Libertad sin cargas

Cataluña, largo viaje hacia la noche (económica)

Illa
Cataluña, largo viaje hacia la noche (económica).
EFE/Marta Pérez.

¿Han oído hablar de Naturgy en la campaña electoral catalana?¿Alguna referencia o argumento elaborado con rigor? Un histórico alto ejecutivo de Criteria/Caixa, a la sazón accionista de referencia de la compañía energética durante muchos años, reflexionaba hace ya una década sobre las prioridades del conglomerado que lidera Isidro Fainé. Y dejaba claro que nunca el imperio de las torres negras dejaría escapar el control de firmas como Abertis o la eléctrica, compañías bandera de la ‘marca España’… y la ‘marca Cataluña’. Pasado el tiempo, es llamativo comprobar cómo la concesionaria de infraestructuras es propiedad de la italiana Atlantia y ACS, y que la segunda no solo afronta su operativa diaria con fondos como CVC y GIP en el capital, sino que ahora depende del Gobierno para que otro recién llegado al banquete, como el australiano IFM, no ponga también los pies en su moqueta. Claro que el escudo antiopas también caduca, y poner puertas al campo solo servirá para ganar tiempo o, en el mejor de los casos, amedrentar a los jóvenes casaderos más pacatos. La realidad es que Naturgy hace tiempo que supeditó el proyecto industrial al financiero, convirtiéndose en una máquina de generar dividendos. Nada de malo tiene, salvo para quien aspirara a algo más. Y no eran pocos.

El 1 de octubre de 2017 no solo fue el día en que el Gobierno catalán trató de celebrar una consulta popular para decidir sobre la independencia de su territorio. También marcó un desgarro sin precedentes para la gran empresa catalana, cuyos más conspicuos representantes tuvieron que ponerse en marcha para cubrirse ante el eventual coste de mantener su sede fuera del paraguas de la Unión Europea. Basta una comida puntual o una conversación ‘off the record’ para comprobar el ‘dolor de corazón’ que provocó en los referentes de esas empresas, catalanes amantes de su tierra pero ante todo hombres con responsabilidad para con sus accionistas, tomar la decisión de hacer las maletas. Puede que pagaran en esos días tantos años de equidistancia y de advertir entre bambalinas sobre el choque de trenes que se avecinaba, sin pronunciarse nunca públicamente. Pero, ¿se puede pedir a las empresas tamaña implicación en la situación política? Lo cierto es que hoy, en el arranque de 2021, Caixabank tiene su sede en Valencia; Criteria y la Fundación Bancaria La Caixa, en Palma de Mallorca; Naturgy puso rumbo a Madrid, y Banco Sabadell se decantó por Alicante, entre otras sociedades históricamente domiciliadas en Cataluña que cruzaron la frontera.

Este empobrecimiento económico -y emocional- no solo afectó al Ibex y a sus estandartes más lustrosos. Según datos del Colegio de Registradores, Cataluña vio cómo 2.566 empresas decidían cambiar de sede en 2017 frente a las 548 que apostaron por recalar en la comunidad autónoma en ese mismo año. Un saldo negativo de 2.000 firmas que fue en aumento en los meses posteriores y que, cual goteo, no ha dejado aún de lastrar la actividad regional, tanto en términos fiscales como de empleo. Incluso en la última parte de 2020, con la pandemia causando estragos, se observa cómo Madrid acumula un saldo positivo de 147 adhesiones, mientras que Cataluña registra un balance negativo de 150. Hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, siempre artero en esas lides, ha aprovechado esta realidad con fines electorales. “Las empresas se han marchado por la crispación, la polarización y la inseguridad jurídica en la que sumió Cataluña el Govern”, aseguraba la semana pasada en Tarragona, al tiempo que anunciaba un plan de reactivación industrial. Todo sea por el voto. Una crítica que, en todo caso, no le ha impedido hacer de ERC un socio preferente y aceptar sus votos sin torcer el rictus para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado.

El cambio de rumbo político necesario para sanar las heridas que acarrean tanto la economía como el tejido empresarial catalán no saldrá del 14-F, que amenaza con la ingobernabilidad o el mantenimiento del ‘status quo’.

Claro que siempre queda el ‘método Illa’, que con menos complejos solventaba esta semana una problemática marcada a fuego por el órdago independentista cargando contra Madrid. Y es que además de la falta de estabilidad política, al final del camino también habría competencia desleal en forma de ‘dumping’ fiscal. “Como pasa en otros territorios en el contexto europeo, [Madrid] se beneficia de tipos impositivos más bajos para atraer inversiones a su territorio. Tiene tipos más bajos porque tiene beneficios por ser la capital. Esto me parece contraproducente e insolidario”, lanzaba sin pudor alguno el filósofo en ‘Expansión’, tirando de microscopio para ver la paja en el ojo ajeno. Lo cierto es que, de acuerdo con los últimos guarismos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la comunidad que preside Isabel Díaz Ayuso dio en 2007 el ‘sorpasso’ a Cataluña en términos de PIB para no mirar atrás. Una evolución que también se refleja en el producto per cápita y en los ritmos de crecimiento de las economías respectivas. En roman paladino, tanto desde el punto de vista empresarial como macroeconómico, la ‘locomotora’ catalana, al menos en los años en que el debate político ha impregnado cualquier actividad, ha perdido el tren.

Y pese a la simpleza de los nuevos mensajes y el ‘sostenella y no enmendalla’ de los antiguos, las encuestas amenazan con un escenario esencialmente continuista. Según el sondeo de Dym para La Información publicado este viernes, los comicios llevarán la política catalana a un nuevo callejón sin salida, con solo dos opciones viables sobre la mesa, véase un gobierno tripartito entre el PSC, los independentistas de ERC y En Comú Podem (una opción que los republicanos ‘a priori’ descartan de plano)… o un ejecutivo enteramente soberanista con Esquerra, Junts per Catalunya y otras fuerzas nacionalistas como la Cup. Es decir, como decía Lampedusa, cambiar algo para que todo siga igual. Un resultado paradójico si se tiene en cuenta que hasta un 73,6% de los encuestados, tres de cada cuatro, admite que la situación económica ha empeorado en la última legislatura y que nueve de cada diez (un 89%) considera que el marco social también se ha deteriorado. Se entendería que no hay responsabilidad propia en los acontecimientos y que todos los males devienen del demiurgo que habita en la capital, siempre avieso y dispuesto a perjudicar los intereses periféricos con una medida tributaria o un decreto sacado de la manga. Aguas abajo, también la quiebra del Barça podría atribuirse a esa ojeriza y no tanto a contratos firmados a tanto alzado o extravagantes contrataciones.

El dramaturgo Eugene O’Neill, padre del teatro norteamericano, relata en la autobiográfica ‘Largo viaje hacia la noche’ el descenso a los infiernos de una familia carcomida por la mentira, la autocomplacencia y el rencor, que en las horas que van de una mañana de agosto a la medianoche en un día cualquiera de 1912 busca desesperadamente la manera de encontrarse a sí misma, expiar sus pecados y redimirse. Un exministro popular, muy vinculado al área económica, recordaba recientemente la tragedia que supone la deriva de una economía como la catalana, que supone el 20% del PIB nacional. “Se puede hacer la demagogia que se quiera, pero ambas partes se necesitan”, explicaba. Sea como fuere, el decidido cambio de rumbo político que se necesita para sanar las heridas que acarrean tanto la economía como el tejido empresarial catalán no saldrá de las elecciones del 14-F, que amenazan con la ingobernabilidad o el mantenimiento del ‘status quo’. Un escenario comprensible si se tiene en cuenta en qué punto está la sociedad… y el empresariado. Un nombre ilustre de esa élite catalana deja claro entre bambalinas a quien quiere escucharle que la ilusión de su vida es que sus hijos tengan DNI catalán. No está solo. Ideología y economía casan mal.

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