OPINION

¿Por qué en el club de Bezos y Gates no hay 'ultra ricos' españoles?

Jeff Bezos y MacKenzie. / EFE
Jeff Bezos y MacKenzie. / EFE

MacKenzie Bezos acaparó las portadas de los diarios en el arranque de año tras anunciar su divorcio del poderoso dueño de Amazon. Una separación multimillonaria que, tras el reparto de los activos de la pareja, convertía a la novelista en una de las personas más ricas del mundo de una noche para otra, con una fortuna equivalente a 36.600 millones de dólares. Apenas cinco meses después, este pasado martes, su nombre era el más conocido de los nuevos filántropos que se unían a la iniciativa ‘The Giving Pledge’ (‘El compromiso de dar’), proyecto en el cual los firmantes se comprometen a donar a causas caritativas al menos la mitad de su riqueza. “Tengo una cantidad desproporcionada de dinero que compartir”, explicaba la exmujer de Jeff Bezos en una carta a la organización para expresar su deseo de integrarse en el movimiento. Y remachaba: “Mi aproximación a la filantropía continuará siendo cuidadosa. Llevará tiempo, esfuerzo y cautela. Pero no voy a esperar más. Me mantendré firme hasta que la caja esté vacía”.

‘The Giving Pledge’ vio la luz en agosto de 2010, cuando 40 ‘ultra ricos’ estadounidenses se unieron en torno a Warren Buffett y Bill y Melinda Gates con el fin de “dar más, dar antes y dar de forma más inteligente” para “construir una bonita tradición de filantropía que ayude al mundo a ser un lugar mejor”. Al principio, el planteamiento solo contemplaba tener desarrollo en EEUU, pero, ya en 2013, los fundadores detectaron “el interés de filántropos en todo el mundo” y abrieron la puerta a incorporaciones de todas partes del planeta. Con las últimas 19 entradas, entre las que se encuentra la de MacKenzie Bezos, la organización supera ya el umbral de los 200 filántropos pertenecientes a la friolera de 23 países, de China o Noruega a Suiza o Emiratos Árabes, pasando por India, Ucrania o Sudáfrica. ¿Y españoles? ¿Cuántos millonarios patrios se han sumado a tan loable movimiento con emotivas cartas de presentación? Por duro que parezca, la cifra es cero. Y la pregunta es por qué.

El mayor filántropo de España, Diego Hidalgo Schnur, fundador de FRIDE y dueño de una mirada sobre el mundo tan preclara como bondadosa, reflexionaba sobre ello en una magnífica pieza publicada por Esteban Hernández en ACV hace ya algunos años. En primer lugar, para explicar la desafección del rico español por las acciones filantrópicas, Hidalgo alude a razones fiscales -desgrava más una cena con langosta que una aportación a una ONG-, así como a cuestiones culturales que nos aproximan más a la caridad que a la convicción de que quienes más tienen deben reintegrar a la sociedad parte de sus privilegios. Sin embargo, al final del camino, el escollo más importante es más obvio... pero menos mencionado. “La causa más importante es la gigantesca dependencia del Estado en la que estamos inmersos. En España, con una población de 47 millones, apenas hay 13 millones de trabajadores en el sector privado, lo que contribuye a que pensemos que el Estado es el padre de todo. Y eso también se da en los sectores más acomodados (…) Muchas personas, como Emilio Botín, cuando les hacía propuestas, contestaba, ‘pero eso es un proyecto para el Estado’. Están anestesiados por esa noción de que el Estado es el responsable del bienestar de todo el mundo”.

Bajo esta restrictiva concepción deben entenderse las críticas vertidas por Pablo Iglesias a las donaciones del fundador de Inditex, Amancio Ortega, a la sanidad pública. De hecho, desde hace tiempo diferentes líderes de Podemos sostienen que los equipos de diagnóstico y tratamiento en la lucha contra el cáncer financiados para hospitales públicos por la Fundación del dueño de Zara no deben aceptarse, al ser entendidos como una suerte de caridad. “A los multimillonarios les molesta que el Estado les haga pagar impuestos, porque ellos no necesitan sanidad pública, ya que se la pueden pagar”, arreció precisamente el líder de la formación morada en plena refriega electoral. Una lástima que la demagogia en busca de los votos no sepa -o mejor, no quiera- distinguir entre un debate legítimo sobre si las empresas pagan muchos o pocos impuestos y las bondades de la filantropía de quienes quieren devolver a los suyos parte de lo que han recibido de ellos, sin perjuicio de pagar los tributos que les corresponden, cosa que Inditex hace -como no podría ser de otra forma- dentro de la legalidad.

Respecto a la carga fiscal a las grandes empresas, los propios políticos no han dudado en sembrar dudas sobre su nivel de tributación, haciendo un flaco favor a la reputación del colectivo. Por parte del Partido Popular, el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro no dudaba en subrayar, en publico y en privado, que las corporaciones nacionales apenas pagan un 7% de su resultado contable, un porcentaje a todas luces mínimo. La propia CEOE salió al paso de la argumentación, haciendo hincapié en que, si se tiene en cuenta la base imponible, ese guarismo sube por encima del 19%. Cuestión de enfoques. El PSOE de Sánchez, sin entrar en debates, ha tenido claro desde que aterrizó en Moncloa que el Ibex debía sufragar con más impuestos parte del gasto extra que preveía comprometer. Podemos e Iglesias, que no han logrado inocular en la sociedad su crítica a las donaciones de Ortega, sí han conseguido desde el 15-M trasladar un mensaje de demonización del empresario -especialmente centrado en eléctricas y bancos- que Sánchez ha abrazado puntualmente como coartada perfecta para sus intereses presupuestarios. Bien deberían saber ambos que el empleo no lo crean los gobiernos -cuya función pasa por crear unas condiciones de mercado que lo promuevan- sino las propias empresas. En todo caso, la dialéctica de porcentajes y hasta ideológica, en este punto, cabe y es defendible.

Más difíciles de entender son, sin embargo, las críticas a un modelo de donaciones que incluso entronca con las mejores prácticas promovidas en modelos más avanzados, donde diferentes foros ya cuestionan abiertamente la capacidad de llegada de la ‘gran filantropía’. “Creo que una de las razones por las que no tenemos más impacto es porque necesitamos trabajar con más urgencia y tomar más riesgos”, explicaba recientemente en Forbes el CEO de la Fundación Ford, Darren Walker. E insistía en la necesidad de estrechar la brecha entre las organizaciones filantrópicas “y aquellos que están más cerca de los problemas y pueden encontrar soluciones”. El programa de equipamiento tecnológico en hospitales públicos de la Fundación Amancio Ortega no solo se hace de la mano de los profesionales de las comunidades autónomas, que definen las necesidades de sus divisiones, sino que ya da resultados sobre el terreno al detectar más de 200.000 casos de cáncer al año. Urgencia, riesgo, cercanía al problema. Dinero con retornos. “Necesitamos mostrarnos y escuchar lo que quiere la comunidad”, afirmaba Edgar Villaneuva, escritor y vicepresidente de la Schott Foundation for Public Education. Un 'tour de force' cuando el enemigo está en casa.

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