OPINION

El efecto Vox en cifras: ¿Hace bien Casado en volver al redil?

Voto por bloques 28-A
Voto por bloques 28-A
Nerea de Bilbao

Pablo Casado comparecía compungido el pasado martes, apenas 48 horas después del brutal batacazo en las elecciones del 28-A. El mensaje que quiso transmitir no dejaba lugar a la duda. “El Partido Popular es de centro-derecha”, advertía. Y por primera vez se refería con dureza a la formación de Santiago Abascal: “Vox es la ultraderecha”. El planteamiento, que no tardó en generarle problemas en Andalucía, implica todo un cambio de rumbo que es, a la vez, una confesión de parte sobre los múltiples errores cometidos en los últimos meses a la hora de posicionar ideológicamente a su formación. Para reforzar el mensaje, dos baldones más. En primer lugar, el lema electoral de cara al 26-M será ‘Centrados en el futuro’. Y en segundo, Casado viajaba este fin de semana a Galicia para recibir un bálsamo de manos de Alberto Núñez Feijóo, “Vox ha sido el juguete de Pedro Sánchez para dividirnos en tres (…) No hemos sido capaces de unir los votos”, zanjaba . El análisis de las cifras explica en parte el volantazo, aunque también avisa a los navegantes populares: no todo es blanco o negro.

En efecto, en los comicios de 2016 votaron 24.279.259 personas, mientras que -a lomos de una espectacular participación- el pasado 28 de abril acudieron a las urnas 26.361.051 votantes. Sorprendentemente, de esos 2.081.792 electores más, los partidos que conforman la opción de derechas apenas recogieron 96.685 sufragios, un porcentaje dramático para un bloque que hace tres años acaparaba el 46% del voto total. La visita en masa a los colegios, en gran medida alentada por el efecto Vox, tuvo sobre todo un impacto positivo en la izquierda, especialmente en el Partido Socialista, que se anotó casi la mitad de ese volumen adicional de papeletas, en concreto 985.785. El segundo espacio beneficiado fue el independentismo, que en una circunstancias claramente excepcionales consiguió hacerse con 579.011 votantes nuevos. Por tanto, y en primer término, los guarismos demuestran que la nueva participación benefició esencialmente a Pedro Sánchez y a la ‘conexión Junqueras’.

Voto por bloques 28-A

La cuestión es especialmente inquietante si se tiene en cuenta que el bloque de derechas no ha perdido votantes en relación con el año 2016. En detalle, PP, Cs, Vox, UPyD y Navarra+ sumaban en 2016 un total de 11.180.235 sufragios, mientras que el bloque de derechas alcanzaba 11.276.920 votos en 2019. Eso sí, ese segundo desempeño apenas suponía el 28-A un 42,7% del total, más de tres puntos por debajo que en los anteriores comicios. Feijóo tiene razón en el daño de la fragmentación del electorado conservador, si bien pasa por alto que el PSOE y sus aliados han evolucionado desde los 10.531.384 de 2016 hasta los 11.517.169 de este año. La formación de Pedro Sánchez no solo ha conjurado la amenaza de Podemos, sino que ha arrastrado a la izquierda del voto útil a superar la suma del voto de derechas, aunque sea por poco margen. Preocupante también es el brutal auge de los independentistas, que superan el umbral de los dos millones de votos (2.166.460) y suponen el 8,2% del voto global, 1,7 puntos por encima de la anterior cita electoral.

Superado el análisis del impacto de la elevada participación, merece también la pena detenerse en la citada fragmentación para entender cómo ha funcionado el trasvase de papeletas. En la izquierda, parece claro que los 1,35 millones de votantes que se deja Podemos, pasan a engrosar los más de dos millones que crece el PSOE de Sánchez, que también suma desde la movilización. En este caso, el ganador se lo lleva todo. En el caso de la derecha, la sangría de sufragios del PP hacia sus competidores invita también a una segunda reflexión. No en vano, los populares se dejan por el camino del último trienio la friolera de 3,5 millones de votos, de los cuales Cs acapara casi un millón y Vox aglutina 2,6 millones. Es decir, no iba desencaminado quien atisbaba entre los populares una vía de agua por la derecha más radical. En conclusión, aunar a los nuevos votantes potenciales que se movilizan ante una opción de extrema derecha -hasta ahora inexistente en España- y los tradicionales electores conservadores que entienden que el mensaje del PP es “demasiado blando” impone una tarea de proporciones isabelinas para las huestes de Casado.

Elecciones
Elecciones

No es casualidad que, en el escenario salido de las urnas hace dos domingos, el primer debate fuera sobre quién lidera la oposición. Albert Rivera -ni un mal resultado electoral ni una opción de tocar pelo de verdad- dejó claro al segundo que ese papel le correspondía a Cs, con la intención clara de rematar el ‘sorpasso’ el 26-M. Claro que no por mucho repetir la idea cambian los números, que todavía conceden a la formación azul mas de 200.000 votos de ventajas sobre la naranja, más allá de su traducción en escaños. El PP, claro perdedor de los comicios junto a Podemos -conviene recordarlo en tanto nadie lo diría a tenor de las reacciones de Iglesias-, tiene una oportunidad de salvaguardar gobiernos claves como Madrid, Castilla-León o Murcia y aferrarse a su ventaja aritmética. La cercanía de ese envite -además de la ausencia de un plan B claro en un partido en plena reconversión- explica el cierre de filas sobre Casado, que en otras circunstancias se hubiera visto obligado a tomar decisiones personales si cabe más duras. En este punto, dos almas conviven el entorno popular. Por un lado, quienes miran a la anterior dirección y recuerdan que el actual líder popular ha limpiado un partido roto y ha sufrido en sus carnes lo complejo de ese proceso. Y por otro, los que exponen que la estrategia ha sido marcada por el actual secretario general, a la sazón principal responsable de los resultados.

Teniendo las dos visiones parte de razón, lo cierto es que hay consenso general sobre la necesidad de corregir errores imperdonables. No es de recibo, por ejemplo, que en toda la campaña no haya operado un ‘estado mayor’, capaz de modular y adaptar el discurso en función de las circunstancias. Incluso días antes de que Sánchez convocara las generales, no había en el PP una estrategia preparada para afrontar esa eventualidad -que sí se rumiaba en los medios de comunicación-, al punto de que la elección de un gurú o una cara visible en el terreno económico pretendía dejarse para después del 26-M. A pie cambiado, el partido no ha sido capaz de articular un discurso económico liberal pero alejado de las estridencias que ha demostrado alguno de los miembros de su cúpula. Urge encontrar ese perfil de liderazgo para ir construyendo un mensaje poderoso, imprescindible ante la recesión que viene. El presidente del Gobierno aspira incluso a ir sumando voto liberal, tras haber ensanchado el centro. Para mover el mundo y resistir, lo primero que necesita el PP es recuperar una idea. Y el declive de la economía que viene da múltiples opciones.

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