OPINION

El empresario no tiene quien le escriba y ya piensa en el 'posmarianismo'

Fotografía Mariano Rajoy
Fotografía Mariano Rajoy
EFE
Fotografía Mariano Rajoy
Mariano Rajoy en la sede del Partido Popular./ EFE

La suerte está echada para el Partido Popular si los comentarios o análisis que a diario se escuchan de las élites empresariales del país tienen algún valor. De hecho, no les falta caldo de cultivo. Las encuestas reales –no las abrasadas del CIS- arrojan una distancia con Ciudadanos sideral y, lo que es más grave, son los propios votantes del PP quienes mejor valoran al adversario. Mal asunto. Por si fuera poco, basta meter termómetro en la propia formación azul para darse cuenta que la política es ya de tierra quemada. Las hostilidades se han desatado para tomar posiciones en la larga travesía que lleva al ‘posmarianismo’ y los Feijóo, Cospedal o Santamaría ya están en esas, según reconocen sin ambages fuentes internas del partido. Faltaba el foco de tensión inesperado que ha supuesto el ‘cifudrama’ madrileño. Sabiendo que perder la Comunidad es iniciar el descenso a los infiernos, ¿qué peso pesado se inmola cuando ni siquiera una victoria mínima es suficiente? ¿O alguien piensa que Cs apoyaría un gobierno popular a un año visto de las generales?

En este escenario de fin de ciclo para una marca que parece exhausta, la inquietud de los empresarios pasa por la inacción y falta de empuje político que se espera para los próximos dos años, con municipales y autonómicas en 2019 y elecciones generales en 2020. Es más, no falta quien ya señala cómo en lo que va de legislatura apenas han salido adelante una decena de normas y es capaz de hacer una relación bien fundada de todas las directivas, proyectos e iniciativas encallados en el Congreso o en negociaciones en las que el sí depende de la táctica electoral. Algunos ven con envidia la capacidad de movilización de sectores que han entroncado y tocado la fibra sensible de la sociedad civil, como los propios jubilados o el movimiento feminista del 8-M, y entiende que –en su lógica proporción- los empresarios deberían buscar vías de llegada, siendo ellos quienes generan algo tan básico como el empleo. Y lo cierto es que, a día de hoy, no la tienen.

CEOE, a la sazón la patronal, es desde hace años percibida desde fuera como un organismo avejentado, con una reputación claramente afectada por escándalos empresariales como el que llevó a la cárcel a uno de sus presidentes –véase Gerardo Díaz-Ferrán- y, sobre todo, incapaz de representar a importantes colectivos que forman el tejido empresarial del país. No es casualidad que, como viene publicando este diario, Juan Rosell busque una reforma estatutaria que integre a las grandes empresas en el gobierno de la Confederación. Tampoco estaría de más que mirara con más cariño a los autónomos si quiere aspirar a un cortijo que hace años fundó en tierras yermas Lorenzo Amor y que hoy rebosa frondosidad. En fin, la patronal ha quedado para un trabajo encomiable en la negociación colectiva que se ve lo justo. Por delante, toda una refundación para Antonio Garamendi, si decide romper con ataduras que conoce bien.

En torno a CEOE, otras grandes organizaciones empresariales buscan defender intereses concretos, pero con un poder de fuego limitado. El Instituto de la Empresa Familiar (IEF), por ejemplo, que reúne a una parte muy potente de la aristocracia empresarial patria, ha tenido tradicionalmente su foco puesto en la mejora de la fiscalidad para sus socios, esencialmente en lo referente a sucesiones y donaciones. Un interés legítimo, pero que una vez alcanzado en muchos territorios simplemente te convierte en el ‘guardián de la galaxia’ para que esos éxitos no reviertan. Otras instancias, como el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), que también agrupaba a las principales empresas del país, tuvo una vida demasiado corta como evaluar su capacidad de sobreponerse e influir en un momento de ‘impasse’ político como el actual, más allá del evidente empuje que durante muchos meses mostraron los Alierta o Botín.

¿Hace falta un movimiento empresarial con verdadero nivel de interlocución y promoción de iniciativas? ¿Debe venir más desde las grandes empresas o desde la problemática de los tres millones de autónomos que funcionan como pequeñas sociedades? Desde luego, no hay comida con empresario pequeño o grande en la que no surjan reclamaciones sobre el mal trato o la dificultad de interlocución con el Ejecutivo, ya sea para una minucia tributaria o para clamar contra el retraso –y la incertidumbre- en la separación de la CNMC, por poner un ejemplo. Y no es casualidad que, allá por el mes de enero, grandes empresarios del país se acercaran al presidente de la Cámara de Comercio de España, José Luis Bonet, con la idea de recuperar una suerte de CEC. Demasiado lejos quedan aquellas reuniones entre Pallete, Botín, Fainé, Isla, Roig y FG como para pensar en el embrión de algo. Y mientras nada funcione, los movimientos será recurrentes en un colectivo que se siente huérfano y sin mensaje.

“No te reciben. Y si te reciben, no te escuchan. Y si se da la circunstancia de te escuchan, no se hacen cargo de tus inquietudes. Así está la cosa a día de hoy”. Con esa frase condensaba un empresario el nivel de desafección del sector con el Gobierno popular, en una pieza publicada por La Información y firmada por Bruno Pérez. Todo un drama, para más inri, lo que admitía un histórico diputado popular: “El Gobierno trabaja sobre la hipótesis de que tiene el monopolio del interés general y que todo lo que se intente aportar desde fuera nace de intereses espurios y de parte, y se mira con recelo”. Una reflexión dura, pero tan cierta como que es escuchada con asiduidad por quienes tratan con altos cargos de los Ministerios, empezando por unos ministros replegados y temerosos siempre de las segundas lecturas. Prestigiar al empresario, una cima a que no llegó la transición, no está ni siquiera en el orden del día de la segunda por empezar. ¿Algún intento en ciernes? Que pase el siguiente.

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