OPINION

Desde Rusia con pavor: los miedos de Rajoy ante las elecciones catalanas del 21-D

No está preocupado el Gobierno por el impacto de la crisis catalana en la economía. Ni un ápice. El propio presidente, Mariano Rajoy, anticipaba esta semana que España se movería en un crecimiento del PIB de entre el 2,8% y el 3% a poco que la crisis soberanista se normalice. Es más, el Ejecutivo hasta considera que el desafío independentista está controlado tras la patada a seguir del 21-D y el cambio de roles escenificado por los actores del drama. Sin embargo, basta escuchar 'sotto voce' a alguno de los miembros del Consejo de Ministros para darse cuenta de que un inesperado temor ha empezado a socavar ese recién alcanzado remanso de paz y a perturbar el sueño del gabinete. Y es que temen que las (presuntas) injerencias rusas apreciadas con el 1-0, si se repiten o se amplifican en el proceso electoral en ciernes, sitúen su estrategia al borde del abismo.

"Mucha gente piensa que la 'operación Rajoy' ha sido un parche, una forma de ganar tiempo -se explica desde un conocido think-tank-. Sin embargo, la convocatoria de elecciones en Cataluña ha permitido poner el contador a cero, repartir de nuevo cartas. No hay más que ver cómo los independentistas han suavizado dramáticamente sus posturas. Más allá de que Junqueras y ERC puedan sumar los votos necesarios para presidir la Generalitat el día 22, en una elección que será muy pareja entre separatisas y unionistas, parece claro que la unilateralidad ha desaparecido del mapa y que el escenario será manejable". Salvo que un elemento incontrolable convierta ese 52%-48% en un 60%-40% y ponga contra las cuerdas la política de apaciguamiento. Y ahí es donde entra la 'conexión rusa', según los temores que en privado admite el Gobierno.

La cuestión es especialmente relevante en cuanto afecta a uno de los aspectos más criticados al actual Ejecutivo durante toda la legislatura, véase la comunicación y la capacidad de imponer un relato, tanto en el ámbito nacional como internacional. Un mantra alentado de forma recurrente desde instancias del propio Gobierno o vinculadas al mismo. Como muestra, tres botones. El propio ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, admitía esta semana en sede parlamentaria que no había sabido 'vender' bien su amnistía fiscal. ¿Algún ejemplo más? No hay que pasar muchos minutos con un banquero de este país para que se queje de la incapacidad de Guindos y los suyos para hacer entender que el rescate bancario era bastante mejor opción que la quiebra de entidades. Sin contar con -y ahí va el tercer botón- el 'mea culpa' que entonan a menudo los ministros por 'salvar' a La Sexta y dejar que marcara buena parte del discurso político durante estos años.

Unas críticas muchas veces injustas y, en este caso, claramente reduccionistas. Como bien explica Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal del Real Instituto Elcano, la interferencia rusa en el referéndum ilegal en Cataluña -a través de toda una brigada de 'hackers', 'trolls', 'bots' o 'sockpuppets'- "forma parte de la guerra de la información como método militar asimétrico que Rusia aplica en EEUU y Europa". En este sentido, expone que la desinformación o la guerra psicológica forman parte de la doctrina militar rusa y recuerda que, frente a un escenario de confrontación tal, los gobiernos occidentales están claramente limitados "al no poder restringir de manera efectiva los flujos de información" ni "el uso de Internet como hacen los gobiernos en los países totalitarios y autoritarios". Esto es, demasiado empaque para mirar solo en una dirección.

En este sentido, Juan Antonio Orgaz, consultor y jefe de responsabilidad social corporativa de Discovery Networks, abogaba recientemente en una conferencia celebrada en FIDE por abordar la problemática de la información falsa -las denominados 'fake news'- desde una perspectiva integral. Esto es, utilizando los resortes de la propia democracia para reducirla. En primer lugar, a través de la comprensión de la tecnología -y ahí Facebook y Google juegan un papel esencial-. En segundo término, desde la utilización de las herramientos que concede derecho (acudiendo a la rectificación o la defensa del honor y la intimidad, vía Código Civil; denunciando las injurias, calumnias o los delitos de odio, desde el Código Penal, o a través de la Ley de Seguridad Ciudadana, inmersa en el Derecho Administrativo). Pero, sobre todo, con un arma tan poderosa como es el periodismo responsable.

En este sentido, no es casualidad que The New York Times haya aumentado en un 60% el número de suscriptores en un año y roce ya los 2,5 millones de abonados. Solo en los últimos nueve meses ha ganado casi 1,5 millones, en plena era Trump y con el debate sobre las 'fake news' en todo su apogeo. Como ya advertía Milosevich-Juaristi a principios de año, con el asunto catalán aún en lontananza, "cualquiera que sea la intensidad de la desinformación, su límite es la solidez del blanco de su ataque y, en consecuencia, su capacidad de bloqueo". Y esa advertencia toca de lleno a una sociedad civil que no puede solo confiar en las capacidades de los gobiernos, sus políticas de comunicación y sus servicios de inteligencia para desactivar amenazas que buscan directamente aprovechar sus dudas y penetrar en su conciencia. Y es que como diría el bardo de Minnesota, ahora también Premio Nobel, los tiempos están cambiando. Esta batalla es nueva y toca entenderla. Todos, mejor ayer que hoy o mañana.

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