un estado de las autonomías que nos ha dado el mayor nivel de descentralización política de Europa.

Cuando no se han sentido de cerca los efectos de otros tiempos ausentes de libertad y de estado de derecho, es habitual no conceder ni reconocer su justo y equitativo valor a una situación óptima. E incluso es común caer en la ingenua tentación de creerse -por aquellos que no participaron de aquel momento político- con la autoridad -no acreditable en ninguno de sus escuetos currículums políticos- de superar los logros alcanzados por quienes asumieron con humildad la responsabilidad de ser los padres de la Constitución desde la concordia. Por eso es necesario, en cada aniversario, celebrarla para refrendarla y como ejercicio de reconocimiento a esos hombres leales y generosos nunca suficientemente ensalzados.

Los retos de hoy: la inclusión, la lucha contra el cambio climático, la defensa del honor y la intimidad tras la irrupción de la digitalización o el desarrollo social y económico, entre otros, encuentran su cobertura y respaldo en el marco constitucional antes incluso de su irrupción en las agendas políticas, planteando hasta distintos caminos desde la perspectiva política para alcanzarlos. De este modo se garantiza el propósito de que lo logremos juntos desde el diálogo y el consenso.

Reconozcamos el valor de la Carta Magna en sí misma. No podemos olvidar que la Constitución constituye esa base por la que España fue capaz de transitar de una economía frágil a otra moderna, preparada y capacitada para seguir mirando al futuro con confianza; base para alcanzar uno de los estados del bienestar más fuertes de las democracias modernas.

Asimismo, estableció los cimientos para afrontar y solucionar problemas sociales tradicionales que se presentaban enquistados y otros que irrumpieron a merced de las circunstancias y a los que también hemos sido capaces de poner límites con ella.

Una Constitución que ante el desafío separatista ha sido eficaz a la hora de restaurar con el artículo 155 el contexto de unidad por el que, históricamente, tanto nos hemos empeñado. Demostrando su solidez y resistencia ante el intento que querer imponer un futuro de España desde la ruptura y dejando al margen al resto de los más de 40 millones de españoles. Porque dentro de la Constitución cabe todo, pero fuera de ella el propio régimen constitucional es capaz de restituir desde la separación de poderes la legalidad y la igualdad entre los españoles.

Es un buen momento, aprovechando el aniversario de las primera elecciones democráticas, para reflexionar y analizar lo que éramos y lo que somos. Y dado que corren voces que claman con fervor la reforma de nuestra Constitución, el tiempo óptimo para preguntarnos hacia dónde queremos ir con ella. Sin duda alguna, cabe modificarla -y así ya fue previsto el procedimiento para hacerlo con garantías por los padres de la Constitución en el 78- pero antes de abrir el proceso es bueno que nos preguntemos para qué queremos reformarla y dónde queremos ir con la tan citada reforma.

En definitiva, la Constitución es una victoria colectiva que no prescindió de nadie y su futuro no puede estar sujeto al cortoplacismo electoralista. Su futuro tiene que seguir siendo servir al estado de bienestar basado en el progreso, en la igualdad entre españoles, en la solidaridad entre territorios y en el respeto en el que hoy vivimos pero, sobre todo, en el que hoy convivimos.

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