Libertad sin cargas

Eternamente Yolanda, futura presidenta o el 'bluff' del siglo

Yolanda Díaz Feria de Sevilla
Eternamente Yolanda, o futura presidenta o el 'bluff' del siglo.
Agencia EFE

Cuentan que un insigne banquero reflexionaba a media luz en plena pandemia. “¿Cómo están las relaciones con el Gobierno y con qué ministro se entiende mejor el sector?”, se le había preguntado. El reducido cónclave de comensales aguardaba cumplidas alabanzas y argumentos en favor de la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, aupada al cargo como supuesta guardiana de la ortodoxia y de los intereses de las grandes empresas. “Yolanda Díaz nos ha ayudado”, fue en cambio la respuesta. “Nos pidió un favor que facilitaba su gestión y se lo hicimos -abundó de forma críptica-. A cambio, se le deslizó que suavizara su discurso e hiciera un guiño al esfuerzo de las entidades financieras durante la crisis. Y cumplió en su siguiente comparecencia en el Congreso”. Nacida en el barrio obrero de Fene, en la ría de Ferrol, y con un arrullo marcado a fuego por las siglas del PCE y CCOO, ha sabido la política gallega en los últimos meses granjearse la empatía de un ‘establishment’ que hace tiempo que dejó de verla como una amenaza y que contextualiza sin inquietarse sus declaraciones más radicales. 

La otra tarea, la más populista, la de aterrizar el mensaje, nunca la ha descuidado. Es más, le sale natural. “Que se compre Yolanda Díaz un traje de gitana y se sirva ella la cerveza”, arreciaba un casetero de la Feria de Abril en plena polémica por el cumplimiento de la legislación laboral en el recinto sevillano. La vicepresidenta, ni corta ni perezosa, recogió el guante, se personó en la capital andaluza y se tiró su propia caña. “La mayoría cumple con la legalidad, igual que lo hacen los empleadores y las empleadoras de este país. Por tanto, sigamos trabajando”, zanjó la cuestión, con el partido ganado. Mientras los organismos nacionales y extranjeros revientan las previsiones económicas de Calviño; la vicepresidenta energética Teresa Ribera se da de bruces con Bruselas para sacar adelante la ‘excepción ibérica’ al gas y María Jesús Montero tiene guardado bajo siete llaves el inaplicable libro blanco fiscal que iba a revolucionar la tributación del país, Yolanda no solo recibe elogios por el impacto de su reforma laboral -no hay nada como cambiar algo para que todo siga igual-, sino que presume del salario mínimo de mil euros y del éxito de los ERTEs para amortiguar los efectos de la pandemia en el desempleo. En consecuencia, nada puede salir mal de cara a su flamante frente amplio y su proceso de escucha. ¿O sí?

Al menos en los conciliábulos madrileños, tanto en los afines como en los críticos a Díaz, hay dudas sobre los tiempos. ¿A qué espera la nueva ‘lideresa’ para enseñar alguna carta? No falta quien, por ejemplo, tenía claro que la escena andaluza debería haber sido el banco de pruebas de su proyecto, también para mostrar hasta qué punto podría generar la suficiente capilaridad como para obtener votos fuera de los grandes núcleos urbanos. Sin embargo, su falta de decisión ha terminado por escenificar un auténtico cisma entre sus posibles aliados y provocado desmovilización de las bases. La exclusión de Podemos a la hora de registrar la coalición Por Andalucía, tras luchas intestinas por imponer cada cual a su candidato, ha dejado claro que las formaciones a la izquierda de la izquierda no están por la labor de entregarse sin más a una iniciativa única, por muy cainita que parezca la tesis. También que los aspectos económicos y del reparto de subvenciones pueden hacer descarrilar acuerdos con sentido desde el punto de vista político. El PP andaluz, raudo, planteó la dialéctica de un sufragio por un gobierno de centro o por un “batiburrillo" de izquierdas que “no es capaz ni de ponerse de acuerdo para concurrir a las elecciones”. No hacía falta que los ‘populares’ se posicionaran. Podemos vio el acuerdo como “el primer paso” para la creación de un frente amplio de cara a las generales, mientras que Díaz aseguró que Andalucía “nada tiene que ver” con su hoja de ruta.

Engullir el proyecto de Díaz y a la propia política gallega como activo en las urnas es un anhelo socialista que, de paso, orilla los rescoldos del proyecto de Podemos

En paralelo, relatan próximos a Sánchez que el actual presidente del Gobierno aspira a repetir como inquilino de La Moncloa no sin cierta desgana. El anfitrión en apenas semanas de la próxima cumbre de la Alianza Atlántica se siente en su salsa cortejando a Zelensky para que aparezca en esos días por Madrid o preparando el semestre en que España presidirá la UE a finales de 2023. “Le encantaría ser el próximo secretario general de a OTAN o la próximo Ursula von der Leyen”, aseguran estas fuentes. Claro que las intenciones del secretario general del PSOE chocan con los intereses del propio partido, que presenta un vacío de perfiles de proporciones isabelinas detrás del trono de Sánchez. Y ese erial se constata cada vez que uno de los llamados da un paso al frente. Calviño, que se sabe los números, no solo suena impostada cuando entra en la refriega política, sino que mezcla churras con merinas para llegar al bálsamo de Fierabrás que le proporciona el argumentario. Véase, si Vox me pregunta por el fiasco en las previsiones, yo respondo con la defensa de las armas de los de Santiago Abascal y la última matanza en Uvalde. Por ahora, mejor no pensar en candidatos alternativos a Sánchez como cabezas de cartel electoral.  

En ese escenario, es gratis fantasear con hojas de ruta alternativas, tal vez algo bizarras pero alentadas por el clima de indefinición. Por ejemplo, no genera extrañeza una hipótesis que pase por un Gobierno de Sánchez -si derrota a las encuestas y le dan los números, claro está- de dos o tres años, para dar luego paso a un sucesor que no tenga que sufrir el trauma de las urnas mientras él busca un lugar en el sol en la gris Bruselas. Asesores del presidente vinculan ese planteamiento de medio plazo con uno a corto que abrochara la madre de todas soluciones, esto es, la creación de un frente amplio de izquierdas sustentado en un “imbatible” ticket electoral Sánchez-Díaz. De hecho, ‘engullir’ el proyecto de Díaz y a la propia política gallega como activo en las urnas es un anhelo socialista que, de paso, orilla los rescoldos que quedan del proyecto de Podemos. El presidente del Gobierno no solo afronta el difícil reto de superar el desgaste y mantener sus escaños, sino que necesita que sus socios le permitan sumar. Y los 35 diputados que aportó la formación morada a la coalición en 2019 se antojan ahora mismo un umbral inalcanzable.  

En suma, tras la probable debacle socialista en los comicios de Andalucía, Sánchez tendrá que mover ficha. Con los números en la mano, un adelanto electoral es ahora mismo impensable. ¿Cambios en el Gobierno para ganar iniciativa política? Podría ser, pero los problemas en el seno de la coalición -con posiciones ya abiertamente divergentes en el Congreso en cuestiones tan sensibles como la ley audiovisual- tal vez inviten a no tocar nada hasta que sea realmente la hora de apretar el botón nuclear de la disolución del gabinete para llamar a las urnas, allá en los estertores de la legislatura. Frente a esos obstáculos estratégicos, de lo que hay pocas dudas es de que Sánchez necesita sacar un nuevo conejo de la chistera. Sería un error subestimarle. De hecho, no son pocos los cadáveres que ha dejado tirados en una cuneta ni los giros que ha dado una carrera tantas veces al borde del precipicio. Por si fuera poco, su principal rival ahora -véase Alberto Nuñez Feijóo- está dispuesto a competirle la anhelada ruta del centro y, sobre todo, tiene claro que pierde paso en la crispación y en el debate de bajos vuelos. Así las cosas, es posible que el romance político de Sánchez con Yolanda Díaz no haya hecho más que empezar. Mejor haría ella, empero, en vigilar sus espaldas ante semejante cortejo. Las canciones de amor están plagadas de promesas incumplidas. Por ahora, solo queda la espera. En Ferraz suspiran para que no sea eterna. Eternamente, Yolanda. 

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