OPINION

¿Cambiar al 'CEO Sánchez'? Lecciones de la empresa a la política

Pedro Sánchez durante una comparecencia en Moncloa
Pedro Sánchez durante una comparecencia en Moncloa
Europa Press

James Challenger no tuvo tiempo de ver la crisis provocada por el coronavirus. El ejecutivo estadounidense falleció hace apenas seis meses en su casa de Winnetka a la edad de 93 años, como informó con detalle la prensa de Chicago. Lo hizo tras hacer realidad el sueño americano de convertir una idea en un éxito empresarial. Una revelación de tal calibre que terminó generando todo un sector de actividad en Estados Unidos… y en el mundo. Después de sufrir un despido en sus propias carnes, Challenger se dio cuenta en los años sesenta de que muchas compañías pagarían por recolocar a los empleados a los que enseñaban la puerta. No solo era lo correcto y una forma de ayudar a dar el siguiente paso a quien ya no encajaba en el proyecto corporativo. También era una manera de evitar demandas. Su legado, Challenger, Gray & Christmas, es hoy la firma pionera en recolocación de ejecutivos y una de las más importantes del segmento. Además, proporciona con regularidad informes detallados sobre las reestructuraciones en las grandes compañías. Una labor impagable.

Sin ir más lejos, el análisis detallado de esos estudios revela cómo las crisis económicas son los momentos en los que las compañías más remueven a sus primeros ejecutivos. Por ejemplo, entre 2008 y 2009, en lo más duro del hundimiento financiero que desató la caída de Lehman Brothers, más de 2.500 compañías decidieron cambiar de timonel y sustituyeron a sus CEO. Al punto que hasta 2019, casi una década después, no volvió a registrarse un guarismo tan llamativo como el del citado 2008, un ejercicio en que se produjeron casi 1.500 relevos en las cúpulas de las corporaciones. “Aunque algunas de esas transiciones estaban preparadas desde hacía tiempo -explica en un artículo reciente publicado por la Harvard Business Review el también exCEO y hoy reputado asesor Dan Ciampa-, otras se produjeron porque los consejos decidieron que era necesario un nuevo liderazgo para manejarse en tiempos de recesión y para reconstruir las organizaciones cuando todo acabara. Algunos pudieron pensar que los líderes al mando de la situación no reaccionaron bien a los primeros indicios de problemas”.

Lo cierto es que la crisis económica y financiera que trae consigo el coronavirus pondrá a las empresas en una tesitura similar. “El estallido del Covid-19 ha echado el freno a la economía en múltiples formas. Con millones de personas buscando trabajo, las compañías lidiando con despidos permanentes o bajas y algunas considerando el cese temporal de sus operaciones cuando no un cierre total”, subraya en su último informe Challenger, Gray & Christmas, al tiempo que revela los primeros efectos del brote epidémico. No en vano, las salidas de CEO en marzo, con las compañías todavía en pleno reajuste, se han concentrado en los gestores de hospitales. “Son los que están a prueba ahora. Muchos están perdiendo dinero debido a la necesidad de cancelar los procesos que tradicionalmente funcionan en los balances ya que afectan a comunidades, pacientes y profesionales de la sanidad”, aflora el documento. En román paladino, puede que el capitán de barco capaz de gestionar una tripulación sólida con la mar en calma no sea el más adecuado para arengar y sacar lo mejor de cada marinero cuando arrecia la tormenta y el navío zozobra. Sin contar con que el mercado estará pronto lleno de otros capitanes con buenos bagajes. De este modo, veremos cómo las sociedades, si tienen la suficiente flexibilidad -que normalmente viene de la mano del cuidado de su dinero por parte de los accionistas-, mueven ficha para adecuar la gestión a la nueva realidad.

Claro que esa optimización natural del mundo corporativo brilla por su ausencia en la política. Los españoles acudieron a las urnas el 10 de noviembre para elegir un gobierno que, tras el pacto alcanzado por PSOE y Podemos, afrontaba retos como la transición energética y la aprobación de una ley de cambio climático, la apuesta por la “vía política” para Cataluña, la reorganización fiscal para subir los impuestos a las rentas más altas o la limitación del precio de los alquileres, sin tener en cuenta otros compromisos en apariencia más pensados para cubrir el terreno ‘ideológico’. Hoy, cien días después, esos mismos dirigentes afrontan una crisis sanitaria por la que más de 20.000 españoles han perdido ya la vida y tienen por delante una reconstrucción económica que partirá de una caída del Producto Interior del Bruto (PIB) del 8% -si nos fiamos del FMI- y con cuatro millones de españoles en ERTE. El propio presidente del Gobierno habla sin ambages de un impacto similar al de una guerra. En ese nuevo status quo, cualquier empresa se formularía algunas preguntas. Por ejemplo, ¿quién debería estar a cargo durante la crisis? ¿Cómo debería hacerse la transición, si procede, y cuál es el momento de incorporar a un sucesor? ¿Cómo la propia situación va a cambiar la compañía y el talento que atesora? Esas cuestiones, que una corporación tiene que descifrar para incluso reforzarse a corto y medio plazo, parecen importar más bien poco a los dirigentes políticos.

Como en el mencionado caso de los CEO de hospitales, juzgados -y muchos despedidos- por su nula capacidad de anticipación, no es accesorio preguntarse cómo han respondido Sánchez&Co. cuando ya asomaba la tragedia. Y en este punto no admite mucha discusión que los actuales inquilinos de Moncloa no tomaron medidas a tiempo, al punto de permitir concentraciones como el 8-M y espectáculos deportivos o culturales en un momento en que el ‘caso italiano’ copaba ya los telediarios. Tampoco tiene un minuto de debate la falta de previsión sobre la hecatombe que se venía encima en las residencias de ancianos, o respecto a la necesidad de hacer acopio de equipamiento tanto para la protección de los sanitarios como de dispositivos de PCR y test rápidos. Mejor no entrar en el penoso episodio de las mascarillas. Dicho lo cual, y por mucho sea deseable del gobernante una mejor visión que la del ciudadano, sobran los valientes a toro pasado. Y no había un clamor en favor de un confinamiento masivo entre los otros aspirantes a ser primer ejecutivo del país antes de la semana del 8-M.

Lo que, sin embargo, no tiene un pase para ningún CEO es presentarse ante su consejo y sus accionistas con errores de bulto en las cuentas. Y el esperpento escenificado esta semana por el Gobierno a resultas de las estadísticas de afectados por coronavirus -con cifras de contagiados y muertos diarios cuya suma ha llegado a no cuadrar con los casos totales, con más asteriscos y aclaraciones bajo las tablas que datos y con la errática incorporación a los guarismos finales de las nuevas pruebas- merece mayor reproche. También requiere escrutinio aquel supuesto liderazgo que, a espaldas de las reuniones del consejo de administración, pacta de forma habitual con consejeros afines, a la sazón movidos por intereses particulares. El anuncio de Pablo Iglesias sobre la puesta en marcha de una renta mínima de la que el ministro del ramo se enteró por la prensa, según sus propias palabras, sería inadmisible en cualquier institución seria. James Challenger amaba los puzles. Sánchez, más que un rompecabezas, tiene por delante algo parecido a la conjetura de Hodge. Y está por ver que sea el hombre para la misión.

Mostrar comentarios