OPINION

Por qué Sánchez va a pasearse el 28-A (y no es por los viernes sociales)

Los siete 'brindis al sol' de la hoja de ruta de Sánchez para gobernar otra legislatura
Los siete 'brindis al sol' de la hoja de ruta de Sánchez para gobernar otra legislatura
EFE

La cifra mágica hoy es 135. Ese es el número de escaños que las encuestas internas que maneja el PSOE otorgan a Pedro Sánchez, según admite ‘sotto voce’ un alto cargo del partido. La sensación de confianza es tal que es complicado comer o tomar un café con un aspirante socialista sin que intente rebajar la euforia o lanzar tres o cuatro argumentos contra la autocomplacencia o sobre la necesidad de movilizar el voto, ya que irse por encima del 70% es capital. Es más, lo normal es que el interlocutor de turno esgrima un ‘pool’ de todos los sondeos presentados y sitúe el objetivo diez asientos en el Congreso por debajo. A un mes vista de los resultados que valen, los que dan el gobierno más allá de la demoscopia, el triunfalismo es el peor aliado del actual Ejecutivo, que tuerce el rictus cuando se le habla de qué ministros repetirán o sobre posibles pactos. Y es que, aunque la idea es continuar con los ‘viernes sociales’ e ir desgranando más guiños electorales en prestaciones sociales, energía, etc., lo cierto es que la economía no tiene un papel fundamental en estos comicios. Las razones por las que Sánchez tiene el oso en la trampa son otras, reflejo de que los rivales afrontan la cita con el pie cambiado.

Primero y como admiten desde el propio partido sin ambages, el PSOE ha tomado el centro, un centro agrandado a izquierda y derecha. La pelea a tres de los partidos más conservadores, agravada por el incomprensible ‘cordón sanitario’ impuesto por Ciudadanos, ha revelado a Sánchez como un líder de amplio espectro, que incluso se plantea de cara a estos comicios el cortejo del voto liberal desencantado y que no termina de fiarse del resto. La pelea de esta semana entre Aznar y Abascal por los supuestos complejos de la derecha solo tienen un perdedor, véase Casado. Y es que, ¿hasta qué punto es relevante que alguien aguante la mirada al expresidente del Gobierno por sus supuestos logros de ‘derecha dura’? Por lo que se tiene entendido, es Casado -y no Aznar- el que concurre el 28-A. No sería difícil recordarle a este último cómo su gran éxito en 1996 no pasó precisamente por reivindicar la derecha más recalcitrante, sino por ofrecer una propuesta templada en la que tenían cabida todas las sensibilidades conservadoras al tiempo que aglutinaba sufragios a izquierda. Difícil ver hoy las ventajas de un enfrentamiento abierto con Vox que, por otra parte, ningunea al actual líder del Partido Popular.

En cuanto a Ciudadanos, que sigue viviendo de la inercia del primer semestre de 2018, la cuestión es casi esquizofrénica, tras convertir en posicionamiento político gestos como la foto de Colón o incluso el pacto en Andalucía. No es difícil anticipar que su campaña será un permanente esfuerzo por dar explicaciones o justificarse. Mejor ejercicio de dialéctica supondrá desdecirse de todo lo anterior si la aritmética favorece un gobierno entre Rivera y Sánchez, con la alternativa del independentismo como colchón del PSOE. La cuestión es verdaderamente penosa si se tiene en cuenta que esa alianza moderada es la que privilegian los españoles en las encuestas, como ya se publicó en estas páginas. Se hable con el político de la formación naranja que se hable, los matices difieren y resulta delicado incluso avanzar una posición predecible, sin contar con las críticas internas -que las hay- a las recientes incorporaciones. Y en esas incertidumbres e inseguridades de PP y Ciudadanos, el actual presidente del Gobierno triunfa.

En segundo término, los socialistas están encantados por lo bien que les sienta la bandera. Durante tanto tiempo acusados de ‘colaboracionismo’ con el independentisto catalán, de ahora en adelante siempre podrán recurrir -ya lo hacen con una sonrisa en el rostro- a las declaraciones de José Antonio Nieto en el juicio del ‘procés’. Helados se quedaron propios y extraños cuando el secretario de Estado del Ejecutivo del PP admitió que el Gobierno de Mariano Rajoy estuvo dispuesto durante aquellos días a escenificar una consulta sobre la independencia de Cataluña. “Se podría haber simulado ese referéndum en las plazas de los municipios o en lugares abiertos, donde no se fuese en contra de ese mandato. Así se les trasladó”, expuso el alto cargo. Días después, y repitiendo actos del pasado, Sánchez presentaba sus 110 medidas de cara a los comicios rodeado de banderas españolas y europeas. Hasta ese pendón le ha arrebatado a los populares. Ayer mismo, zanjó: “El independentismo y la derecha saben que la independencia no se dará”. Demoledor.

Y en tercer lugar, hay guarismos que manejan en las huestes del PSOE -no públicos y estos sí puramente demoscópicos- que solo refuerzan el entusiasmo. Por ejemplo, la segunda opción de voto de quienes no prevén apoyar a los principales partidos concede a PP y PSOE una esperanza fundada de que la apuesta por el voto útil termine por llenar sus arcas a última hora de la mano de los indecisos. No es casualidad -y en eso los socialistas están poniendo especial énfasis- que la preparación de las campañas esté dejando para el final los núcleos urbanos y se esté concentrando en este punto y en los próximos días en aquellos escaños ‘sueltos’ que pueden caer de un lado o de otro. Es más, con todos los partidos ya en promoción de sus programas a más de un mes de la votación, resulta clave el ‘timing’ y cuándo atacar los flancos donde más posiciones pueden recuperarse. En ese punto, hay confianza total en el entorno de Sánchez, especialmente a la vista de los movimientos erráticos mostrados por algunos competidores, empecinados en visitar y cortejar a públicos en los que el sufragio no va a moverse decisivamente por mucha carne en el asador que se ponga.

En ese escenario, la economía tiene poco papel jugar, más allá que el apoyo a la infantería. Sobre todo teniendo en consideración que no se espera un frenazo seco de los datos, al menos durante ese año. Eso sí, resulta paradójico que el enésimo anuncio de subida de impuestos a las rentas más altas y a la grandes corporaciones por parte de Sánchez, incluido en las citadas 110 medidas y en este caso en paralelo a una reforma de la financiación autonómica, no le haya generado a la candidatura mayor reprobación mediática. Es más, su ministra de Hacienda durante estos ocho meses de legislatura, véase María Jesús Montero, no puede haber salido más reforzada dentro del partido pese a su gusto por el globo sonda y el ‘tributo interruptus’. Más allá de las generalizadas buenas palabras en favor de la titular de Economía, Nadia Calviño, dentro del PSOE no dudan en referirse a Montero como un auténtico descubrimiento, lo que sin duda alentará las procesiones a Lourdes de las empresas del Ibex para prepararse ante un segundo periplo socialista. Algunos, como los bancos, se han puesto la venda antes de la herida y han parlamentando ya sobre el impuesto a las entidades financieras. Hábiles ellos.

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