OPINION

Atraco (im)perfecto: Sánchez elige mal para el 'robo' de La Moncloa

A Pedro Sánchez sólo le falta el 'sí' de ERC para ser Presidente del Gobierno
A Pedro Sánchez sólo le falta el 'sí' de ERC para ser Presidente del Gobierno

Teatro, la vida es puro teatro. Al menos entre los políticos que nos representan. Las bases del PSOE ratificaban este sábado un acuerdo con Unidas Podemos cuya letra pequeña aún no se conoce. De hecho, no se conoce ni la grande. ¿Tendremos una banca pública? ¿Aceptará Sánchez una empresa energética controlada por el Estado como quieren las huestes de Pablo Iglesias? Se trata, sin duda, de temas importantes que, sin embargo, no parecen relevantes para quienes buscan, por encima de cualquier otra consideración y a lo que se ve, amarrar La Moncloa y uno u otro cargo. ¿Por qué la vicepresidencia de Iglesias ya no quita el sueño al presidente en funciones? Sin respuesta. ¿Por qué el líder morado ‘se conforma’ ahora con los ministerios que antes no quería porque carecían de competencias? Tampoco está claro. En estas, la pregunta a los militantes no forma parte sino del tan socorrido relato que buscan amasar quienes se muestran más preocupados por la forma que por el fondo. No había que ser un lince para vaticinar que el jefe de los socialistas presumiría de participación en una consulta tan previsible como su convocatoria. Claro que Sánchez no es el único que ha hecho de la impostura un arte.

Y es que otros que andan igualmente construyendo con mimo su propio relato son los independentistas de ERC, que tienen que aquilatar en lo posible su previsible abstención. Porque, ¿cómo explicar un eventual plácet a la investidura de Sánchez a quienes han inundado las calles tras la sentencia contra los presos del ‘procès’? Así que toca pedir para luego justificar. Por ejemplo, y más allá de la consulta de rigor a sus propias bases, la puesta en marcha de una mesa de diálogo “entre iguales”, véase “entre gobiernos". No resulta difícil intuir que el PSOE, en lugar de descartar de plano esta posibilidad, destapar la añagaza y buscar otras opciones más provechosas dentro del constitucionalismo, va a arremangarse para descafeinar lingüísticamente ese espacio de negociación que los soberanistas convenientemente ‘venderán’ a los suyos. Todavía hoy se recuerda el empeño de Zapatero en referirse como una mera “desaceleración” a la mayor crisis económica de los tiempos modernos, golpe del que aún vivimos secuelas en sectores estratégicos. En el mejor de los casos, a nadie extrañaría un silencio cómplice.

Ante semejantes ‘compañeros de atraco’, no es de extrañar que en Génova se estén recibiendo presiones nunca vistas para facilitar el proceso. Como publicó La Información citando fuentes cercanas a la dirección del PP, en los últimos días se han intensificado los llamamientos de la gran empresa para que Pablo Casado contribuya a resolver el bloqueo y libere a Sánchez del yugo de los independentistas. De fraguar el Ejecutivo de izquierdas, la banca, por ejemplo, afronta un impuesto que amenaza con drenar todavía más su última línea en uno de sus momentos más críticos en términos de márgenes por la curva de tipos. Es más, es de suponer que, según vayan conociéndose los intríngulis de los acuerdos alcanzados por Sánchez, las presiones sobre el líder popular vayan incluso ‘in crescendo’. En este punto, acertará el líder popular si se mantiene en su actual posición de rechazo rotundo a una abstención. Ni el PSOE le ha buscado para el diálogo como primera opción ni eventuales condiciones en materia territorial en ámbitos como Navarra o de contención del gasto pública contarían con un compromiso fiable por parte del presidente del Gobierno en funciones. Ante la amenaza de Vox, su firmeza como alternativa es clave, también de cara a mantener la moral alta en sus propias filas.

Mas preocupante que el entramado de pactos es, no obstante, el impacto que la ‘italianización’ de la vida política que se vive desde el año 2015 está poco a poco teniendo entre los ciudadanos, presas de una desafección creciente por lo público. Según la última encuesta elaborada por Ipsos para el Grupo Henneo/La información, casi un 49% de los encuestados estima que el gobierno que salga de las últimas elecciones no cumplirá la legislatura y, en el mejor escenario, no superará los tres años. No es el que el 51% restante le conceda el beneficio de la duda, en tanto un 21% prefiere no pronunciarse, no se sabe si por hastío, desidia o incapacidad para predecir el futuro ante un ecosistema que se ha demostrado tan cambiante. Un verdadero quebradero de cabeza si se tiene en cuenta que un 82,5% considera que la economía seguirá igual o irá a peor (hasta cuatro de cada diez votantes preguntados). Dicho lo cual, aunque no sorprenda que la confianza de los electores en la política y los políticos esté bajo mínimos, el sondeo poselectoral llama la atención en tanto también se cuestionan instituciones clave del Estado de Derecho.

Sin ir más lejos, solo un 46,6% de los españoles interpelados afirma que la sentencia sobre el ‘caso de los ERE’ en Andalucía ha sido justa. En el caso del fallo sobre los presos del ‘procès’, el porcentaje se eleva levemente, pero apenas se sitúa en el 51%. En consecuencia, un eje vertebrador del sistema democrático como es la justicia también sufre a lomos de la polarización política y de sus propias lacras. Con la renovación de sus principales órganos de gobierno e instancias bloqueada por el ‘impasse’ en la formación de gobierno, resulta dramático que los ciudadanos vean con tamaño grado de recelo resoluciones trascendentales -e históricas- para el futuro del país. Igualmente triste es que las reacciones al fallo de los ERE por parte de los Sánchez -conjurado desde hace años para hacer ver que Chaves y Griñan son unos señores que pasaban por Ferraz y no historia viva del partido- o Pablo Iglesias -achacando al funesto y trasnochado bipartidismo todos los males del universo, no vaya a ser que un motita de corrupción empañe la flamante estrella de vicepresidente que corteja- no ayuden a reconciliar al ciudadano con quienes deben ser los primeros en acometer el hercúleo trabajo que se requiere desde hace décadas para regenerar y prestigiar la institución de la justicia, alejándola de cualquier interferencia política. Siempre mejor echar balones fuera y tirar de argumentario fácil -parecen que pensar- que manejar ante el ciudadano la escala de grises.

En ‘La jungla de Asfalto’ (The Asphalt Jungle, 1950), John Huston hace suya la novela W.R. Burnett para descerrajar el retrato de una banda de perdedores condenados a fracasar víctimas de sus propias debilidades tras el robo de una joyería. Es el caso de Erwin ‘Doc’ Riedenschneider, un criminal legendario que acaba de salir de la cárcel para poner en marcha el brillante plan y que es finalmente detenido por el talón de Aquiles que para él son las mujeres. O Dix Handley -magnífico Sterling Hayden-, que se deja llevar por las apuestas. Traicionados por el corrupto abogado Alonzo D. Emerich, el financiador del atraco, sus esperanzas de salirse con la suya se van difuminando con el paso de los fotogramas, a medida que el equipo se desintegra y aflora la desconfianza de unos y otros. A tenor de sus perfiles e intereses, tampoco cabe esperar que -como diría Albert Rivera- la banda que ha formado Sánchez se mantenga hombro con hombro durante mucho tiempo. Abandonado y malherido, Dix vuelve a casa y fallece entre alucinaciones de un caballo negro, probablemente el ser vivo que más quiere. Políticamente hablando, no espera mejor destino a Sánchez, condenado a lamentar entre brumas los pactos que no abrazó. Su actual clan para forzar La Moncloa y reventar la caja fuerte solo puede traerle -y traernos- más desdichas. Al tiempo.

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