OPINION

Botín y Prado movilizan al Ibex... porque huele a quemado el 28-A

Ana Botín en la Junta de Accionistas del Banco Santander, 12 de abril de 2019
Ana Botín en la Junta de Accionistas del Banco Santander, 12 de abril de 2019
EFE

Borja Prado se despedía de Endesa el pasado viernes en Madrid. Y pese a las movilizaciones sindicales que marcaban el cónclave de la eléctrica, quiso elevarse antes de poner rumbo a Key Capital para dejar un mensaje político. “Hace un año destacábamos el excelente balance macroeconómico del trienio 2015-2017. Hoy, desgraciadamente, no podemos ser tan optimistas. El crecimiento se ralentiza trimestre tras trimestre y la recuperación del empleo está, por lo menos, estancada”, lanzaba a navegantes antes de pedir reformas anticíclicas y augurar una crisis en un abrir y cerrar de ojos si el Gobierno que salga del 28-A no elige el camino adecuado. “Volveremos a caer en el fango”, remachaba, con una dureza y claridad impropia de quien tradicionalmente se ha manejado con la sinuosidad suficiente como para 'enganchar' sin problemas entre los poderes públicos de uno y otro signo. De hecho, al frente de Endesa, él ha sido quien ha hecho la vida más fácil tanto a Nadal como a Ribera en los últimos tiempos de mudanza en las eléctricas, a lomos de la tan ineludible como mal manejada transición energética.

Casi a la misma hora, algunos cientos de kilometros más al norte, en Santander, Ana Botín también se dirigía a sus accionistas. También con sus particulares muertos en el armario -véase el caso Orcel, del que prefirió pasar de puntillas-, Botín no esquivó el proceso electoral en marcha, que mete al país en otro parón legislativo. En esta línea, no solo pidió a los políticos “que hablen claro”, sino que insistió en la necesidad de llegar a acuerdos para poner en marcha una política económica útil que “impulse una agenda reformista con visión de largo plazo, crecimiento inclusivo y cohesión social”. En ese discurso se incluye el equilibrio de las cuentas públicas y garantizar el sistema de pensiones con el fin de que éstas “sean suficientes para que los trabajadores tengan una vida digna”. En roman paladino, menos regate corto, demagógicos impuestos a la banca y demonización del empresario, y más estabilidad institucional para poner en marcha reformas.

Denunciaba hace apenas una semana en estas mismas páginas José Antonio Navas la ‘omertá’ que se había instalado en la clase empresarial española ante el 28-A. Un silencio en parte motivado por la falta de un debate económico real entre los partidos en liza, pero que también encuentra su origen en el miedo de los empresarios a posicionarse ante la dificultad de detectar el equilibrio de fuerzas posterior a los comicios. En este punto, un episodio en estos siete días ha venido a aclarar esa segunda incertidumbre. No en vano, el último sondeo elaborado por el CIS que cocina a su antojo José Félix Tezanos, hecho público el pasado martes, ha dejado claro que Pedro Sánchez está muy cerca de gobernar con Podemos sin necesidad de apoyos adicionales. Y eso pese a la intención no declarada de la encuesta de rebajar la euforia en torno al PSOE. En apariencia, ese movimiento podría haber sido suficiente para que representantes de dos de las empresas mas conspicuas del Ibex, véase Santander y Endesa, hayan movido ficha ante la posibilidad de que su peor pesadilla se convierta en realidad. No en vano, la formación morada incluso supera hoy a Cs en intención de voto.

Las principales empresas españolas han mantenido durante estas últimas legislaturas una relación de amor y odio con los poderes públicos. Mariano Rajoy, que en el fondo despreciaba esas conexiones -como también recelaba de los contubernios con los medios de comunicación-, tuvo que amoldarse al Consejo Empresarial para la Competitividad, al que recibió puntualmente. En paralelo, en cenas con alguno de sus representantes, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, no dejaba de recordarles que pagaban pocos impuestos. También, cuando tenía ocasión, lo decía en público sin ambages. Una tensión, en todo caso, que no iba a más. Con su llegada al Ejecutivo, Sánchez intentó abrirse algo más a las empresas del Ibex y al ‘glamour’ que traen consigo. De hecho, no ha sido raro que sus ejecutivos hayan sido recibidos en La Moncloa o que el propio presidente del Gobierno haya montado actos a su mayor gloria para ser agasajado por los Galán, Florentino y compañía. No es difícil, incluso, atisbar algún guiño político en decisiones como la compra de Hispasat por Red Eléctrica, todo una salvavidas para la Abertis de Pérez y Atlantia. Claro que, al final, el líder del PSOE solo contaba con 84 diputados y su capacidad para sacar adelante cuestiones capitales -como los propios Presupuestos Generales del Estado- era limitada. Esto es, durante años, todo ha estado bajo control.

Sin embargo, un Ejecutivo con mayoría suficiente de PSOE y Podemos cambia radicalmente ese ‘status quo’. Basta observar las declaraciones con las que Pablo Iglesias ha irrumpido en campaña para entender la postrera toma de posición del Ibex, que tal vez sí tenga razones para echarse al ruedo. Sin ir más lejos, el líder morado regresó a primera línea política a finales de marzo tras su baja de paternidad asegurando que en España 20 familias “tienen más poder que cualquier diputado”, y citó directamente a los Ortega, Pérez, Botín o Fainé. Este mismo fin de semana, se mostraba partidario de crear una empresa publica de energía para rebajar el recibo de la luz, al tiempo que denunciaba las puertas giratorias en el sector como una de las razones de que el precio de la factura eléctrica esté entre las mas altas de Europa. Aunque están por ver las servidumbres que asuma Pedro Sánchez para garantizarse la presidencia del Gobierno de la mano de Iglesias, los planteamientos de campaña son suficientes como para que las grandes corporaciones pongan las barbas a remojar. Desde luego, el frente fiscal -con las necesidades de gasto que implicaría una hoja de ruta marcada por Podemos- no puede verse más oscuro.

Un escenario todavía más preocupante después de que este fin de semana el Fondo Monetario Internacional (FMI) endureciera radicalmente su discurso sobre el déficit público español, alertando de una segura quiebra de la previsión del Gobierno del PSOE y, peor aún, sobre el riesgo de una espiral similar a la de la crisis económica. Consciente de la gravedad de la reflexión, Sánchez salía ayer en tromba a rebatir el argumento, negando agujeros negros en sus estimaciones. La sensación en los agentes económicos es, sin embargo, que un Ejecutivo con Podemos convertiría sin remedio la economía en un queso de Gruyère. Entretanto, los partidos de centro-derecha siguen en su contienda personal por una hegemonía que supondrá apenas una ridícula consolación si la aritmética -como parece- no ayuda. La economía, que hasta ahora no ha entrado en la campaña y con la que el PSOE no cuenta, es más importante de lo que parece. Una invitada inesperada, Christine Lagarde, puso en suerte el debate. No es casualidad que el último presidente del Ejecutivo se apresurara a conjurarlo.

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