OPINION

El nuevo 'plan E' de los fontaneros de Sánchez aterroriza al Ibex

La vuelta del verano de 2008 fue el río Rubicón. Quienes tenían trabajo en septiembre pelearon durante meses por conservarlo, contra viento y marea. Quienes no lo tenían, se vieron forzados con los meses a abandonar toda esperanza. Desde los jóvenes mejor preparados de la historia de España, obligados a permanecer en casa de sus padres hasta los treinta o emigrar con sus titulaciones en busca de un futuro mejor, a parados a los 50 que veían peligrar una jubilación razonable tras años de trabajo duro. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, recién arrancada su segunda legislatura, solo encontró una solución ante el tsunami económico que se le venía encima y que fue incapaz siquiera de anticipar. Véase, gastar dinero público a espuertas para impulsar la actividad siguiendo las más puras directrices keynesianas. Su plan de estímulo pasó a la historia como Plan E y, en su primera etapa, entregó casi 8.000 millones a los ayuntamientos. Desde arreglar bordillos a alisar paredes, a veces los carteles del anuncio costaban más que las obras.

Hubo que esperar casi una década para manejar un balance fidedigno de aquel dislate. Lo proporcionó en el Congreso el Tribunal de Cuentas. En una comparecencia de abril de 2017, su entonces presidente, Ramón María Álvarez de Miranda, alertó de que el plan en cuestión arrojó unas pérdidas globales de 7.836 millones y, aún más grave, denunció múltiples irregularidades en su puesta en marcha. Criterios genéricos e imprecisos en la adjudicación de los proyectos, falta de creación del empleo prometido por parte del beneficiario y hasta inversiones que se alejaban de los requisitos legales para su financiación. Zapatero, que vendió la iniciativa en una web ‘ad hoc’ y que garantizó en su presentación que la inversión pública prevista mejoraría las “calles, pueblos y ciudades” de España, terminó tirando una cantidad ingente de fondos a la basura a cambio de ganar tiempo para perdurar en Moncloa. El Plan E no impidió que tuviera que comparecer en el Congreso el 12 de mayo de 2010 para anunciar el ajuste económico mas draconiano de la historia reciente.

El viernes pasado, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, sucedió algo que confundió a propios y extraños. Nadia Calviño comparecía junto a Celaá y Carcedo sin saberse muy bien el porqué. Como relataba Bruno Pérez en las páginas de La Información, una ‘inesperada’ pregunta sobre la situación de la economía española permitió a los asesores de la ministra de Economía bajar las luces y desglosar un oportuno ‘power point’ para, en definitiva, sacar pecho por la fortaleza de la economía española frente a la desaceleración que ya se observa en los grandes países de la UE. Sin querer, Calviño -que ya es la segunda vez en pocos meses que sale en defensa de los guarismos estadísticos patrios sin que nadie se lo pida-, generó más inquietud con esa defensa a ultranza que con sus silencios. Mas sagaz que el otrora inquilino de la Moncloa, al menos evitó aquellas frases grandilocuentes que hicieron célebre al político de León, que llegó a asegurar que España no solo jugaba en la “Champions League de las economías mundiales”, sino que era “la que más partidos gana, la que más goles ha metido y la menos goleada”. Era septiembre de 2007… Después, el diluvio.

Hoy, si no el diluvio, es verdad que las grandes empresas del Ibex están ya anticipando un frenazo económico en los próximos meses que vendría a explicar el discurso de Calviño, con las elecciones a la vuelta de la esquina. Y lo que más deslizan ‘sotto voce’ la gran mayoría de ellas es el temor a que un nuevo ‘comando del gasto’ asuma el gobierno tras el 28-A, con una legislatura más larga, más estabilidad parlamentaria y mayor capacidad de adoptar medidas ‘populistas’. No es casualidad que los mayores grupos consolidados del país aceleraran la repatriación de los beneficios de sus filiales en el extranjero el año pasado para ponerse la venda ante los cambios regulatorios con que amenazaba Sánchez y que pasaban por la implementación de un gravamen del 5% sobre los dividendos de las empresas dependientes. La reaparición de Pablo Iglesias la semana pasada y su apuesta por poner en la diana a los Ortega, Botín o Fainé -en su discurso fortunas y familas que mandan más que cualquier diputado- no ayuda a tranquilizar a las empresas sobre la hoja de ruta que marcaría una coalición PSOE-Podemos.

Según aseguraba la semana entre bambalinas un alto dirigente socialista, las encuestas que maneja el partido son incluso más alentadoras que las que publican los institutos demoscópicos. De hecho, las huestes de Sánchez aspiran en este punto de la precampaña a situarse en el entorno de los 135 diputados, una cifra que le permitiría formar gobierno con cierta holgura si un desplome de Podemos no lo impide, siempre con el apoyo independentista de colchón. El sondeo publicado ayer por el diario El País, en virtud del cual Sánchez e Iglesias acumularían 162 escaños, también deja a la coalición con la mayoría absoluta a tiro del plácet soberanista. En la medida en que el centro-derecha no sume, resulta lamentable que ni siquiera pueda plantearse un entendimiento PSOE-Ciudadanos, una boda que buena parte de los españoles abrazaría -como se ponía de manifiesto en la última encuesta de Metroscopia publicada por Henneo- y que daría luz verde a políticas más centristas y alejadas de la lluvia de impuestos que se temen las grandes corporaciones… y los particulares. Está por ver si la formación de Albert Rivera mantiene el planteamiento expresado hasta ahora en caso de que tenga alguna opción de entrar en un eventual ejecutivo, después de tantas convocatorias electorales brillantes que no han servido para participar en la gestión. Puede que su ‘momentum’ también se agote.

Rentas básicas, más prestaciones por hijo… Las promesas electorales y los ‘viernes sociales’ de Sánchez dejan claro cuál es el camino que propone. “No podemos pagarlo. Si llegan al gobierno los comunistas de Podemos tendremos otra recesión (…) como las que dejaron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero”, señalaba ayer Pablo Casado, que recordaba el desvío que este año va a producirse en el déficit público. Pese a lo atinado de sus argumentos, bien haría el candidato popular en presentar y dar la alternativa ya a su verdadera apuesta económica -si la hay- como futuro ministro de Economía. Porque, entretanto, las dudas y la incertidumbre van recorriendo la actividad de las empresas, temblando ante el próximo rejón fiscal que se le pase por la cabeza al ‘clan sevillano’ de Montero para financiar las políticas sociales que necesitan vender los ‘fontaneros’ de Sanchez. Es lo que pasa cuando la política es marketing. Y cuando ese marketing se hace desde La Moncloa.

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