Libertad sin cargas

Los cuentos chinos de Abascal y el Evangelio según Pablo Casado

Pablo Casado y Santiago Abascal
Los cuentos chinos de Abascal y el Evangelio según Pablo Casado.
EFE

Las caras de los diputados de Vox y de su nutrida comitiva de seguidores eran un poema tras perder la moción de censura la semana pasada. Un desconsuelo que no se producía por la derrota en sí misma, que venía en el lote y estaba asumida. Tampoco por la ‘puñalada’ que les asestó Casado, con su giro centrista y su afán por dinamitar cualquier puente entre ambas formaciones. A fin de cuentas, el líder de los ‘populares’ también se estaba jugando la propia supervivencia y su futuro como cabeza visible de la oposición. ¿Acaso pensaba Abascal que, por muy amigo que sea -o fuese-, Pablo iba a quedarse cruzado de brazos al borde del precipicio esperando recibir el empujón final? No es siquiera creíble que al líder de Vox le afectara tanto el golpe como lo escenificó, teniendo en cuenta los meses que llevaba preparando su órdago en el Congreso. El viraje del PP era, si no previsible, al menos probable, y como tal posibilidad debió de considerarse entre los estrategas de Vox. Por tanto, al final del día, la desorientación entre los derrotados se producía más porque, por primera vez, habían identificado con claridad cartesiana fallas en un discurso hasta ahora incólume.

Por ejemplo, no está demasiado claro que los votantes de Vox -que podrían auparle hasta los 60 escaños si mañana se celebrasen elecciones generales- estén muy preocupados sobre las andanzas de George Soros, a quien Santiago Abascal siempre tiene en sus oraciones. Como supuesto protector de Sánchez, el presidente del Gobierno habría dado “orden al CNI para que le proteja”, en tanto “enemigo declarado de las fronteras europeas, del presidente de Estados Unidos, del Estado de Israel” y pese a ser un especulador que “ha reconocido que hizo dinero con las víctimas del Holocausto”. Personaje poliédrico, capaz tanto de desplegar una actividad filantrópica desaforada -desde donaciones sin tino contra la pena de muerte o en defensa de la democracia en los países del este- como de ‘atacar’ la libra esterlina y ‘quebrar’ el Banco de Inglaterra o ser condenado en Francia por ‘insider trading’, no parece que Soros esté a diario en el pensamiento de quienes tienen una nómina o un negocio y sufren el impacto devastador de la pandemia y las medidas restrictivas impuestas por los gobiernos autonómicos y central. Véase, los potenciales caladeros de Abascal.

Una reflexión similar procede dentro de Vox respecto a la demonización de la Unión Europea, zaherida sin duelo por el líder ‘verde’ durante su intervención. “No nos salvará Bruselas, sino Móstoles otra vez”, lanzó en referencia al bando que en 1808 alumbró el levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas francesas. De ahí pasó a criticar el dinero mendigado a Europa o la “máquina despótica” bruseliense, para terminar vaticinando que “la UE camina hacia un megaestado federal que se parece demasiado a la República Popular China, o la Unión Soviética o incluso a la Europa soñada por Hitler”. Reflexiones muy gruesas que topan con una realidad. Y es que, según reflejan una y otra vez las encuestas y hasta admiten ‘sotto voce’ cuadros de Vox, España no es antieuropeísta. Es más, en este punto de la tragedia económica que se cierne sobre el país, la lluvia de fondos europeos que anhelan autonomías y las empresas de casi todos los sectores, no va a empeorar precisamente la imagen de los españoles sobre la red de seguridad comunitaria. Razón de más, se argumenta desde los más críticos con la puesta en escena de la formación en el debate parlamentario, para evitar argumentaciones periféricas que no tocan de cerca al votante.

De Soros a la Unión Europea, los más críticos de Vox apuestan por evitar las argumentaciones periféricas que alejan al partido de sus caladeros de votos 

Además, si la cúpula de Vox acepta esa enseñanza de la moción y se decide a pulir las partes más extravagantes y extemporáneas del discurso, reforzará sin solución de continuidad el mensaje económico y un alegato liberal que cobrará más y más sentido según el ‘escudo’ social diseñado por el tándem Sánchez-Iglesias se convierta en paro -cuando se caiga el disfraz de los ERTE y aparezcan las quiebras y los despidos- y el déficit en deuda, una factura insoportable para las próximas generaciones. No es casual que el PP haya gobernado con su mayor margen saliendo de crisis económicas y cuando los españoles percibían la necesidad de buenos gestores al frente del gobierno. El partido de Santiago Abascal, que ve cómo el PP se ha jugado todo al rojo del viaje al centro, tiene toda una autopista electoral desde un proyecto que baje al terreno y proporcione soluciones para pymes y autónomos. Incluso quien no votó jamás al PP de Aznar se subió al carro tras comprobar las bondades del régimen de módulos. No es hora de banderas, sino de programa y proyecto como únicas vías para romper el techo de cristal de la ideología. Ahí está el fracaso de una moción que se perdió entre cuentos chinos, nazis, aviesos financieros y malvados burócratas europeos.

Entretanto, el renacido Pablo Casado afronta dos retos de proporciones isabelinas. El primero porque Pedro Sánchez, el oportunista mayor del reino, no ha tardado en poner a prueba su recuperado centrismo al lanzarle el guante para retomar la aparcada renovación del Consejo General del Poder Judicial. El presidente del Gobierno, muy consciente de que su plan B para renovar la justicia ‘manu militari’ podía encallar en Bruselas y complicar la llegada del maná de los fondos, aprovechó la moción de censura para vestirse de estadista y convertir esa debilidad en extrema generosidad con su nuevo ‘partner’ en la moderación. Todo mientras, claro está, apalabraba el movimiento con sus socios de Podemos. El ‘popular’, que no tiene más remedio que volver a la mesa de negociación en las actuales circunstancias, debe articular muy bien su estrategia, que bien podría pasar por proponer que al menos parte de los vocales del CGPJ sean designados por el propio sector, una medida que las diferentes asociaciones vienen reclamando desde hace tiempo. Una forma como otra cualquiera de promover un guiño en favor de la despolitización de la justicia y, sobre todo, de devolver la pelota al tejado socialista sin perder un jirón de su recién estrenada apuesta política.

Casado, además, necesitará a medio plazo bajar los decibelios en la relación con Vox. No en vano, si algo marcará el escenario político a medio plazo es el manifiesto firmado por diez partidos políticos presentes en el Congreso para establecer un ‘cordón sanitario’ a la extrema derecha. Semejante declaración de intenciones simplemente obliga a entenderse -y a sumar- a los Casado, Abascal y Arrimadas, los únicos políticos cuyos partidos no han firmado el documento. “Fui agredido personalmente. Dijo que personas como yo estaban pisoteando el tributo de sangre que había pagado el PP”, recordaba tras la sesión del jueves el jefe de Vox, que en su momento tendrá que elegir entre el pragmatismo o la memoria. El líder popular, por entonces, tendrá que haber sido lo suficientemente hábil como seguir las pautas del Evangelio y gestionar el partido a dos manos, sin que la derecha sepa lo que hace la izquierda. Un ejercicio de ‘finesse’ que enaltecería el grosero toma y daca ‘cortoplacista’ en que parece haberse instalado la política en la era Covid. Todo un desafío.

Mostrar comentarios