OPINION

Más allá de la tesis... Lo que de verdad se espera de Sánchez

Pedro Sánchez participa en la Fiesta de la Rosa en Oviedo
Pedro Sánchez participa en la Fiesta de la Rosa en Oviedo
FSA-PSOE

La política española parece decidida a bajar, a toda velocidad y sin freno, los escalones que conducen al infierno. Hace no demasiado se veía Italia como un escenario exótico -y hasta esperpéntico- de mociones de censura, legislaturas de meses, inopinados cambios de presidente y corruptelas de toda clase y condición. En los últimos tiempos podemos considerarnos hermanos de sangre. De un Gobierno como el del PP, anegado por los casos de corrupción e incapaz de sacar adelante la mínima producción legislativa necesaria para acometer las más básicas reformas, se ha pasado a otro del PSOE esencialmente bisoño que, con el legislativo perdido por la mera aritmética, tampoco es capaz de ejercer el ejecutivo con diligencia y, entre globos sondas y enredos, parece conformarse con que la Moncloa sea la mejor plataforma electoral. Con un listón tan bajo para las dimisiones que hace que cualquier polémica amenace con una crisis de gobierno de proporciones isabelinas, Sánchez se ha conjurado para aguantar dos años cuando su mantra inicial era ir a elecciones lo antes posible. Siempre que una curva inesperada no le haga descarrilar. Una provisionalidad que mercados y empresas aborrecen.

“Nosotros estamos parados desde hace meses -admitía esa semana sin ambages un alto ejecutivo de una cotizada-. Somos un sector regulado, un porcentaje muy alto del Ibex lo es, y no podemos tomar decisiones de inversión ni de estrategia con este grado de incertidumbre”. A diferencia de Italia, cuyas empresas conviven desde hace décadas con la miseria política y han generado un cauce de actuación paralelo, independiente y exitoso, en España la imbricación de lo político y lo económico, vía Boletín Oficial del Estado (BOE), es demasiado poderosa. Lo sufren, por ejemplo, los bancos, cuyos principales exponentes se mueven ya cerca o en mínimos bursátiles del año y afrontan un impuesto a las transacciones financieras todavía no muy bien armado pero que puede rematar su cotización. O las eléctricas, que tiemblan ante las medidas que puedan salir del Gobierno para parchear -otra vez- un recibo de la luz que solo preocupa cuando se dispara. Las dudas son peores que las malas certezas. Y las grandes corporaciones viven en un perpetuo ‘impasse’.

En este punto de desafección entre la política y la empresa, llama la atención que Moncloa haya organizado este lunes un megaevento en la Casa de América en el que las multinacionales patrias tendrán un papel destacado. ¿Objetivo? Reivindicarse y sacar pecho por los 100 días de gobierno. Como adelantó La Información, el acto ha sido preparado al detalle por Presidencia y el jefe del Ejecutivo prevé ofrecer -con el título ¡Avanzamos!- una conferencia ante invitados de Telefónica, Repsol, Mercadona, Santander, Caixa o Sabadell. Todo un ejemplo de agitprop. ¿Se atreverá algún empresario a levantar la mano y decirle a Sánchez lo que dice en privado sobre su gestión? ¿O será Sánchez el que detalle a Pallete o Brufau cómo va a modificar el Impuesto de Sociedades para que paguen al menos el 15% de tipo efectivo? Más interesante, incluso, que esas imaginarias conversaciones, o que un debate espurio sobre si el presidente ha plagiado el 13% o el 17% de su tesis, sería que el propio Sánchez abordara cuestiones de fondo que lastran decididamente a la economía, pero también a ámbitos como el conocimiento o la educación.

Porque, como informaba este diario, ¿tiene sentido académico que la universidad española oferte más de 3.500 másteres o es solo una forma de hacer caja para instituciones donde la enseñanza va detrás del negocio? ¿No ha provocado reflexión alguna a los gobiernos de PP y PSOE que en apenas dos décadas se haya triplicado el número de universidades privadas sin que apenas centros españoles se cuelen en los rankings mundiales de docencia superior? Montón o Casado no son más que el resultado de un modelo fallido nacido de las entrañas de Bolonia, en el que los cinco años de carrera universitaria se quedaron en cuatro para dejar las cuentas de las universidades en los huesos. La solución, los cuatro año más el máster, fue el embrión de la ‘titulitis’, la inflación de posgrados que no sirven para nada y de una generación con currículos hinchados. Ha dimitido Montón, puede -o no- dimitir Casado y hasta identificarse decenas de casos adicionales. Lo que se espera de un presidente del Gobierno es que, detectado el problema, lo resuelva desde sus raíces. Y hasta que promueva un pacto de Estado si la cuestión lo merece, como es el caso.

Un caso similar es el que afecta al mencionado recibo de la luz. ¿Qué hizo el Partido Popular en el cambio de siglo, allá por el año 2000, cuando se disparó la factura? Idear un modelo perverso, denominado deficit de tarifa, por el cual las eléctricas no cobraban el precio real de la electricidad, sino una cuantía fijada políticamente. El coste de más se reconocía y se iba pagando en cómodos plazos en recibos posteriores. Una suerte de hipoteca que, andando el tiempo, a punto estuvo de llevarse por delante todo el sistema -y las finanzas públicas-. Desde ahí, una avalancha de parches para sortear el problema cuando aflora: fin a las subastas, ahora -posiblemente- a la fijación del precio por horas… Pero, ¿algún gobierno va a preguntarse responsablemente si las primas a las renovables deben estar en el recibo o en los Presupuestos Generales del Estado? ¿O si hay centrales ya amortizadas generando beneficios caídos del cielo, los llamados ‘windfall profits’? Entretanto, sin resolver ese debate, tampoco sabemos, cuál es plan del Gobierno para el desarrollo de las electrolineras, uno de esos cambios de paradigma que definen un país, que es ineludible y que requiere de apoyo público para acelerar el vital desarrollo del coche eléctrico. Esos, y no otros, son los temas de fondo donde se espera a los políticos.

“Hay cola para ver la tesis de Pedro Sánchez expuesta en la plaza mayor como el niño de Belén en el pesebre -mensajeaba esta semana un veterano y conspicuo periodista-. ¡A qué velocidad cae este país por el tobogán donde al final espera la boca enorme del populismo! Ya casi nadie piensa, corre”. Y es que si el trazo grueso, la polémica infantil, el regate corto para forzar cobrarse una nueva pieza política en forma de dimisión, no deja paso a los verdaderos debates de calado, no será solo la política la que colapse. Grandes corporaciones españolas que dan trabajo a muchos profesionales ya han deslizado la posibilidad de cambiar de país su sede. No es casualidad que la desaceleración económica en ciernes se produzca tras dos años de gobiernos débiles, inestabilidad política y falta de reformas. La tesis de Sánchez identifica, mal que bien, algunas taras de la diplomacia económica española. Pero no ofrece remedio alguno a las mismas. Como presidente, se le espera en los grandes temas y, sobre todo, en las soluciones. Y tiene trabajo de la A a la Z.

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