OPINION

La afrenta de Báñez, la rebelión de los pensionistas y el segundo 15-M que viene

Mi padre abrió el buzón una mañana de enero. "Una vez más, con el inicio del nuevo año, me pongo en contacto con usted para informarle sobre la revalorización de su pensión en 2018 -rezaba la misiva de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, fechada el 2 de enero-. Con el objetivo de conciliar mejoras anuales garantizadas con la necesaria salvaguarda económica para las generaciones futuras, en 2018 el incremento de las pensiones será del 0,25%". Días después, una segunda carta, esta vez remitida por la Instituto Nacional de la Seguridad Social, concretaba la subida: la friolera de 3,34 euros. Se trata del mismo documento que recibieron los millones de pensionistas que la semana pasada se manifestaban ante el Congreso y en toda España. Y que seguirán haciéndolo.

Mi padre perdió su trabajo a una edad en la que se hacía muy difícil pensar que recuperaría su poder adquisitivo. Tampoco ayudó en la última etapa de su vida laboral la irrupción de una crisis que dejó la economía española como un solar tras enseñar los dientes en el verano de 2008. Pese al impacto de esos avatares en la cuantía de su pensión, mi padre no se queja por ello. Está conforme. Lo que no puede soportar -imagino que como el resto de pensionistas- es que le traten por tonto, que le humillen informándole de una subida de 3,34 euros. Especialmente cuando ya se le van más de 30 solo con las siete pastillas que debe tomar por las dolencias propias de su edad. Báñez, un activo del PP cuyo buen hacer está demostrado, debería recibir mejores consejos sobre qué cartas firma.

Decía en el año 2015 Carlos Floriano -¿alguien lo recuerda?- que al PP le "había faltado darle un poco de piel a cada cifra positiva". En aquel infausto vídeo, María Dolores de Cospedal asentía. Evidentemente, los populares no solo siguen sin tenerla sino que no parecen haber aprendido lección alguna de aquella presunta autocrítica. Como publicaba esta semana en La Información Fernando Valls en una estupenda pieza, miembros del Gobierno admiten 'sotto voce' que ni vieron venir el movimiento ciudadano de los jubilados ni son capaces de medir su impacto. "En Moncloa algunos 'fontaneros' empiezan a preguntarse si éste puede ser un nuevo 15-M y si las protestas de los ancianos indignados se van a prolongar durante meses", relataba la noticia. Y el caso es que motivos para inquietarse hay.

De hecho, este mismo fin de semana empezó a circular un mensaje en redes sociales en el que se publicitaba la nueva manifestación de pensionistas a nivel estatal prevista para el próximo 17 de marzo y se apuntaba que "hasta los jóvenes van a asistir en apoyo a los jubilados". El mensaje recordaba que debe aprenderse a "luchar por los derechos de todos, como hacíamos en las décadas de los sesenta y ochenta" y planteaba toda una reforma alternativa del sistema de pensiones. ¿Un mensajes apócrifo más? ¿Qué dimensión pueden tener? Son preguntas difíciles de responder, pero en redes sociales y con whatsapps comenzó el movimiento ciudadano que en el año 2011 cambió radicalmente la forma de participación ciudadana en la política e hizo despegar un movimiento como Podemos.

Dicho esto, la cuestión no es solo de piel. Los pensionistas pueden ser mayores, pero saben leer. Puede tener su punto demagógico recordar la información con la que abría este diario ayer domingo, según la cual los consejeros del Ibex ganaron un 7,5% más en 2017, tras repartirse 239 millones en un año. Demagógico porque es razonable que los gestores de las principales compañías ganen dinero si han creado suficiente valor para el accionista. Es más, que los empresarios ganen dinero es saludable y deseable, algo que no siempre se dice. Más doloroso para los pensionistas debería ser comprobar cómo, con el auspicio del Gobierno, sindicatos y patronal plantean una negociación colectiva con subidas anuales en torno al 3%. Si los agentes sociales han entendido que las alzas de salarios a los trabajadores son claves en este momento para vertebrar socialmente el país, dejar fuera de esas mejoras sustanciales al colectivo de jubilados es injusto... y hasta una temeridad.

Poníase Juan Manuel Serrat en la piel de un anciano en su álbum 'Bienaventurados', allá por el año 1987. Y recordaba cómo llegar a viejo, después de darlo todo, debería abrir todas las puertas. Al menos alguna debería alumbrar. Mi padre, como otros jubilados de su generación y anteriores, han hecho cosas extraordinarias y han sido el sustrato de esa Transición modélica de la que se jactaron -y se jactan- decenas de políticos. Muchos de ellos, en el final de sus vidas, han sostenido familias enteras con sus pensiones, cuando el sustento no llegaba por los golpes de la crisis. Es una forma de heroicidad. Y el Gobierno, que es verdad que lo recuerda a la menor ocasión, lo debería haber trasladado ya a sus cuentas corrientes. Los esfuerzos postreros de Montoro demuestran que era posible, más allá de la necesaria sostenibilidad del sistema. Ahora llegan tarde. Hay demasiada rabia. Para el voto, desde luego.

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