OPINION

De las hermanas Koplowitz a las Álvarez Guil... 30 años no es nada

Corría el año 1989. Tras casi 20 años de matrimonio con Alicia Koplowitz, el papel ‘couché’ -y no tan ‘couché’- se hacía eco del romance de Alberto Cortina y Marta Chávarri, en lo que aún hoy supone uno de los mayores escándalos sentimentales/sexuales de la crónica empresarial española. En paralelo, Esther, hermana de Alicia, también ponía punto y final a su relación con el otro Alberto, en este caso Alcocer, primo del primero y compañero de andanzas. Tras el divorcio y meses después, allá por junio de 1990, Alicia y Esther firmaban el reparto del grupo empresarial forjado en torno a Construcciones y Contratas (Conycon), quedándose ‘los Albertos’ con el Banco Zaragozano, entre otras participaciones menores, y las hermanas Koplowitz con la obligación de bajar a la arena y gestionar el imperio que hasta entonces habían puesto graciosa -y cómodamente- en manos de sus maridos.

“¿Amas de casa? Bueno, lo cierto es que cuando todo pasó, las personas más próximas a Alicia tuvieron incluso que hacerle ver la necesidad de que fuera a la empresa por las mañanas para dejar claro que el cambio de gestión no iba a afectar a la evolución de la compañía. Hasta ese punto les faltaba experiencia. Y era imprescindible crear la sensación de que no iba a producirse una quiebra del negocio”, explican fuentes conocedoras de aquel episodio. El final de la historia es más o menos conocido, con la fusión de Conycon y Fomento de Obras y Construcciones para forjar FCC, y el posterior declive de la firma hasta caer en manos de Carlos Slim, a la sazón interesado ‘caballero blanco’. Antes, en la primavera de 1998, Alicia y Esther ya habían roto su entente, comprando la mayor a la menor su participación en la firma de construcción.

Casi 30 años después, otras dos hermanas, Marta y Cristina Álvarez Guil, poseedoras del control accionarial de El Corte Inglés, protagonizan una historia paralela. Y lo es en muchos sentidos, más allá de lo meramente corporativo, ya que en ambas sagas lo emocional juega. No en vano, Ramón Areces, fundador de los grandes almacenes, siempre tuteló a las hermanas Koplowitz, de quienes era padrino. “Los 84 años de su larga vida fueron de una singular aspereza -explicaba ‘El País’ el 31 de julio de 1989, en su obituario-. Disipó su soledad entregándose al trabajo, del que solo empezó a apartarse en 1979, a los 65 años, cuando la muerte de la mujer a quien amaba, Esther Romero de Joseu, marquesa de Casapeñalver y viuda de Koplowitz, y una hemiplejia le envejecieron abruptamente”. Según el artículo en cuestión, el propio Areces jamás tomó participación en Conycon, pero la dirigió; tuteló a ‘los Albertos’ para que llevaran las riendas de la compañía, y planificaba su boda con la viuda de Ernesto Koplowitz cuando a ésta se le detectó un cáncer fatal.

Años después fue Isidoro Álvarez, sobrino y sucesor en la compañía del fundador, quien se enamoró de una viuda, María José Guil, conocida en su tiempo por dirigir con su primer marido, Alfonso Camorra, el famoso restaurante El Riscal. Isidoro, a diferencia de su tío, sí pudo casarse con María José y pronto decidió adoptar a sus hijas, Marta y Cristina, entonces niñas de corta edad. El fallecimiento de Álvarez hace apenas un lustro, tras innumerables cambios en el testamento en plena lucha contra la leucemia, concedió el control accionarial de El Corte Inglés -más o menos indirectamente- a sus hijas adoptivas, mientras que la gestión quedaba confiada a su sobrino, Dimas Gimeno. Tío y sobrino, toda una tradición en la casa. La decisión salomónica, no obstante, también tenía mucho que ver las ideas del propio Álvarez, que en vida nunca vio con buenos ojos que sus hijastras se dedicaran a la gestión de la firma.

La guerra a muerte escenificada en los últimos meses entre las dos ramas familiares, que con toda seguridad culminará esta semana con la salida de Dimas de la presidencia de El Corte Inglés en un consejo extraordinario de la compañía, deja a las hermanas -como en su día quedaron las Koplowitz- en primera línea de fuego. Eso sí, para sustituir en la gestión a la familia -sus maridos, en el caso de Alicia y Esther, y su primo, en el caso de las Álvarez Guil-, las Koplowitz dieron un paso al frente mientras que las hijas de Isidoro apostarán por un gestor profesional, véase uno de los dos actuales consejeros delegados, Jesús Nuño de la Rosa, ejecutivo de la total confianza de Marta. Una solución de compromiso y que evita que la mayor de las hermanas asuma el mando en primera persona, como se llegó a especular. Como telón de fondo, la necesidad de dejar a un lado las cuitas familiares, modernizar la gestión de la compañía e incrementar unos márgenes comerciales menguantes desde la era Isidoro. Todo un ‘tour de force’.

“La enseñanza final es que la propiedad siempre gana. No se puede ir contra ella”, explican fuentes implicadas en la batalla de El Corte Inglés. Pero, ¿seguro? ¿gana siempre el accionista frente al gestor? Porque, aunque es verdad que éste solo conserva toda su fuerza si no se enfrenta a la mayoría del capital, hay ejemplos que apoyan el caso de los ejecutivos. No hay más que recodar la numantina gestión de Ignacio Sánchez Galán en Iberdrola ante la presión de Florentino Perez y ACS; del propio Francisco González ante Luis del Rivero en BBVA, o más atrás en el tiempo, la brutal batalla entre accionistas y gestores por el control de Explosivos Río Tinto, con el a menudo recordado enfrentamiento entre KIO y José María Escondrillas. Que las aguas al menos se tranquilicen en El Corte Inglés es deseable para un icono corporativo del país, en el que además trabajan 100.000 familias. Si no, siempre habrá un Slim al acecho.

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