OPINION

La otra exhumación que viene... por gentileza de Pedro Sánchez

Fotografía Nadia Calviño y Pedro Sánchez / EFE
Fotografía Nadia Calviño y Pedro Sánchez / EFE

Moncloa se preparaba para la guerra en los días previos a la sentencia del Tribunal Supremo a los reos del ‘procés’. “Estamos listos para lo que venga. Contemplamos todos los escenarios y hay planes de contingencia para cada situación”, se aseguraba sin ambages, dando la sensación de que había todo un abanico de opciones en la gatera para responder a las más que presumibles algaradas callejeras en función de la intensidad de estas. Eso sí, también en la residencia de Pedro Sánchez se manejaban otras consideraciones a la hora de abordar las semanas posteriores al día D, ya en plena campaña electoral. “Estas elecciones no van de ganar, sino de gobernar, todo debe verse en términos de gobernabilidad”, apuntaban los analistas de cabecera del presidente del Gobierno en vísperas del 'balotaje', en un planteamiento que a priori podría parecer una forma de ponerse la venda antes de la herida de un indeseado resultado electoral pero que, en todo caso, escondía un velado mensaje sobre su hoja de ruta. Dicho de otro modo, nada de lo que ha sucedido en los últimos días ni de lo que sucederá en los próximos debe verse sin el prisma electoral.

En este sentido se entiende que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, haya puesto una vela a dios y otra al diablo al reclamar a presidente de la Generalitat que condene explícitamente la violencia -como si Torra fuera a estas alturas un fino estadista del que pudiera esperarse una reflexión sosegada y un cambio de estrategia-, al tiempo que calificaba las execrables turbas que han tomado la noche barcelonesa como “un problema de orden público como el que viven otras grandes democracias”. En la imposible ecuación, el Ejecutivo también ha tirado del concepto de proporcionalidad para defender su actuación, cuando es evidente que si algo no ha sido su desempeño es proporcional -por pacato- al desafío que planteaban los violentos, arrancando sin duelo adoquines de las calles para lanzarlos a las propias fuerzas de seguridad o quemando todo lo que encontraban por su camino con grave riesgo también para los vecinos de la Ciudad Condal.

¿Lo explican todo los números? Desde luego, ayudan. Según la encuesta Ipsos para el Grupo Henneo que publica hoy La Información, el PSOE obtendría la victoria en los comicios del 10 de noviembre, aunque la crisis catalana le pasaría factura y apenas obtendría entre 116 y 120 escaños, frente a los 123 que conquistaba el 28-A. Más inquietante, solo dos combinaciones permitirían a Sánchez conformar una mayoría absoluta que se sitúa en los 176 diputados: o el pacto a la derecha con PP (y Cs); o un bloque similar al que sacó adelante a la moción de censura, con los independentistas catalanes a bordo si es que hay alguna posibilidad de reeditar semejante ‘frankenstein’. El castigo al Gobierno no solo vendría del soberanismo catalán. No en vano, solo la mitad de los españoles considera que la sentencia del ‘procès’ ha sido justa -ya sea por suave o por excesivamente dura-, una desafección del votante con las instituciones que ‘pagaría’ Sánchez como jefe del Ejecutivo. En roman paladino, el PSOE camina por una delgada línea roja con sufragios susceptibles de volar a uno u otro lado en función de cada resbalón.

Uno de los principales beneficiados en tan reñida contienda es Vox, que incluso amenaza con convertirse en tercera fuerza política del país, con 36 escaños, por encima de Podemos y Cs. Una tendencia que es conocida en el seno del PSOE, cuyos dirigentes históricos se hacen cruces al tiempo que denuncian ‘sotto voce’ el drama que supone la resurrección de la extrema derecha gracias a la política del gambeteo y el regate corto que preside España en el trienio negro que arrancó en el año 2015. “Con la exhumación de Franco le hemos hecho a la extrema derecha el mayor favor que podíamos hacerle. Les hemos puesto en el mapa. Desde luego que ningún dictador debe tener un mausoleo, pero se ha pagado un precio muy alto por ese traslado”, aseguraba uno de ellos, en clara censura al proyecto que conduce con mano de hierro la vicepresidenta, Carmen Calvo. Hasta tal punto ha ganado fuerza Vox, que ni siquiera necesita para esta campaña recurrir a sus exitosos ‘crowdfunding’. Ya percibe fondos institucionales.

Repartida la mano ‘catalana’ y sin posibilidad de cambiar las cartas, lo normal es que la economía no sea un factor decisivo en estas elecciones, por mucho que el PP de Pablo Casado quisiera dar vuelo a la cuestión y que la desaceleración de la economía sea evidente. Además, los números cantan. Un 95% ya asume que el frenazo de la actividad afectará a su bolsillo y ocho de cada diez contribuyentes dan por hecho que las promesas de los partidos políticos en materia económica quedarán en agua de borrajas. Esto es, confianza cero en una clase política enfangada en asuntos en apariencia más ‘elevados’. “De un tiempo a esta parte solo damos pasos atrás. Lo que se está viendo en Cataluña recuerda a esos fines de semana de ‘kale borroka’ en el País Vasco y, salvando las distancias, a conflictos sociales de enorme calado como la reconversión industrial en los astilleros. Claro que se trataba de etapas que considerábamos felizmente superadas”, recordaba ese histórico socialista. El ‘affaire’ catalán ha revivido los peores fantasmas y, lo que es peor, parece que desfile de zombis no tiene fin. Sánchez, que ha resultado estar muy vivo pese a ser dado por muerto en numerosas ocasiones, se mueve como pez en el agua en ese akelarre. La nueva España de Vox y Mingorrubio es, en parte, gentileza suya.

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