OPINION

El frente Pallete-Botín, el funambulismo de Caixa y el último Premio Broseta

Dos acontecimientos que tuvieron lugar la semana pasada escenifican bien el cambio de guardia que se ha ido produciendo en las estructuras del poder empresarial y, sin solución de continuidad, en su forma de relacionarse con el poder político. El miércoles, Ana Botín llevaba a cabo su enésima reestructuración del Consejo de Administración de Santander, en un proceso lento pero seguro que ha laminado casi del todo a la vieja guardia de su padre. De hecho, hoy apenas quedan cinco vocales de aquel último cónclave del fallecido banquero, si excluimos a la saga familiar. Fernando de Asúa, Abel Matutes, los hermanos Rodríguez Inciarte… Todo un movimiento tectónico, propio de un cambio de era, en la base de la principal entidad financiera del país.

En paralelo, José María Álvarez-Pallete, cabeza visible de Telefónica, se estrenaba como presidente en la cumbre de directivos de la casa. Un acontecimiento que le permitió dibujar un futuro asentado sobre la inteligencia artificial, en el que volvió a tender la mano a Google e incluso se animó a incluir a Netflix entre sus futuros compañeros de viaje. Entre los asistentes, el expresidente de la multinacional César Alierta, de quien Pallete recogió el testigo y ahora al frente de la Fundación. El ejecutivo, tras más de 20 años en el Consejo de la compañía, abandonaba el principal órgano de la compañía el pasado mes de mayo, culminando el proceso de renovación en la casa.

En roman paladino, el triunvirato formado por César Alierta, Emilio Botín e Isidro Fainé, cuyo indudable gravitas y peso en las decisiones económicas del país se canalizó en su momento a través del Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), a menudo agasajado en Moncloa, no solo ha quedado superado, sino que sus sustitutos marcan claramente el paso y han terminado por convertir el trío en una dupla. Y es que el tercero en discordia, Isidro Fainé, se ha visto decididamente golpeado por los tiempos convulsos que vive Cataluña. Otros, como los Galán -al parecer ávido en estos tiempos por abrir guerras continuas con el Ejecutivo en cada tema que aborda- o en su día los Brufau -hace tiempo fuera de juego por ‘nolo contendere’-, ni juegan ni han jugado en esa liga.

El caso de Fainé es el que merece, por tanto, una atención más detenida. Sobre todo teniendo en cuenta los nuevos aires que el Gobierno pretende impulsar en Cataluña. Basta saber leer entre líneas. Precisamente esta pasada semana la Fundación Broseta concedía su XXVI Premio de Convivencia a Societat Civil Catalana, entidad propuesta como candidata al premio por estar “a la cabeza de la resistencia a las iniciativas secesionistas”. ¿Argumentos? Su interés en “fomentar el espíritu de convivencia”. Los premios fueron anunciados por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, a la sazón presidenta del jurado. En los galardones colabora la Obra Social La Caixa, por enésima vez sometida a un ejercicio de funambulismo entre las diferentes sensibilidades con las que lidia en su territorio de origen y, pasa lo que pase, su tierra natal.

De hecho, miembros del Consejo de Ministros no dudan en deslizar 'sotto voce' a quien quiere escucharles que esperaban más de Caixa en todo el proceso secesionista. También de los empresarios catalanes en su conjunto, pero sobre todo de una institución que debería haber sido determinante. Es más, el cambio de sede aprobado por la entidad no deja de ser visto como un movimiento obligado, forzado por la cotización y por las exigencias de los inversores, a los que la mudanza facilita considerablemente el relato. ¿Era mucho pedir? Seguro, pero desde el Ejecutivo se insiste en que ponerse de perfil ya no vale. Y en Caixa, por otro lado, existe completa certidumbre de que el sentimiento independentista y el derecho a decir está muy arraigado en Cataluña y no debe ser despreciado como factor. Un debate interno en la casa que existe, pesa y cuya solución es endiablada.

Sobre la indefinición del papel futuro de Caixa, Botín y Pallete están forjando un nuevo liderazgo, sobre todo en asuntos que el Gobierno considera cuestión de Estado. Es en la cuestión catalana donde el Ejecutivo espera a Fainé y CaixaBank, ahora que jugar a la tibieza ha dejado de ser una posibilidad. La transición -lógica y generacional- que se ha efectuado en Santander y Telefónica, suficientemente tranquila como para mantener inmóvil la gran fotografía, es clave en el tercer gran pilar del ‘establishment’ empresarial. Y es una transición que, en este caso, tiene mucho de ideológico y enlaza claramente con el discurso como entidad. En este punto de la ecuación, el poder político gusta referirse a unos y otros como los que son y los que no son de fiar. E imagínense a día de hoy quién no tiene en su zurrón el beneficio de la duda.

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