Libertad sin cargas

Los 'poderes ocultos' de Yolanda Díaz para triunfar en las urnas

Yolanda Díaz
Los 'poderes ocultos' de Yolanda Díaz para triunfar en las urnas.
EFE

Las cifras asustarían a cualquier observador imparcial y, por supuesto, a un gobierno responsable. Una inflación por encima del 10%, solo comparable entre sus pares a la de Grecia; la promesa de incrementar las pensiones con el IPC, lo que podría suponer una factura extra de 13.000 millones de euros; un déficit público que apunta de forma clara por encima del 4% para alimentar una deuda desbocada camino del 115% del PIB; un crecimiento menguante que no permitirá recuperar los niveles prepandemia hasta bien entrado el año 2023, y por si fuera poco, un inesperado recibo adicional de 12.000 millones para cumplir con el 2% de gasto en Defensa por obra y gracia de Pedro Sánchez en su nueva versión de fino estadista internacional. La España de pasión que se avecina tras el verano ni siquiera ha sabido aprovechar la inyección de 140.000 millones que prometían los fondos europeos, cuya diletante ejecución es otro expediente X. Todo mientras en el horizonte se vislumbra un año electoral que paralizará la necesaria toma de decisiones de fondo en beneficio del marketing político y al cortejo del voto. La cuestión para muchos es hasta dónde horadará sus cimientos la economía patria.

Eso sí, lo cierto es que, a diferencia de otros momentos históricos no muy lejanos y fáciles de recordar, hay lecciones aprendidas que allanarán el camino. Por ejemplo, la subida de tipos en ciernes que ya contempla el Euribor se produce tras años en los que tres de cada cuatro hipotecas se han contratado a tipo fijo. De hecho, el saldo vivo hipotecario con el interés cerrado se mueve en máximos históricos; todo un blindaje no solo para unas entidades financieras que esta vez sí se han curado en salud para minimizar la morosidad, sino también para las economías domésticas. Los hogares, más cubiertos por esta circunstancia, también afrontan el ‘invierno negro’ y la amenaza de recesión sin el yugo del desempleo. Según los últimos datos del Ministerio de Trabajo, el paro registrado se sitúa en 2.880.582 personas, los guarismos más bajos desde octubre de 2008, precisamente el inicio de la crisis financiera. La afiliación confirma el dinamismo del mercado laboral, con datos mensuales que ya enlazan con la época precovid y, sobre todo, con cada vez mayor presencia de la contratación indefinida. Pese a que la tasa de paro se sitúa todavía en un inasumible 13%, la hoja de ruta proporciona cierto alivio. ¿Qué ministra, vicepresidenta para más señas, puede capitalizar ese logro?

Yolanda Díaz presentaba este viernes en el madrileño espacio de Matadero -veremos si el lugar no es premonitorio- su proyecto político de cara a los próximos comicios. No obstante, la puesta de largo real se hacía este domingo con una entrevista en el diario ‘El País’. En una doble página impagable, la política gallega parece postularse ya como un gurú al que hay leer entre líneas, apostando por conceptos tan etéreos como “deconstruir la impugnación”, al tiempo que viste de “transversalidad” su indudable ambición política. En esa bien cuidada dialéctica entre buenismo intelectual y azote de los poderosos, también baja al barro y apunta directamente al ‘establishment’ empresarial como generador de intrigas y como un permanente palo en la rueda para la activación de la economía. “Desde Espartaco hay poderes ocultos. Y, por cierto, son muy visibles (…) Los financieros, los energéticos… ¿Usted cree que le gusta a los poderes energéticos una ministra que está diciendo todos los días que quiere que paguen impuestos? Estoy segura de que no, pero desde Espartaco viene siendo así. Si la pregunta es, ¿están pujando fuerte? Pujan fuerte, sí.”, expone la vicepresidenta.

Al margen de la retórica entre izquierdas y derechas, hay reformas estructurales que afrontar, desde el ‘pool’ eléctrico a la propia fiscalidad de las empresas

Dos cuestiones llaman la atención de la propuesta. En primer lugar, habla de las fallas del Gobierno como si ella misma no formara parte de él y se limitara a ver pasar la riada desde la montaña. Esto es, en lugar de escudriñar conspiraciones, al Ejecutivo le corresponde decidir y legislar. La ministra de Transición Ecológica, a la que defiende con vehemencia Díaz, le ha sobrado retórica sobre la necesidad de que las eléctricas paguen más impuestos y le ha faltado capacidad y coraje para que sus disposiciones, en lugar de quedar en agua de borrajas una detrás de otra, hayan realmente erosionado el control que las empresas ejercen sobre el modelo tras décadas de ‘lobby’ y trabajo jurídico para domeñarlo. Desde luego, las propias corporaciones reconocen entre bambalinas que, con el actual precio de la luz y sus compensaciones, ya no saben ni cómo ocultar sus beneficios para no perder del todo la batalla de la opinión pública. Del gabinete no se espere que lo denuncie cual víctima ultrajada; se espera que lo corrija. Y si la vicepresidenta ‘morada’ observa que no es posible cambiar el paradigma y que el PSOE está ‘atrapado’ en los dobleces y las contradicciones del sistema, desde luego ella no pinta nada en el Gobierno de coalición, más allá de convertirse en una coartada perfecta. Otra cosa es que esa honestidad brutal case mal con sus cálculos electorales.

En segundo término, y si cabe más preocupante, se trata de declaraciones que dan por buena la percibida pero nunca confesada imbricación de lo público y lo privado a la hora de resolver los asuntos de interés general en España. Díaz, que ha transado puntualmente con ese ‘establishment’ que tanto critica cuando le conviene, se envalentona e incluso se ofrece a ir al fondo de la cuestión. “Yo, si quiere, le pongo nombres y apellidos”, lanza al periodista en la citada entrevista con el diario del Grupo Prisa. Sin embargo, cuando parece que viene lo más interesante, se limita a hablar de sectores que, por definición, carecen del apellido Galán o Botín, por citar dos ejemplos que podrían habitar en su cabeza. Se queja Díaz de “las grandes corporaciones que cotizan en bolsa han tenido 64.021 millones de euros de beneficios” y que, en tanto ganancias históricas”, tienen que “aportar más en este momento”. Parece que nadie le ha explicado a la candidata por Sumar que las empresas tienen la obligación de maximizar sus beneficios para retribuir a sus accionistas, y que entre sus mandatos no está mimetizarse con los objetivos de la Administración. Otra cosa es que la ministra de Hacienda, desaparecida en combate, saque del cajón su reforma fiscal y limite la aplicación de créditos fiscales por parte de las compañías, por citar una medida de calado. Cada uno en su lugar.

Muchos seguidores de Podemos vivieron la salida del gobierno de Pablo Iglesias como una decepción, cuando no como una traición a su voto. Parece difícil que ese votante encuentre amparo en un discurso como el de Díaz, más sofisticado pero menos carnal, plagado de impostura. Se queja la vicepresidenta de la “falta de alma” en el actual Ejecutivo, y más le valdría aplicarse el cuento. Lo que se precisa, a la vista de los datos económicos y los tiempos que acechan, es gestión. Al margen del pulso entre izquierdas y derechas, hay reformas estructurales que afrontar, desde el ‘pool’ eléctrico a la propia fiscalidad de las empresas. Y no para que necesariamente paguen más impuestos, sino para que su tributación sea más eficiente. Hay palancas, como la evolución del empleo, que permitirían afrontar esos procesos -cuyos efectos no son inmediatos y esconden un innegable coste político- con ciertas garantías. Sin embargo, el horizonte de las urnas apunta más hacia un 2023 perdido, recorrido por anuncios vacíos y frases huecas. La irrupción de Yolanda Díaz parece, simplemente, más de lo mismo. Véase, cambiar algo para que todo siga igual. El signo de los tiempos.

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