OPINION

¡No somos los que peor hemos gestionado la Covid en Europa!

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una de sus intervenciones en el pleno celebrado este miércoles en el Congreso. /EFE/Pool/Mariscal
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una de sus intervenciones en el pleno celebrado este miércoles en el Congreso. /EFE/Pool/Mariscal

Solo una cosa parecía preocupar esta semana en los pasillos de La Moncloa, donde Redondo&Co. monitorizan al minuto la evolución de la crisis sanitaria. Véase, desarticular la tesis de que España ha sido el país europeo que peor ha gestionado el tsunami del coronavirus. En verdad, hay argumentos para sostener que la aproximación del gabinete que encabeza Pedro Sánchez no ha sido la mejor. El más obvio, la cifra de contagiados, ranking de dudoso prestigio donde nuestro país sigue subido a lo más alto del cajón pese a los ímprobos esfuerzos del Ejecutivo por “limpiar” la estadística, como diría el inefable Fernando Simón, cuyo discurso fluctúa entre el candor y el tocomocho con los números. Por ir al grano, los datos facilitados ayer por el Gobierno sitúan a nuestro país con 217.466 infectados, claramente por delante de Italia (209.328) y Reino Unido, Alemania y Francia, que no rebasan el umbral de los 200.000. Y eso que ya solo se cuentan confirmados por PCR, abandonada la estadística inicial que abarcaba test rápidos y asintomáticos. Vamos, que mejor no pensarlo.

En ese escenario desolador, un registro vino a dar aire a las huestes del tándem Sánchez-Iglesias y el aparato del Gobierno se aprestó a venderlo como merecía. Corría el 27 de abril y el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, situaba a España como el octavo país que más test por habitante hacía para detectar el virus. “Bueno ver a España en el ‘top 10’ -se congratulaba el mexicano-. Aumentar la capacidad de test es crucial para las estrategias de desconfinamiento y para reducir riesgos de nuevos brotes”. Sanidad se aprestaba a retuitear el mensaje y la maquinaría se puso en marcha... hasta que los propios técnicos que elaboran el informe del organismo internacional dejaban claro que los guarismos aportados no permitían llevar a cabo una comparación correcta y que, en puridad, solo con pruebas PCR por habitantes -esto es, descontando las pruebas de anticuerpos-, España debería conformarse con un paupérrimo puesto 17. Todo un jarro de agua fría y un ridículo como otro cualquiera.

No obstante, en su afán por ‘sostenella y no enmendalla’, Sánchez aseguró en su habitual ‘agitprop’ sabatino que España ocupa el quinto lugar mundial en la realización de test. Más allá de que para hacer su cálculo el presidente del Gobierno vuelva a sumar pruebas de PCR y anticuerpos, completamente al margen del estándar de la OCDE, lo verdaderamente llamativo es la insistencia. Similar a la de los equipos de comunicación de los diferentes ministerios por convencer a los periodistas de semejante ‘trágala’. De hecho, para quien guste de ir al fondo del rompecabezas, el esfuerzo se acompasa mejor al adagio jurídico de ‘a confesión de parte, relevo de prueba’. Y es que el intento del engranaje monclovita por dignificar la gestión de la crisis revela el amargo poso, cuando no la convicción de fondo, de que en algo se ha fallado a la hora de aproximarse a un proceso que -al menos en aspectos concretos- hubiera merecido gobernantes con mayor eficacia.

Un botón de muestra de ese fiasco es el inadmisible porcentaje de sanitarios contagiados. Y es que junto a las actualizaciones diarias que publica Sanidad, el departamento de Salvador Illa también difunde cada tres o cuatro días un informe de situación con muchos mas datos sobre la evolución de la epidemia. En el último, el número 27, publicado el 30 de abril, puede leerse: “Un 21,4% de los casos notificados a SiViES [Sistema de Vigilancia de España] son personal sanitario (…), siendo significativamente mayor este porcentaje entre las mujeres que entre los hombres (29,1 vs. 11,7%). El 75% del personal sanitario con Covid-19 son mujeres”. La cifra total, que bordea el umbral de los 40.000, tampoco tiene parangón porcentual con otros países altamente afectados, como China o EEUU. Falta de mascarillas (cuando no defectuosas), ausencia de EPI… Incapacidad, en definitiva, para gestionar una crisis en un país atomizado por las diferencias autonómicas y la falta de práctica en centralizar las compras para ganar en eficiencia.

“En este ambulatorio se ha contagiado el 80%. Incluida yo, que acabo de volver”, confesaba esta semana sin ambages la médica de familia de quien esto escribe, mientras atendía cual teleoperadora otras dolencias que empiezan a acuciar a quienes llevan semanas de confinamiento. Hablar de héroes es fácil, especialmente para llenar espacios en televisiones subvencionadas por el Gobierno, pero el fondo de la cuestión difiere. En esencia, estamos ante profesionales entregados a una vocación de servicio que cumplen con su obligación… pero que no deberían haber sido enviados a luchar contra un virus desconocido sin la pertinente protección. La certeza del fracaso en proporcionársela -ya se puede decir- acompañará cada comparecencia de Illa o Sánchez, por mucho que alardeen de abstrusas cuentas sobre su notable desempeño en los test. Los propios informes oficiales, públicos, esos que nadie mira, son el terrorífico espejo en que se refleja no solo su tardanza en reaccionar, sino la quiebra del modelo de Estado.

La tragedia, por si fuera poco, alcanza también al líder de la oposición, Pablo Casado, en apariencia convencido de que no debería seguir apoyando la gestión de la dupla gobernante mediante su voto favorable a los sucesivos estados de alarma que se aproximan, pero impelido a hacerlo para no subvertir el andamiaje institucional que contiene la deriva del Ejecutivo y sobre el que, además, asienta su aspiración de ser un día presidente del Gobierno. Un diabólico ‘catch-22’ para el que, como publicó este diario, busca respuestas en reuniones con el Ibex y en los agentes económicos, un salvoconducto para el Santo Grial que sin embargo debería conducirle a la melancolía. El dirigente popular, cuya voz debería resonar con fuerza para desmontar las capas de barniz que los ‘comunicólogos’ de Moncloa aplican a una gestión sanitaria con más sombras que luces, se aferra al cálculo político para tampoco caer en la trampa de Vox. Y en esa dialéctica imposible perecerá la opción de una alternativa moderada. Que el verano y el calor nos ayuden a frenar el virus. En la vida también hay que tener suerte.

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