OPINION

Iván Redondo y el caos del debate electoral: Menotti gana a Bilardo

Iván Redondo promete su cargo como director de Gabinete del presidente del Gobierno, secretario de Estado de Comunicación, en presencia de Pedro Sánchez. (Moncloa)
Iván Redondo promete su cargo como director de Gabinete del presidente del Gobierno, secretario de Estado de Comunicación, en presencia de Pedro Sánchez. (Moncloa)

César Luis Menotti ganó el Mundial de fútbol con Argentina en 1978. Apenas ocho años más tarde, Carlos Salvador Bilardo hacía lo propio para la albiceleste en México, con la inestimable ayuda de Maradona. ‘El Flaco’ será recordado por una apuesta futbolística basada en el toque, en el buen gusto con el balón en los pies, en atesorar la posesión. “Se puede perder un partido, pero no la dignidad por jugar bien al fútbol”, asegura. Para ’El Narigón’, en cambio, el fin siempre justifica los medios. Lo que importa es ganar, por lo civil o lo criminal. Aún hoy se corea en Sevilla su celebérrimo “pisalo, pisalo”, la frase con la que recibió al médico del equipo hispalense, que entonces entrenaba, y que se ‘atrevió’ a atender a un jugador lesionado del equipo contrario, a la sazón del Deportivo de la Coruña. “¡Qué carajo me importa a mí el otro! Los de ‘colorao’ son los nuestros”, le recriminó. La dialéctica entre ambos argentinos, el rosarino -no por casualidad tierra de Messi- y el bonaerense, se contrapone a menudo, y no solo como el choque entre dos filosofías balompédicas, sino entre dos formas de actuar, de ver y de enfrentarse ante la realidad. El fútbol, como algo más importante que una cuestión de vida o muerte.

Irreconciliables entre sí, Menotti y Bilardo sí coincidieron en algo. Según publicaba ‘El País’ allá por mayo de 1995, ambos entrenadores firmaron un documento en favor de Carlos Menem, que buscaba repetir. Destacaba el manifiesto lo que “hizo y seguirá haciendo por el deporte nacional”. Unos años antes, en 1989, con el país presa de la hiperinflación y en el final de era de Raúl Alfonsín, dos candidatos se disputaban la presidencia. Por un lado, el propio Menem, y, por otro, Eduardo Angeloz, ‘El Pocho’, un antiperonista recalcitrante. En el debate clave de la campaña, el primero decidió ausentarse de forma inesperada y, para muchos, fatal. Aun hoy llama la atención la imagen histórica de una pantalla dividida, con Angeloz, a la derecha, y un plano vacío, a la izquierda, en el que apenas se acierta a ver un letrero con el nombre de C. Menem. “Aunque es difícil, imagino, hacer un debate sin que exista alguien, ¿se anima a conversar con nosotros?”, lanza el conductor del programa a un desangelado Angeloz. “Con mucho gusto, pero es realmente una pena. Lamentable la ausencia del doctor Carlos Menem. Creo que ésta era una oportunidad brillante para que cada uno pudiera expresar al país sus puntos de vista (…) Era muy importante que nos hubieran visto juntos, no hubiera encontrado una sola palabra agraviante, ni una sola palabra peyorativa. Era simplemente que confrontaremos las ideas ante un país que no vota por nosotros, vota por sus hijos”.

La anécdota viene al caso del vodevil escenificado esta semana al alimón por el PSOE de Pedro Sánchez y la dirección de RTVE -un papelón incalificable, que vuelve a poner en entredicho a una Corporación que presume de independencia pero solo la ejerce frente a quienes no están en el poder- a resultas de la participación del presidente del Gobierno en uno o dos debates electorales, inopinados cambios de fecha mediante. Y es relevante porque el combate entre Menem y Angeloz fue glosado con profusión por Iván Redondo -hoy consejero áulico de Pedro Sánchez en su condición de director del Gabinete de Presidencia- cuando como consultor político escribía en ‘Expansión’ en su blog ‘The War Room’. En su post sobre la cuestión, Redondo no solo no tenía claro que Menem hubiera cometido un error al ausentarse del debate, sino que defendía cómo la gestión posterior de esa decisión la había convertido en acertada, al punto de presentar a Angeloz como un político alejado de los problemas generales y que, solo, clamaba en el desierto. “La habilidad de aislar al adversario político y desconectarlo de los problemas reales de la sociedad se materializó a través de una simple silla”, subrayaba Redondo.

Ahora bien, ¿por qué faltó al debate el líder peronista? Para el asesor de cabecera de Sánchez, “la realidad es que Menem no acudió por dos motivos. El primero, porque no lo necesitaba desde el punto de vista demoscópico (estaba arrasando en las encuestas). El segundo, para no asistir a un debate en el que, con toda seguridad, le podrían haber desnudado políticamente ”. ¿Les suena? Desde luego, la evolución en las encuestas -muy favorables al líder socialista- habría justificado la decisión del tándem Sánchez-Redondo de evitar cualquier riesgo vinculado al exceso de exposición. A la luz de sus escritos, cuesta pensar que al ‘alquimista’ Redondo no le atrajera en algún punto jugar esa baza, especialmente después de que la Junta Electoral Central (JEC) excluyera a Vox de la contienda, lo que impedía al secretario general del PSOE señalar al frente de las derechas y convertirse en el adalid del progresismo y de voto centrado. La pregunta se antoja clara: ¿Por qué poner en peligro lo que ya se tiene ganado después de una travesía tan dura como la que ha vivido Sánchez, un auténtico ‘reborn’ incluso en su propio partido?

Pues tal vez porque el segundo argumento al que aludía Redondo en su artículo de 2015 no se cumple ni de lejos. Y es que por lo que han enseñado hasta ahora en la campaña los Casado, Rivera o Iglesias, lo normal es que Sánchez salga reforzado de la eliminatoria a doble partido que arranca este lunes. Presos de sus propias contradicciones, en ocasiones, y de sus excesos verbales, en otras, los rivales del socialista no han sido capaces de entrar en el ‘contenido’, en plantear una campaña dura sobre los ‘issues’ de fondo, en poner en marcha toda una maquinaria para ‘desnudar’ el marketing en el que se mueve el argumentario socialista. Y ése es el gran logro de Moncloa, presta con toda seguridad a capitalizarlo en los debates con algún último as en la manga que esconda las debilidades de fondo de su candidato. De hecho, solo la ‘outsider’ Christine Lagarde, desde el FMI, ha puesto en aprietos a Sánchez al apelar a una de sus taras, véase su querencia por el gasto y lo difícil que será mantener a raya el déficit público desde esa apuesta. La economía, el gran ausente de la contienda, era una de las grandes piedras de toque con una crisis que acecha a la vuelta de la esquina.

En conclusión, a sabiendas de que se puede ganar como Menotti o como Bilardo, no deja de ser cierto que unas victorias tienen más ‘glamour’ que otras. Sánchez ha evitado el ejercicio de ‘bilardismo’ por el que apostó Menem en 1989, sencillamente porque se lo puede permitir. “¡Qué remedio!”, farfulló al anunciar que estaría tanto en el debate de Atresmedia como en el de TVE, como si condescendiera a meterse en el fango donde otros residen desde hace semanas. Eso sí, Redondo sabe que bajar la guardia es lo último que procede. Por eso las últimas encuestas, que rebajan la euforia socialista, le vienen bien desde el punto de vista de la movilización y de alerta sobre los peligros de otro gobierno condicionado por los independentistas. Además, hasta el mayor guardián de las esencias del buen fútbol, el Barcelona de Messi, se topó por el camino con tipos duros como Mourinho o Simeone. Un espécimen que en este culebrón responde al nombre de Abascal y que aglutina un voto oculto que en Moncloa admiten que no han sabido descifrar. Razón última para al menos comparecer... y jugar bien para buscar la goleada.

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