OPINION

Más allá de Vox... Otras tres letras a las que dedicar toda la atención

Militantes y simpatizantes de Vox celebran los resultados en las elecciones andaluzas en un hotel de Sevilla. EFE/Rafa Alcaide
Militantes y simpatizantes de Vox celebran los resultados en las elecciones andaluzas en un hotel de Sevilla. EFE/Rafa Alcaide

Jueves, 3 de enero. Nueve de la mañana. En pleno periodo vacacional para muchos, el Ministerio de Trabajo publica sus datos de empleo. Las cifras suponen todo un alivio para Moncloa, en tanto la afiliación supera de nuevo los 19 millones, un umbral que solo se rebasó en el año 2007 y que recuerda a los tiempos de vino y rosas anteriores a la crisis, cuando las cifras laborales solo traían alegrías y apuntalaban mensualmente el milagro económico español. El secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, aprovechaba para destacar el buen desempeño durante el ejercicio y hasta sacaba pecho. “El mercado de trabajo español hasta ahora no refleja ninguno de los indicadores que los textos clásicos asocian a la idea de desaceleración”, subrayaba en la semana en la que Apple terminó por poner el corazón de las economías desarrolladas en un puño. Y pese a tener razones para el desahogo, un dato llama la atención y retrata el modelo: de los 22,3 millones de contrataciones, 20 millones fueron temporales y apenas 2,2 millones, indefinidas. Para reflexionar.

Los servicios de trabajo de la Comisión Europea lanzaban a mediados del pasado año un documento de trabajo donde se abordaban los desequilibrios macroeconómicos de España. Con un párrafo demoledor: “La productividad está aumentando lentamente debido a la reducida capacidad de innovación y a la escasa inversión en conocimiento y cualificaciones, y existe el riesgo de que la fuerte segmentación del mercado de trabajo y los resultados dispares de la política social consoliden la elevada desigualdad de ingresos”. Resumiendo, dos problemas básicos. En primer lugar, y según datos de Bruselas, en nuestro país había en 2016 casi un 40% de titulados universitarios empleados en puestos de trabajo que no requerían educación superior. La media de la UE es del 23,5%, lo que revela todo un desperdicio de talento, sin contar con la frustración personal de quien cada mañana se levanta para llevar el pan a su casa gracias a un trabajo muy alejado de la que fue su verdadera vocación vital.

Ese primer problema, empero, enlaza con un segundo, véase los bajos niveles de inversión en I+D. Los números son tozudos. En 2007, cuando todavía no se vislumbraba la dimensión de la crisis económica en ciernes, España invertía en investigación y desarrollo el 0,55% de su Producto Interior Bruto (PIB). Una década después, en el citado 2016, ese porcentaje no había variado y se quedaba lejos del 0,69% de la media europea. Más triste si cabe es el paupérrimo nivel de ejecución de los presupuestos públicos consignados a tal efecto, que en algunos años ha llegado a quedarse en la mitad. ¿Conclusión? “En España el nivel de innovación es moderado y las actividades de mayor valor añadido representan una proporción limitada en su estructura económica”, destaca la Comisión. Por si fuera poco, rubrica su reflexión apuntando que, “aunque la producción nacional de los investigadores altamente cualificados es buena, sus perspectivas profesionales y la movilidad entre las esferas científicas y empresarial son limitadas”. No hay mejor forma de explicar el éxodo de estos perfiles a países de nuestro entorno.

Más allá del diagnóstico comunitario, la mejor fórmula de medir la incorporación de la tecnología a los procesos de producción es la denominada Productividad Total de los Factores (PTF), un concepto que da una mejor imagen del estado de una economía que la mera productividad, a fin de cuentas el mero cociente entre la producción y los factores utilizados. La Fundación BBVA, en colaboración con el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), publicaba recientemente un estudio en el que abordaba la acumulación de capital en España y el crecimiento regional entre 2001 y 2014, con resultados desalentadores al analizar ese parámetro. “Por lo que respecta a la PTF, las estimaciones muestran caídas durante los años previos a la crisis, reflejando problemas en el uso eficiente de los recursos. El crecimiento español se basó durante esos años en una intensa acumulación de factores junto a un uso cada vez menos productivo de los mismos, es decir, una insuficiente capacidad de generación de valor añadido a partir de los factores utilizados”. Resumiendo, el ‘boom inmobiliario’.

Lo peor de todo es que la lección no pareció aprenderse y la crisis no sirvió para reflexionar y caminar rumbo hacia otro patrón de crecimiento. “A partir de 2010 -continúa el documento-, en un contexto de ajuste de las empresas con fuerte destrucción de empleo, la PTF pasó a experimentar algunos avances (…), pero padeció al mismo tiempo los efectos de un mayor exceso de capacidad en los capitales instalados. En conjunto, la contribución media de la PTF fue negativa, de -0,16 puntos anuales, poniendo de manifiesto retrocesos en la eficiencia”. Dicho de otra manera, no se han sentado las bases para que ese porcentaje de ingenieros que actualmente enlazan trabajos temporales alejados de su verdadera cualificación tomen el control de una economía cuyo patrón de crecimiento los políticos de distintos signo llevan 20 años prometiendo cambiar. En tiempos donde toda la actualidad parece monopolizada por la irrupción de Vox y sus exigencias para cambiar el gobierno en Andalucía, con seguimiento del minuto y resultado sobre la evolución de las conversaciones, no parece mala idea volver a algunos de los debates económicos de base. Al menos un día, como regalo de Reyes.

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