Libertad sin cargas

Por qué las sanciones económicas a Putin no pararán la guerra

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Por qué las sanciones económicas a Putin no pararán la guerra.
Nerea de Bilbao (Infografía)

Algunos analistas han recordado en estos días de oscuridad el análisis realizado en 2014 por Henry Kissinger. En un artículo publicado por ‘The Washington Post’ en plena crisis de Crimea titulado ‘To settle the Ukraine crisis, start at the end’, el casi centenario exsecretario de Estado explicaba por qué, para Rusia, Ucrania nunca podrá ser solo un país extranjero. “La historia rusa comenzó en lo que fue llamado la Rus de Kiev -exponía-. La religión rusa se proyecta desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia por siglos y sus historias se entrelazan antes de eso. Alguna de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, comenzando por la batalla de Poltava en 1709, fueron libradas en suelos ucranianos”. Eso sí, avanzaba que, en caso de atreverse Rusia a lanzar una intervención militar como la que actualmente está en curso, el Kremlin se aislaría en la esfera internacional de forma irremisible, en un momento en que sus fronteras aún estaban cogidas con alfileres. Y no escondía también críticas a Occidente por la falta de políticas reales hacia Rusia, considerando la demonización de Putin una mera “mascarada” ante la falta de una hoja de ruta real. Desde luego, consideraba un ‘must’ el veto a que Ucrania ingresara en la OTAN.

Paradójicamente, Kissinger ya había abordado en más detalle los efectos de la desintegración de la Unión Soviética en su obra clásica ‘Diplomacia’, editada por primera vez en España en 1996. Entonces exponía los peligros de que Estados Unidos, tras la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, apostara por ‘evangelizar’ a Rusia y al mundo en función de sus propios valores y bajo los principios de las democracias occidentales. En el fondo, argumentaba, la fe en la ‘conversión’ rusa chocaba con la propia historia de ese país: “A lo largo de su dramática historia, Rusia ha marchado al compás de un tambor totalmente distinto del resto del mundo occidental. Nunca tuvo una Iglesia autónoma; no conoció la Reforma, la Ilustración, la época de los descubrimientos y la moderna economía de mercado”. Y ese desacople histórico y emocional aleja la comprensión de la invasión orquestada por Putin. “La abrumadora mayoría de las figuras rusas importantes, cualquiera que sea su inclinación política, se niega a aceptar el desplome del Imperio soviético o la legitimidad de los Estados sucesores, especialmente Ucrania, cuna de la ortodoxia rusa. Hasta Alexandr Solzhenitsin, cuando escribió acerca de liberar a Rusia de la maldición de unos renuentes súbditos extranjeros, pidió que Moscú retuviera un núcleo formado por Ucrania, Bielorrusia y casi la mitad de Kazajistán, prácticamente el 90% del antiguo imperio”, remacha el estadista nacido en Baviera.

Esos genuinos instintos justificarían -y superarían- el impacto de cualquier restricción económica provocada por las sanciones internacionales. De hecho, las penurias no son algo nuevo para la población. Kissinger ya anunciaba hace cuarto de siglo la larga travesía de miseria que aguardaba a los rusos en el paso de una economía centralizada a una de mercado. Un proceso que no solo partía de la devastación y la ruina de dos generaciones de gobierno comunista, sino que lo hacía con administradores y gestores ajenos a cuestiones tan básicas como los incentivos o la estabilidad fiscal. La premonición de que podía arraigar en Rusia “la insatisfacción por los costos sociales y económicos de la transición que ha permitido a algunos comunistas obtener ganancias considerables en naciones poscomunistas como Polonia, Eslovaquia y Hungría”, se hizo carne con la irrupción de un nutrido grupo de oligarcas que, a la sombra del poder, forjó la postrera depravación de un modelo tan fallido como único. La larga tradición expansionista rusa ahora escenificada tampoco ayuda a avalar el 'buenismo' de aproximaciones políticas y académicas que con frecuencia han apostado por afrontar el ‘problema económico ruso’ desde las ayudas y la cooperación.

La OTAN, en busca de autor durante los años posteriores al fin de la Guerra Fría, se ha convertido en un vínculo imprescindible entre Europa y EEUU. Su capacidad disuasoria desde lo militar ha sido y será clave en el final de la crisis

Nicholas Mulder, profesor de la Cornell University de Nueva York, es uno de los historiadores que con más grado de detalle ha analizado el impacto de las sanciones económicas en diferentes conflictos armados, un esfuerzo glosado en su obra ‘The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War’. En este caso, reconoce en un artículo publicado por ‘The Economist’ que, por su magnitud, el golpe a la economía rusa diseñado por las economías occidentales nos sitúa en “territorio desconocido”, tras calificarlo directamente de “asombroso”. En efecto, desde el bloqueo a las transacciones a los sectores industrial, bancario y energético, pasando por la desconexión de la banca rusa del sistema Swift de comunicaciones financieras hasta la congelación de sus reservas, la batería de disposiciones marca un hito en la historia económica, al punto de “galvanizar la OTAN, estrechar la alianza trasatlántica y unificar la UE”. Solo Venezuela y Afganistán, recuerda el historiador, vieron congelados los activos de sus bancos centrales en el exterior, con la diferencia de que Rusia es la undécima economía del mundo, un gigante si se compara con las repúblicas bolivariana e islámica. Para encontrar un ejemplo similar hay que mirar casi un siglo atrás, cuando la Liga de Naciones impuso sanciones a la Italia de Mussolini, la séptima economía del mundo, por la invasión de Etiopía. La realidad es que, en aquel episodio, ni los acuerdos se implementaron tal y como se concibieron ni tuvieron efecto en el desarrollo del conflicto, por mucho que complicaran la financiación de las Pirelli, Fiat o Montecatini.

Sin embargo, pese a su alcance y ambición, Mulder no es optimista respecto al éxito de las medidas si el fin último de su puesta en marcha es detener el conflicto armado iniciado por el presidente ruso. “La experiencia histórica sugiere que serán necesarias medidas adicionales. Las sanciones por separado tienen un pobre registro a la hora de frenar aventuras militares”, se expone. De hecho, relata cómo durante el siglo XX solo 3 de 19 procesos de esta índole se han logrado bloquear desde el ‘frente financiero’. Y hace una advertencia adicional sobre el coste que, en un mundo globalizado, tiene que se genere la percepción en el sector privado de que las medidas están para perdurar en el tiempo, al punto de invalidar su retirada como palancas para apoyar las futuras negociaciones de paz. “En vez de apresurarse a imponer sanciones adicionales, los legisladores occidentales deben enfocarse en ayudar a los ucranianos a defender su independencia -concluye Mulder-. Del mismo modo, deben fijar con rapidez condiciones claras para su eliminación con el fin de alentar la desescalada y el final de esta guerra catastrófica”.

El movimiento militar de Vladímir Putin, aunque reflejo de una mente delirante para los países europeos, enraíza con una historia que no maneja los mismos códigos de Occidente en cuanto al poder y su ejercicio. No responderá ese atavismo a meras sanciones económicas. Es reconfortante, empero, que el conflicto haya servido para poner de acuerdo a la comunidad internacional en la necesidad de que Rusia pague por su agresión, y que lo haga de manera contundente y prolongada en el tiempo. Y desde luego, que haya puesto en valor la utilidad de organizaciones supranacionales como la OTAN, a menudo en busca de autor durante los años posteriores al fin de la Guerra Fría. Constituida como un vínculo imprescindible entre Europa y Estados Unidos, su capacidad disuasoria desde lo militar ha sido y será clave en el desenlace de la crisis. Primero, por su capacidad de movilizar tropas en el frente este. Al final del día, Putin se ha encontrado a las puertas de su casa con la militarización que pretendía evitar con su invasión. Y después, por la unidad de mensaje respecto a las consecuencias de un ataque a uno de sus miembros. La guerra solo se desactivará -porque mejor no contemplar ningún otro escenario- desde la elaboración de un mapa de seguridad para toda la región y, probablemente, desde negociaciones en las que participen de forma activa terceras partes reconocidas por ambos actores. "Las tendencias rusas a restablecer el antiguo imperio han hecho despertar temores ya históricos al expansionismo ruso, sobre todo en sus anteriores Estados satélite de Europa del Este. Ningún líder entre los vecinos inmediatos de Rusia comparte la fe norteamericana en la conversión de los rusos como clave de la seguridad de su país". Lo escribió Kissinger en otro siglo. Gobernaba Yeltsin. Como dice el tango, 20 años no son nada.

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