OPINION

De la Gran Guerra al coronavirus: un siglo sin novedad en el frente

La UNED analizará la Primera Guerra Mundial a través del cine
La UNED analizará la Primera Guerra Mundial a través del cine

“Me levanto, estoy muy tranquilo. Pueden venir los meses y los años. Ya no me quitarán nada. Ya no pueden quitarme nada. Estoy tan solo y tan horro de esperanza que puedo esperarlos sin temor. La vida que me ha llevado a través de estos años está todavía presente en mis manos y en mis ojos. ¿Podía yo dominarla? Lo ignoro. Pero, mientras subsista, buscará su camino con el consentimiento o sin él de esta fuerza que alienta en mi y que dice ‘yo’”. Así finaliza su relato Pablo Bäumer, el soldado universal que transita por el fango y el horror en ‘Sin novedad en el frente’ (Erich Maria Remarque, Plaa &Janés, 1929). Lo hace antes de caer “en un día que transcurrió tan tranquilo en toda la extensión del frente, que el comunicado se limitó a señalar que en el frente del oeste no había habido novedad”. Y camino de esa naturalidad vamos, de las residencias de ancianos a las UCI, de Italia a Estados Unidos, de Beijing a Madrid.

La guerra de Remarque fue una guerra de posiciones, de trincheras, de hombres exhaustos ganando metro a metro colinas muchas veces inservibles, pero señaladas con una cruz en el mapa de un oficial. Fue una guerra no solo con un impacto físico brutal –“estamos flacos y hambrientos” y “la disentería nos quema los intestinos”-, sino un conflicto claustrofóbico, extenuante, plagado de acceso de delirio. Una guerra de las de antes. Lo resumió Oliver Wendell Holmes en referencia, medio siglo antes, a la Guerra Civil Americana: “We have shared the incommunicable experience of war, we have felt, we still feel, the passion of life to its top. In our youth our hearts were touched with fire”. En estos días, tanto nuestros sanitarios como el (ahora) omnipresente presidente del Gobierno, nos recuerdan que la irrupción del coronavirus es la guerra de una generación, una confrontación que, paradójicamente, se ha cebado con los pocos que aún guardan la memoria de nuestra última contienda ‘a la antigua’, con fusiles, de nuestra Guerra Civil. Y desde luego, aciertan si lo que define su magnitud es lo que queda tras el fuego. Porque nada volverá a ser igual tras esta oleada de muertes.

En ese punto se sitúa precisamente Gideon Lichfield, experto en el impacto social de las nuevas tecnologías, en un artículo publicado esta semana en la MIT Technology Review. Bajo el título “We’re not going back to normal”, el documento expone sin ambages cómo sectores estratégicos para una sociedad -y su economía- nunca volverán a medirse por los mismos raseros. La educación, la sanidad, el trabajo, el consumo e incluso las relaciones humanas cambiarán decisivamente. Para empezar, de la mano de la distancia de seguridad, que está aquí para quedarse en las sociedades occidentales. Y cita un informe de 20 páginas elaborado por el Imperial College London que, precisamente, toma como base esa convención social para lanzar una propuesta que lidie con la actual crisis en un plazo temporal de 18 a 24 meses, lo que puede tardarse en disponer de una vacuna. Se trataría de limitar esa distancia cada vez que las admisiones a las UCI empiecen a repuntar, relajando las restricciones cuando las condiciones sanitarias así lo permitan.

Sería una medida, claro está, que vendría acompañada de otras incluso más gravosas durante esos dos años sometidos a estudio. De hecho, según el modelo elaborado por la institución, en un escenario de mitigación -similar al puesto en marcha en España, que busque reducir al máximo pero no necesariamente detener la expansión del virus, con la intención sobre todo de preservar los sistemas sanitarios- dos tercios del tiempo, véase dos meses de cada tres, viviremos en cuarentena y con los colegios cerrados. Dicho lo cual, “en el modelo de los investigadores, sin el distanciamiento social de toda la población, incluso en la mejor estrategia de mitigación -que implica aislamiento o cuarentena de los enfermos, los mayores, y aquellos expuestos a contactos de riesgo, más los cierres escolares-, todavía veríamos un incremento de la población en estado crítico ocho veces mayor al que los sistemas sanitarios británicos o estadounidenses pueden manejar”, revela el informe. Lo que viene a suponer otra forma de transcurrir, lo que Lichfield denomina “vivir en un estado de pandemia”.

Y no es difícil imaginar el impacto que esa nueva ‘economía cerrada’ tendría en los negocios tradicionales, como detalla el informe. Por ejemplo, quedan heridos de muerte aquellos que se basan en pequeñas o grandes concentraciones, de restaurantes a deportes, pasando por museos, conciertos, cruceros o aerolíneas. Tendrán que adaptarse, reduciendo a la mitad los aforos, obligando a reservar plaza vía Internet para evitar el exceso de asistentes o, sin ir más lejos, los gimnasios, “vendiendo equipamiento para las casas y entrenamiento online”. En esta línea, la sanidad se convertirá en un sector estrella y verá un repunte de las inversiones, públicas y privadas. Los desarrollos tecnológicos, igualmente, aportarán vías de negocio y darán una vuelta de tuerca al eterno debate entre seguridad y libertad. Del mismo modo que tras el 11-S algunos servicios de inteligencia empezaron a utilizar los datos de los teléfonos móviles para trazar los movimientos de presuntos terroristas, no sería de extrañar que surgieran empresas que delimitaran los trayectos previos de los pasajeros de un avión para determinar si han estado expuestos a algún foco de contagio. Y prepárense para que les escaneen y midan su temperatura corporal a la hora de acceder a determinados entornos públicos. ¿Ciencia-ficción? Ya sucede.

El propio Remarque, décadas después de su obra más conocida, se animó en ‘El obelisco negro’ a dar continuación a su personaje en las carnes de Ludwig Bodmer, un esxoldado que vive en toda su crudeza el drama de la posguerra. Y retrató cómo en la Alemania de la hiperinflación y la búsqueda de productos de primera necesidad, también florecieron nuevas industrias e hicieron fortuna empresarios con más o menos escrúpulos que supieron explotar la miseria. Y es que, como apuntó Terencio siglos antes de la Gran Guerra, lo humano perdura y resiste. Por eso, no es de extrañar que, ante un mundo en extinción y otro que nace, resuenen con fuerza las palabras del Jefe del Estado Mayor de la Defensa, Miguel Ángel Villarroya, cuando alienta como soldados a los ciudadanos, inculcándoles moral de victoria y disciplina para sobrellevar los tiempos. Parafraseando el tango, un siglo no es nada. Bäumer “quedó de bruces, tendido en el suelo, como si durmiese. Cuando lo volvieron, se vio que no había debido de sufrir durante mucho tiempo. Su faz estaba serena y expresaba como una satisfacción porque todo hubiese terminado así”. Es uno de los nuestros. Lo es cada uno de los fallecidos en este trance mientras nos adentramos en un mundo que solo será nuestro en parte y que aspirarán a dominar nuestros hijos. Suerte a todos.

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