OPINION

Ana Botín toma el camino más difícil... pero al final hay oro

Fotografía Ana Patricia Botín, Santander
Fotografía Ana Patricia Botín, Santander
EFE

Cuando Ana Botín se citó con Rodrigo Echenique para abordar el cambio que tenía previsto en la cúpula del Banco Santander, a la sazón una auténtica revolución, con toda seguridad podía prever su reacción. La entidad había anunciado a finales de junio que el histórico directivo, hombre fuerte de su padre durante años, dejaría todas sus funciones ejecutivas el 1 de enero de 2019, cerrada la integración del Popular. Su ciclo y su compromiso con la nueva etapa estaba cumplido. Continuaría, eso sí, como vicepresidente del banco. Sin embargo, cuando en ese encuentro Botín le comunicó que su intención era que José Antonio Álvarez, hasta ahora CEO de la entidad, asumiera las funciones como presidente de Santander España, pronto se dio cuenta de que esa vicepresidencia tampoco tenía sentido. Parecía lógico que recayera también en Álvarez, todo un seguro de vida, y además con atribuciones ejecutivas. Una mudanza que escenifica el cambio de guardia en la casa, hasta generacional, pero que no refleja todo lo disruptivo del cambio.

Y es que el nombramiento como consejero delegado de Andrea Orcel -procedente de UBS- en sustitución de Álvarez marca un antes y un después en la gestión de la entidad. No en vano, su elección implica cambiar radicalmente el foco de la principal entidad financiera del país, desde una visión centrada en el negocio ‘retail’ -con un valor añadido limitado y exprimido- a un planteamiento más en línea con los atributos que distinguen a la banca de inversión. Parece claro que, con el movimiento, Santander busca acelerar en banca global corporativa, acercarse a los mercados y poner en valor la transformación digital del banco -con el fin último de que tenga reflejo en su maltrecha cotización-, así como 'estrujar' al máximo su balance en busca de operaciones de financiación que aporten mayores réditos. Todo un cambio de paradigma en un sector atrapado por los limitados márgenes.

Con gran probabilidad, la llegada del nuevo CEO tendrá un primer impacto en el día a día de la organización, que se estresará sin remedio. Orcel, con fama de tener una personalidad fuerte y hasta histriónica, está acostumbrado a un modelo, el de la banca de inversión, más ágil y exigente, con notable rotación y fama de llevar al límite a los ejecutivos y las estructuras. Banquero que desde hace décadas ha trabajado de la mano con el Banco Santander para cerrar alguna de sus más importantes operaciones corporativas, presenta un reto no pequeño para la propia Ana Botín, en tanto la presidenta no solo tendrá que hacer digerible la apuesta en la casa, sino engrasar toda la maquinaria para que ésta funcione a pleno rendimiento. Todo al tiempo que ella misma -a fin de cuentas la primera ejecutiva del banco- busca la mejor manera de encajar y entenderse con un ego tan marcado como el del italiano, tras los años ‘amables’ de Álvarez detrás de la operativa diaria del banco.

En parte por lo anterior es tan digno de elogio el paso adelante dado por Botín. No en vano, la ejecutiva se lanza con Orcel a buscar fuera de casa precisamente lo que no tiene, a riesgo de poner en peligro un modelo de negocio que funciona razonablemente bien. De hecho, no faltaría quien, siguiendo una escrupulosa aplicación de criterios de ‘risk management’, le hubiera aconsejado optar como CEO por alguno de los responsables de las filiales de Brasil, Reino Unido o la propia España, como opciones más seguras en una entidad que es, a fin de cuentas, un ‘banco de bancos’. Sin embargo, el Santander ha optado por un ‘approach’ más radical, tal vez bajo la convicción de que en una industria en transformación lo que verdaderamente penaliza es hacer lo convencional. Un órdago que invita a reflexionar sobre los límites del riesgo corporativo, y en qué medida es más arriesgado el inmovilismo o la apuesta por reinventar la compañía.

En ese punto, es interesante echar un vistazo a las grandes corporaciones españolas, que en general plantean relevos en la gestión más conservadores. Por ejemplo, una empresa en pleno proceso de sucesión, como la ACS de Florentino Pérez, ha designado como próximo presidente a Marcelino Fernández-Verdes, un ejecutivo de enorme prestigio y que garantiza una senda continuista y sin sobresaltos. En otros casos como el de Inditex, una multinacional de éxito rutilante, la apuesta de su propietario, Amancio Ortega, fue poner la empresa en manos del mejor gestor posible para su modelo. El corto plazo de ambos negocios gozará, salvo factores exógenos impredecibles, de buena salud. Un exceso de riesgo, por ponerse en el otro extremo, puede llevar a la ruina. Basta mirar a Tesla, cuyo alma y fundador, Elon Musk, se veía ayer obligado a dejar la firma tras ser sancionado por la SEC después de un cúmulo de decisiones erráticas que han dejado sin visibilidad el modelo de negocio.

¿Cabe esperar de Orcel el diseño de una operación corporativa, véase una compra más o el desembarco en otro mercado? Fuentes cercanas al banco explican que “no es probable que eso suceda a corto plazo, aunque si hay que hacerla, la hará”. En el ADN del financiero está, de eso no hay duda, pero el reto es incluso de mayor envergadura si a Botín le sale bien la jugada. Cambiará la imagen y las formas de hacer en el banco, tanto de cara a afuera como internamente. Explicaba Warren Buffett que, si alguien le diera un millón de dólares por sobrevivir a una ruleta rusa con una bala en el cargador, probablemente declinaría la oferta. Cosa distinta sería si la oferta fuera de cinco millones por apretar el gatillo dos veces. Y es que todo al final es una correlación de riesgo y recompensa. El botín al que aspira la presidenta del Santander al apostar por Orcel bien podría equivaler a esos cinco millones a los que tan gustosamente aspiraba el ‘oráculo de Omaha’. Al final del arco iris, cuenta la leyenda irlandesa, se esconde una olla de oro. Pero caminar por los haces de luz no es fácil. Solo ponerse en marcha merece todo el crédito.

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