OPINION

Orcel no era (solo) cuestión de dinero o cómo montar una retirada a tiempo

La reunión tuvo lugar a finales de enero. Con un testigo del Banco Santander. Dicen quienes conocen el episodio que fue relativamente amable, que hubo cierta comprensión mutua. No fue fácil para ella, pero había interiorizado que dar marcha atrás era lo mejor que podía hacer. “Esto no va a funcionar, Andrea”, dijo la presidenta del primer banco de España. Él se resignó, pero no se revolvió en un principio pese a saber que no podía ya volver a su zona de confort, a la banca de inversión de la que venía y de donde ya se había despedido. De hecho, probablemente tampoco podría retornar a ningún puesto similar en un buen periodo de tiempo. “El tiburón enjaulado”, debió pensar amagando una carcajada histriónica al tiempo que mantenía las formas. Tocaba perder. Al punto que ambos, empleador y empleado frustrado, pactaron el sorprendente comunicado posterior, en el que mucho tuvieron que ver los hombres de confianza del banquero italiano estrella que Ana Botín había querido convertir, apenas tres meses antes, en rutilante fichaje de una entidad líder.

“No era posible anticipar el coste final para el grupo de abonar las retribuciones diferidas que se le habían asignado en su puesto anterior y que habría perdido al abandonarlo”, rezaba la nota que hizo pública Santander el 15 de enero para cancelar el fichaje de Andrea Orcel. ¿El coste de contratar al banquero de inversión para que no perdiera un euro con el cambio de trabajo? Unos 55 millones de euros que Ana Botín esperaba que en parte hubiera costeado UBS. Dicho lo cual, la pregunta que se suscitó entonces y sigue ahora más viva que nunca es, ¿era solo cuestión de dinero? “Fue un proceso de desencanto”, explican fuentes al día del culebrón. Es verdad que Botín arriesgaba al contratar a un ‘killer’ financiero como el ejecutivo transalpino; hasta asumía que su llegada ‘estresaría’ la organización al incorporar el ‘modus operandi’ de la banca de inversión al ‘retail’.  Pero todo se le fue de las manos.

La clave está entre noviembre y enero, en el periodo de ‘garden leave’ al que le obliga UBS al abandonar su puesto. Esa suerte de ‘hibernación’ que protege a los bancos anglosajones de los ejecutivos salientes que van a la competencia es el tiempo que aprovecha Orcel para tener sus primeras conversaciones de fondo con las altas esferas del banco y trasladar sus principales objetivos. Entre ellos, mejorar la cotización de la firma, víctima de los problemas de un sector marcado a fuego por la curva de tipos. En este punto, según cuentan fuentes próximas al banco, incluso se muestra partidario -en las reflexiones a vuela pluma de esos días- de desprenderse de participaciones o países en los que la entidad tiene presencia estratégica para ganarse el favor de los mercados. Nada extraño en la banca de inversión, donde es clave la acción y actuar si procede en su favor. No en vano, de esas operaciones y de la evolución en mercado de las empresas dependen los jugosos bonus de los ejecutivos.

Es entonces cuando la presidenta, consciente de que hasta los más de 10 millones que ella percibe anualmente son vistos con recelo por una sociedad recorrida hasta la médula por el 15-M y el rescate a la banca, empieza a temer que esos planteamientos tan agresivos no sean aceptables en banca minorista. También provoca recelos un talante que parece olvidar que en la entidad hay una presidenta ejecutiva, dispuesta a ceder pero sin abandonar nunca el bastón de mando. Todo un rosario de desencuentros más o menos menores, más o menos solucionables, pero que hacen perder 'feeling' a Botín. Se atribuye a Napoleón la tesis de que una retirada a tiempo es una victoria. Botín encuentra en Orcel su particular Dunkerque o Gallipoli. Perder la batalla desde la convicción de que se avanza en la guerra. El entusiasmo original se había tornado en desconfianza y de ahí la decisión de cancelar el fichaje.

Eso sí, dado el paso, Santander asume que se abre una negociación para compensar al directivo y, ‘sotto voce’, desliza que no vería mal abonar los entre 15 y 20 millones de la prima de fichaje para zanjar el asunto. Se entra en unas semanas de calma ‘chicha’ mientras Orcel negocia con UBS, que sigue resistiéndose a abonar un solo euro de lo inicialmente comprometido. El argumento inicial se mantiene: se ha ido a un banco competidor y no cabe indemnización. Entretanto, en una entrevista con el ‘Financial Times’, el damnificado muestra, ya a primeros de mayo, su intención de dar batalla. Asegura que no ha engañado a nadie, que su visión del negocio era de sobra conocida por el banco cuando decidió contratarle tras décadas de colaboración -sobre todo durante la etapa de Emilio Botín- y que él no ha cambiado. Lo ha hecho el banco. Ya cuenta con bufete en España, De Carlos Remón, para defender sus intereses en nuestro país. Durante casi tres meses, el 'affaire' parece enterrado.

La bomba salta el pasado miércoles, cuando este diario publica que Orcel ha formalizado su amenaza y presenta una amenaza multimillonaria contra el Santander. El ejecutivo se juega el todo por el todo, al punto que no solo reclama los pagos pendientes con UBS, sino daños y perjuicios por un valor total que se eleva al entorno de los 110 millones de euros. La espectacular cifra llama más si cabe la atención, teniendo en cuenta que se centra en la ‘vía española’ tras haber ultimado un pacto con el banco de inversión helvético para recibir las retribuciones diferidas pendientes aunque, según se explica desde el sector, en un periodo fraccionado de siete años. El órdago cae como un jarro de agua fría en el banco, que no solo teme por el impacto económico del proceso, sino -sobre todo- por el daño reputacional que puede provocar en la entidad un largo procedimiento judicial con amplia presencia en los medios de comunicación. Un desafío que ha puesto a toda la maquinaria legal del banco a trabajar. El acuerdo económico que parece razonable para zanjar el embrollo se ve lejano cuando lo que está en juego es también el orgullo. Y no es fácil determinar cuál es su precio... si lo tiene. Desde luego, Orcel tendrá que plantearse montar su propia ‘boutique’, en tanto la demanda a un banco como Santander le cierra las puertas de la competencia. En todo caso, se avecina tormenta.

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