OPINION

¿Hay 'operación Moncloa' para dejar caer a FG en BBVA?

Francisco González se despide de BBVA
Francisco González se despide de BBVA
BBVA

“Pero le puso Aznar, ¿no?”. Dos almas conviven en el Gobierno a la hora de analizar el caso BBVA. Por un lado, están los más vinculados al partido, aquellos que recuerdan al mentor de Francisco González para tomar el poder en el banco y que desligan con toda claridad la responsabilidad de la entidad y de su gestor, cuyo futuro -judicial y personal- les trae en esencia al pairo. “Mira cómo han acabado otros de aquella época”, aseguraba esta semana un defensor de esa tesis. Se trata de reflexiones, siempre hechas ‘sotto voce’, que obvian la gran fotografía. En realidad, no les importa. Su foco está en la conveniencia para el Ejecutivo de la crisis, en el cálculo partidista y electoral. Las cuitas económicas y empresariales, mientras no resten ni den votos, son secundarias cuando no invisibles, sobre todo en un año plagado de citas con las urnas. Y, además -¡qué diantres!- a González le puso Aznar, ¿no?

Bajo ese hilo argumental, y bien explotado, la crisis en el BBVA puede incluso venir bien a ese ‘socialismo de bufanda’ para reforzar uno de los mantras que entronca con el discurso populista dominante que trajo Podemos y que Pedro Sánchez utiliza con habilidad cuando le conviene. ¿O acaso alguien puede olvidar la salida en tromba del presidente del Gobierno para ‘colocar’ el impuesto a las hipotecas a los bancos después del caos organizado por el Tribunal Supremo? En realidad, ese planteamiento de la nueva izquierda ha convertido a la banca y los banqueros en un colectivo corrupto por definición, que busca exprimir al ciudadano para cuadrar sus cuentas de resultados y forrarse. Basta señalar los beneficios arrojados por los grandes bancos en 2018 para reforzar esa tesis. El propio FG se ha despedido con un beneficio neto de 5.324 millones de euros en 2018, un 51% más. La contratación de Villarejo -por la que deberá dar la cara y afrontar lo que venga si se demuestran las irregularidades denunciadas- abona la erosión reputacional del sector. Y eso da votos en algunos nichos, muchos votos.

Pero por otro lado, en Moncloa no falta también quien aborda el tema con algo más de profundidad y aristas. A fin de cuentas, BBVA es un banco sistémico, a la sazón el segundo de este país. Y se teme que un rosario de revelaciones que abonen el escándalo pueda tener impacto en la cotización de la entidad, lo que al final sí terminaría afectando a pequeños inversores y creando cierto revuelo social. En eso se basan los contactos mantenidos entre Ejecutivo y banco, véase en monitorizar la evolución del culebrón y levantar los muros de contención que proceda antes de que la riada tome diferentes caminos y se desborde. En ese tenor se han producido las declaraciones de la ministra de Economía, Nadia Calviño, y así deben interpretarse. Mucho más largo y haciendo bueno el refrán de que la venganza es un plato que debe tomarse frío, el vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, ha alertado sobre la necesidad de poner coto a la situación lo antes posible. Sus palabras no eran un genérico. Había hilo en cada puntada.

Y es que Guindos acertó de lleno en cuál iba a ser la estrategia del banco. Apenas horas después de las palabras del exministro, Carlos Torres deslizó que la casa había contratado a Uría -más madera que añadir a Garrigues, que poca ayuda necesita para abordar la parte legal del asunto- y, sobre todo, a PwC para llevar a cabo un ‘forensic’ por si había trazas de Villarejo en correos electrónicos, informes o facturas. Huelga decir que, como publicó este periódico y como no podía ser de otra forma, hasta ahora la entidad financiera no ha encontrado ni rastro del episodio en sus archivos. El proceso, necesariamente y a la vista de otros procedimientos similares como el de Pescanova, podría llevar al banco meses o incluso irse hasta el año de duración.

El propio Torres, tras el consejo de administración de la entidad celebrado el pasado jueves y en la rueda de prensa posterior a la presentación de resultados el viernes, constató la dinámica. No en vano, tras asegurar que tiene fe en Francisco González -“mi guía y referente”-, también dejó claro que no sabía nada de la contratación de la empresa de Villarejo y que, en todo caso, su opinión personal “no influirá” en la investigación interna en curso. “Estamos hablando de hechos no constatados, no hay que precipitarse y no hay que prejuzgar”, zanjó, al ser preguntado sobre la posibilidad de pedirle a FG que renuncie a la presidencia de honor. Luego, tiempo al tiempo. Tampoco quedaron muchas dudas sobre el ascendente que el presidente saliente todavía mantiene sobre los miembros del máximo órgano de representación de la casa. Para otra ocasión quedó, empero, una reflexión exhaustiva sobre el daño reputacional que puede afrontarse por el ‘affaire’.

¿Guante de seda o mano de hierro? Parece que Torres necesitará ambas cosas en las próximas semanas o meses. No obstante, los intereses de los distintos ‘players’ pueden jugar a favor de la estrategia del olvido. Para el Gobierno, desde luego, lo menos interesante es que el escándalo tome vuelo y se entre a fondo en la cara B del asunto. No en vano, la supuesta contratación de Villarejo por parte de BBVA se produce en reacción a un intento de tomar el banco promovido o auspiciado por el Ejecutivo socialista de Rodríguez Zapatero. Para Sánchez, si el banco no sufre en bolsa y la cuestión no alcanza una dimensión más social, mejor dejar el caso en la epidermis y cerrarlo bajo la idea fuerza de ‘corrupción igual a empresas e igual a PP’. Mejor no desgastarse con las elecciones a la vuelta de la esquina. “El entorno de Villarejo también me dejó mensajes por si podían interesarme sus servicios en una situación similar”, confesaba recientemente un alto ejecutivo del Ibex ya retirado y en apariencia más cauto que el BBVA del arranque de siglo. Triste ‘modus operandi’ y triste la España que lo aceptó. Luz, taquígrafos y cambio de tercio.

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